experienciaCuando yo nací, mi padre era un próspero empresario. Mis primeros años transcurrieron en una hermosa casa ubicada en uno de los más selectos barrios de la ciudad de Rosario. Varias empresas permitían a la familia sostener un estándar de vida elevado. Pero el deseo de seguir con nuevos emprendimientos llevó a mi padre a enfrentar riesgos que en poco tiempo le hicieron perder todo su capital y, como consecuencia, nuestra comodidad.

Tuvimos que mudarnos a la casa de mi abuelo materno, quien nos alojó, ante lo desesperado de la situación.

Mi padre no bajó los brazos; como todo emprendedor, logró mejorar nuevamente y en unos años estábamos mudándonos a otra ciudad del interior de la provincia de Santa Fe, donde intentaría progresar con un nuevo proyecto.

Sin embargo, malas sociedades, riesgos exagerados y otros detalles que nunca conseguí descubrir en su totalidad nos llevaron a un nuevo quebranto económico.

Estos altibajos se repitieron varias veces, pasando a ser para mí una enseñanza difícil pero, a la vez, valiosa. Comprobé empíricamente que se podía vivir en ambos extremos de una línea. Fue una importante experiencia de vida que me brindó sentido de realidad.

Una de las cosas que rescato es que, a pesar de lo complicado de esas situaciones, nunca las vivimos con sentido trágico. Había optimismo y confianza en la capacidad de superarlas.

Con mi edad actual y una vida construida y estable, hoy puedo comprender la frase atribuida al filósofo Séneca: “la riqueza es esclava del sabio y dueña del necio”.

Creo que debo agradecer a mis padres por haberme enseñado a encontrar lo positivo en todo momento, y por la capacidad de ambos para intentarlo siempre una vez más.

Entendí también que no se trata de preferir la pobreza a la riqueza; por el contrario, se trata de administrar esa situación y lograr ser independiente aumentando lo propicio y reduciendo lo desfavorable. Una cierta forma de asimetría positiva en cada caso. Al fin de cuentas, el dinero constituye una poderosa fuente de energía, comparable al fuego. Todo depende de cómo sea utilizado.

En otras palabras, podría decir que la “dependencia” de las circunstancias –o más bien las emociones resultantes de ellas- genera una especial forma de esclavitud.

Lo vivido en mi juventud fue una importante semilla. Lo aprehendido en mis años de práctica y estudio de técnicas y conceptos basados en filosofías antiguas constituyó el abono para avanzar a un estado de más libertad, apoyado en la autosuficiencia.

Si lo logramos, podemos superar la fragilidad de sentir temor a perder, es decir, de poner más energía en lo negativo que en lo positivo.

Volviendo a mis recuerdos, tengo en mi memoria la imagen de una noche, cuando a la hora de la cena el menú fue una manzana para cada uno. Podría haber dejado una marca de tristeza entre mis recuerdos; sin embargo, lo llevo en mí como una noche de alegría y plena intimidad. Recordarlo en momentos difíciles me hizo sentir que siempre podemos transformar una situación en algo mejor.

¡Hasta la próxima semana!