En las páginas finales del libro de Umberto Eco El nombre de la rosa, que acabo de releer, se encuentra un diálogo fascinante entre el monje que cuidaba la biblioteca y el franciscano Guillermo, encargado de investigar las sospechosas muertes recientemente ocurridas en la abadía.

En ese diálogo que el autor elabora con su especial habilidad, el bibliotecario, en un estado de trance, mezcla de fanatismo y locura religiosa, prevé un desenlace apocalíptico diciendo: pero si un día se elevase la risa al nivel de arte y pareciera noble y liberal, entonces ese día desaparecerá el miedo. Nunca olvides que la religión necesita del miedo para gobernar.

Me transporté mediante la imaginación a aquellos tiempos de oscurantismo medieval, de inquisidores que condenaban por el simple pecado de reír, y lo tomo como una referencia para percibir con optimismo que la especie humana evoluciona. Es un proceso en ondas, con errores y aciertos, avances y retrocesos, pero conquistando nuevas libertades que, con certeza, nos hace mejores.

Reconocer esto es agradable y me lleva a celebrarlo, especialmente en estos días en los cuales el nuevo año comienza a gastarse con velocidad y me encuentro aguardando ansioso la llegada de mi primera nieta.

Para que llegáramos a estos niveles actuales de libertad, personas en distintas partes del mundo entregaron hasta sus vidas. Brindaron su compromiso en causas que abrazaron y por las cuales lucharon, a veces ganando y a veces perdiendo. En ese ir y venir, en el proceso de cambio iniciado, siempre se fueron conquistando terrenos nuevos.

Si lo deseamos, cada uno de nosotros puede imbuirse del deseo de superación que todo nuevo ciclo nos ofrece y despegar en busca de opciones para avanzar integralmente, en forma individual y colectiva, hacia una sociedad más humana que construya un mundo mejor.

Siempre, lo primero y verdadero es empezar por uno, instalando la vocación y el entusiasmo constante para hacer todo cada vez mejor. Que cada cosa o actitud sea la expresión de lo mejor de lo cual somos capaces. Desde saludar al vecino, conducir el auto, honrar nuestros compromisos, construir una compleja maquinaria, hasta conversar con el ser amado o preparar una comida. Ese es el primer gran paso en nuestro deseo de ser mejores personas. Me gusta decir: “trabajar sobre lo que somos, para hacer mejor lo que hacemos”.

La decisión de instalar la vocación de ser mejor con respecto a uno mismo, es una energía que permite avanzar hacia el autoconocimiento con resultados prácticos y notables. Al final de cuentas, si te interesa cambiar el mundo, tendrás que empezar por vos, ahora mismo.

¡Hasta la próxima semana!