olimpiadas

En estos días estamos atravesados por la pasión deportiva que contagian los Juegos Olímpicos. Durante años los atletas que compiten han entrenado incalculables horas para conquistar un lugar entre los mejores del mundo.

Los televisores en todo el planeta reproducen de manera incansable las imágenes de las competencias deportivas. Son cientos de atletas en movimiento que muestran sus habilidades frente a millones de personas estáticas que se emocionan hasta las lágrimas.

La emoción se exacerba y adquiere un sentido patriótico. El atleta con los colores de la bandera pasa a representar al país en una suerte de combate épico que produce en el espectador espasmos de adrenalina desbordante. Momentos que se viven con intensidad similar a la de Leónidas y sus trescientos guerreros espartanos en las Termópilas o, por singular coincidencia, a la de otro Leónidas, el de Rodas, que compitió en cuatro olimpíadas (164 AC, 160 AC, 156 AC y 152 AC) y a quien por sus triunfos se recuerda como el gran atleta del mundo antiguo.

Es muy bueno que este tiempo de conexión con el deporte, el cuerpo, las ganas de superarse y la base ética de las competencias penetre en la sociedad y despierte un entusiasmo que se transforme en acciones constructivas.

Lo triste es saber que millones de personas observan desde su sofá, bebiendo alcohol, fumando y comiendo exageradamente, a unos pocos que madrugan cada día con la vocación de superarse.

En un mundo en el cual el sedentarismo y la obesidad crecen de manera exponencial, estos juegos olímpicos podrían ser el virus positivo que contagie, a aquellos que optan simplemente por observar, un nuevo entusiasmo y ganas de hacer.

Utilicemos la inspiración de los atletas que acompañamos en las imágenes. Ellos han logrado despertar una de las mayores fuerzas: la voluntad. En sí misma no tiene control. Es como la energía eléctrica, que únicamente ofrece un potencial hasta que es utilizada y guiada hacia un objetivo determinado. Este fenómeno es aplicable a todo lo que queremos lograr, y puedo asegurarles que se fortalece si la estimulamos. Además, al final del esfuerzo llega la gran satisfacción de haberlo intentado.

Empezá ya, definí tu objetivo, visualizalo con la mayor exactitud y proyectate hacia él.

Recordemos las palabras de Abraham Maslow: “el hombre tiene su futuro en su interior, dinámicamente vivo en este momento.”

Hasta la semana próxima.