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Quienes nos dedicamos a la noble tarea de transmitir conocimiento, especialmente los que enseñamos antiguas filosofías y tradiciones culturales, debemos ser cuidadosos con la información que pasamos a los alumnos.

Desde mi visión, siempre tenemos que estar seguros de la veracidad de los datos. Esto requiere un compromiso de filtrar y chequear informaciones y fuentes con otros estudiosos del tema.

En la actualidad proliferan fuentes de fácil acceso, especialmente en Internet, y eso puede generar la tentación de tomar como válidas informaciones que no lo son y además, en infinidad de casos, son tendenciosas.

Hay que resistirse a la seducción que produce la “novedad”. Si el que enseña es responsable, va a chequear y cotejar esa información con otros colegas que tengan erudición suficiente para discutirla, antes de brindarla a sus alumnos, que por la autoridad cognitiva que reconocen al maestro, tomarán los datos como veraces.

El que está en la posición de enseñar también debe estar atento a administrar su ego, para no caer en la mágica sensación de ser poseedor de información única, que causa sorpresa en los alumnos y muchas veces engorda el ego del profesor quien, en lugar de limitarse a enseñar, se deja seducir por la gloria que produce la fugaz admiración del que aprende.

Digo fugaz, porque esa información que motivó la admiración del alumno y engrandeció al maestro, en un tiempo será la causa de la decepción de ese mismo alumno al saber más y darse cuenta de que ese conocimiento no fue un verdadero aporte a su evolución.

Otra variedad pedagógica que es frecuente observar en las casas de estudio, es el docente que con su mejor intención estudia e investiga, pero que, a la hora de enseñar, cae en el error de no saber dosificar el contenido en porciones que sus alumnos puedan digerir con facilidad. Por experiencia, todos sabemos que si comemos en forma exagerada no estaremos más nutridos sino más proclives a una indigestión. Lo mismo ocurre con el intelecto.

Enseñar es un acto de extrema responsabilidad y amor para con nuestros maestros y alumnos. Responsabilidad al transmitir verdades comprobadas, sin alterar los contenidos, compartiendo píldoras de saber cuidadosamente elaboradas, y en dosis tolerables.

Los que amamos antiguas tradiciones observamos que ese conocimiento llegó hasta nosotros por medio de personas dedicadas a la noble tarea del magisterio, que aplicaron a su didáctica dos valores: fidelidad y lealtad.

Fidelidad para no alterar la sustancia de lo que enseñamos, y lealtad a la escuela, al que nos enseñó y a nuestra propia conciencia, cuidando a nuestros alumnos con cada palabra, gesto y actitud.

Hasta la próxima semana.