Maestro sentado enseñando

El término escuela deriva del latín schola y se refiere al espacio al que los seres humanos asisten para aprender. El espacio donde se forjan las voluntades y se proyectan las acciones.

Es el ámbito ideal para relacionar la voluntad a la esperanza: la fuerza inconmensurable de la voluntad es el fuego que templa y fortalece la esperanza de un futuro promisorio.

Las antiguas tradiciones culturales daban un enorme valor a la tarea del que enseña. Lo elevaban al status de una persona sagrada. Esta valoración se debía al conocimiento transmitido, al acto mismo de enseñar. Si se enseñaba una filosofía o rama del arte que era considerada sagrada, por añadidura el que ejercía la tarea de transmitirlo era indicado como una persona especial y como tal debía ser tratado.

En la India, la palabra guru tiene un significado muy bello: es aquel que disipa las tinieblas, una forma coincidente con otras escuelas filosóficas que nos han transmitido la idea de que la oscuridad no existe, lo que existe es la falta de luz.

El maestro, entonces, es reconocido socialmente por su tarea de disipar la oscuridad trayendo generosamente la luz del saber. En esas escuelas antiguas se aplicaban algunos principios didácticos y pedagógicos de gran valor, que deberían mantenerse vigentes. Entre ellos, el principio formativo y no únicamente informativo. El docente puede hacer mucho en el desarrollo de quien aprende si logra comprometerse en la formación integral de la persona y despertar el entusiasmo de revisar comportamientos y principios éticos.

Esto requiere un compromiso del docente instalando una coherencia real entre dichos y hechos. Como señalaba George Steiner, “La única licencia honrada y demostrable para enseñar es la virtud del ejemplo.”

A partir de allí, pondremos en marcha un movimiento de cambio que podrá ser la génesis de un mundo mejor.

Hasta la próxima semana.