puercoespin

Constantemente los seres vivos debieron adaptarse para no sucumbir ante condiciones extremas. El hombre necesitó aprender rápido y atravesar períodos adaptativos para seguir conquistando nuevas capacidades que le permitieran llegar a nuestros días.

El cambio es necesario en todos los seres y, de una manera pragmática y poderosa, el premio de esta capacidad es el mayor: seguir existiendo.

Hoy, el ser humano disfruta de logros que le permiten vivir más años y en condiciones más confortables. Pero la necesidad de adaptación continúa. Se habita en ciudades de alta densidad demográfica, la comunicación con los demás es constante, los espacios se reducen y comparten. El estrés crece y es propio de la urgencia de abrirse paso entre otros competidores y obtener resultados inmediatos. Vemos logros y novedades y somos estimulados a obtenerlos.

Desde mi visión todo esto es positivo, se trata de un período de cambios veloces. Hace poco tiempo andábamos en carros y casi sin percibirlo tenemos que pilotear a la velocidad de un Fórmula 1.

Para ello es preciso aprender, entrenar, compartir actividades con personas positivas y con las cuales podamos interactuar solidariamente. Y, atención: tenemos que trabajar sobre plazos y metas, pero nunca olvidarnos de las personas.

Compartimos espacios, tareas, vehículos, calles, espacios libres, y la proximidad constante con otros Sapiens nos obliga a enfocarnos en administrar las buenas relaciones humanas.

Ya no hay opción; así como siglos atrás debíamos defendernos de fieras salvajes, plagas, otras tribus o grupos que disputaban nuestro espacio o alimento, hoy tenemos que incorporar el sentido de colaboración, entendernos, formar grupos con ideas diferentes, con costumbres variadas, y hacer que esto nos enriquezca. Nunca hasta hoy la humanidad ha tenido una oportunidad tan clara de humanizarse en la unión y fortalecerse con ello.

Esto no es fácil y requiere un aprendizaje diario. Instalar cada día la vocación de pensar con la cabeza del otro, como alerta el escritor DeRose. Llegó la hora de los grupos, de las egrégoras fuertes y unidas, de los espacios de coworking. De entender que es infantil pretender una total ausencia de conflictos; de aprender a solucionarlos con inteligencia. De reconocer que no todos los integrantes de un grupo de trabajo deben pensar lo mismo sino pensar en lo mismo.

Podemos inspirarnos en la experiencia de los puercoespines, animalitos totalmente cubiertos de espinas que, según la historia, en la Edad del Hielo comenzaron a morir de frío. Ante esta situación y observando lo que hacían otros grupos de animales, decidieron juntarse y permanecer próximos para generar calor y sobrevivir. Así lo hicieron, pero algunos de ellos empezaron a molestarse por las espinas y las pequeñas heridas que esta proximidad producía. Abandonaban el grupo, y lógicamente morían congelados. Los que inteligentemente preferían las molestias de las espinas y a pesar de eso, seguir juntos, lograron sobrevivir, generar descendencia y llegar hasta nuestros días.

En la convivencia con los que están más próximos a veces surgen diferencias, y hasta se producen pequeñas heridas; sin embargo, debemos superarlo e instalar una reeducación comportamental inteligente para que las buenas relaciones humanas sinceras y auténticas, lleguen a ser un hábito. Ganaremos calidad de vida y lograremos mejores resultados.

Hasta la próxima semana.