perdido

Es una fría mañana de invierno en mi querida Buenos Aires. Comienzo el día cumpliendo con varios trámites de esos que uno va dejando hasta la última fecha, por tratarse de obligaciones burocráticas poco agradables.

El frío y la garúa persistente me ayudan a decidir por la opción de un taxi. Elijo uno entre la gran cantidad que circulan lentamente, atentos a “pescar” un pasajero.

Al subir, ya percibo que el destino me brinda un conductor parlanchín y que sabe de todos los temas. Verborrágico y ansioso, desde que inicia el viaje me satura con opiniones sobre diversos asuntos, que indudablemente saltan en su cabeza como una fiesta de pochoclo en plena cocción…

En cada cuadra cambia el tema: va oscilando en análisis varios de política, deporte, economía, y hasta en un momento dado se atreve a predecir qué inversiones serán más rentables para los próximos años.

Como fondo de esta especie de enciclopedia humana, la radio dispara noticias y opiniones variadas. Una especie de eco que acompaña a mi amigo conductor.

Saturado, decido bajar del taxi y caminar unas cuadras para despejarme, dar descanso a mis oídos y aquietar mis pensamientos. Al caminar, comienzo a reflexionar sobre la importancia de saber elegir lo que deseamos incorporar, porque estamos bombardeados con toneladas de información, no siempre veraz y casi siempre tendenciosa.

Es notable cómo la excesiva información es un impedimento para el conocimiento. Escuchamos, repetimos con énfasis informaciones de cuya veracidad no podemos tener certeza y, lo que es peor, terminamos asimilándolas y defendiéndolas como si fueran auténticas. Pareciera muy vigente el paradigma de no poder decir un simple no sé.

El peligro adicional está en la jerarquía del informante. Seguramente, si el conductor del taxi nos sugiere comprar acciones, será fácil no hacerle caso. Pero si la misma indicación proviene de un supuesto experto, nos inducirá a pensar en ello. ¿Por qué? Simplemente porque creemos en el saber del probable experto. Una especie de dictadura del conocimiento.

Seleccionemos, analicemos con cuidado y tengamos presente que lo más valioso es el conocimiento que surge de la experiencia empírica. Tengamos cuidado con las predicciones o fórmulas mágicas surgidas desde la exclusiva teoría. El mayor problema de los expertos es que no saben qué es lo que no saben. Tampoco podemos ignorar el autoengaño que nos produce la saturación de noticias. Estar colmados de información no es sinónimo de sabiduría.

Hay algunas profesiones en las que uno sabe más que los expertos, que son personas por cuyas opiniones pagamos. A veces, ellos deberían pagarnos por escucharlas.

Para finalizar: no me opongo a la información, ni a ser asesorado por buenos profesionales; simplemente alerto para que, después de evaluar, tomemos nuestras propias decisiones. Como nos recomendaba el célebre Steve Jobs: no dejes que la opinión de los demás acalle lo que te dicen tu corazón y tu intuición.

Hasta la próxima.