Foto por: Sanah Suvarna

Hace un mes y medio tuve la satisfacción de recibir un hermoso título: soy abuelo. Llegó a nuestra vida familiar una bella beba, que después de varios debates y con un poco de lobby que apoyé sin dudar, recibió el nombre de Emilia.

No pensé que este paquetito tibio, movedizo y demandante pudiera tocarme tan íntimamente y, lo que es más sorprendente para mí, hacerme pensar más en el futuro.

Anoche, mientras la tenía en mis brazos y trataba de encantarla con un nuevo sonajero que le compré, de esos que tienen una variedad infinita de luces y sonidos, me di cuenta de algo: mi visión y proyección hacia el futuro habían ganado una dimensión muy interesante, ampliándose hacia una temporalidad menos limitada.

Es una sensación repentina de haberme asociado de manera incondicional a sus décadas de vida futura con mayores ganas de aportar para generar un mundo mejor.

Es muy posible que los amigos que ya pasaron por esto estén pensando que no descubro ni relato nada nuevo, que son experiencias comunes. Sin embargo, me refiero principalmente a que mi visión y proyección sobre el futuro, que ya poseía, ahora corrió su foco mucho más adelante. La vara que sostiene la zanahoria se extendió notablemente.

Basándome en mi propia experiencia, suelo comentar que es muy importante estar al lado de un ser querido cuando en forma biológica y natural llegue al final de su vida y, en la otra punta del camino, vivir la experiencia fantástica de estar presente en un parto.

Tuve la fortuna de experimentar más de una vez ambas situaciones, que me conectaron con un entendimiento natural y empírico de ese proceso casi misterioso que a todos nos involucra.

Ahora, me atrevo a decir que la experiencia de un nieto que nace me proyecta y entusiasma a recorrer con esta pequeñita el trayecto que empieza, que es desafiante, incierto y a la vez fecundo.

Si bien cada mañana me levanto de la cama ambicionando trabajar para que sea una jornada constructiva, Emilia desde sus ojitos asombrados me conecta con todos los niños del mundo y en consecuencia con nuestra responsabilidad para abrazar el futuro pensando en ellos. Como afirma Santiago Bilinkis en su libro Pasaje al futuro, el desafío de adaptación que se viene será difícil y debemos prepararnos para ello.

Necesitamos una reeducación comportamental para dejar de lado la alta dosis de egoísmo que existe y trabajar solidariamente con el fin de entregarles una sociedad más humana y en franca evolución.

¡Gracias, Emilia!!!