No es ninguna novedad: la forma de ver y entender las situaciones que debemos enfrentar suele centrarse en el análisis y la lógica, mecanismos propios de nuestra cultura occidental.

Esa caja de la lógica, como algunos la han llamado, se alimenta primeramente de nuestros condicionamientos y paradigmas. Al analizar cualquier hecho, situación, actitud o persona, necesitamos que entre en los límites que consideramos lógicos, para aceptarlo. Lo interesante es que esos “límites” tienen estricta relación con los condicionamientos generados en base a nuestro aprendizaje y la cultura en la cual nos hemos desarrollado.

Haber elevado este mecanismo a un lugar de tanta importancia fortalece los “límites”, derivando en un alto grado de dureza o falta de flexibilidad en quien actúa de esa forma. Inflexibilidad o dureza son como un virus o un bacilo de efecto letal para todos, especialmente para los líderes o emprendedores de nuestro tiempo.

El paradigma nos impide ver más allá de lo que creemos saber, al punto de no reconocer las oportunidades o la imperiosa necesidad de un cambio o adaptación. El miedo a tener en cuenta lo que  está fuera de los límites de esa lógica singular, paraliza e incluso anula la voluntad de intentarlo.

Ese temor está fundamentado en que sabemos que, cuando uno cambia de paradigma, todo vuelve a cero. Para algunos, esto constituye una oportunidad que seduce; para otros es ingresar en un terreno desconocido y atemorizador.

Y es aquí donde regreso a la percepción y su importancia en la toma de decisiones. No olvidemos que cuando se produce un cambio en la percepción, no son los hechos los que cambian sino sus significados.

¿Podremos reducir la rigidez paradigmática? Como en la mayor parte de las situaciones, la respuesta es sí. Es posible entrenar y desarrollar la capacidad de percibir más claramente las situaciones. Constituye una de nuestras capacidades y debemos potenciarla para comenzar a utilizarla de manera consciente. El análisis y la estadística vienen imponiéndose sobre la capacidad de percepción; por eso es necesario que esta recupere su importancia, al mismo nivel que la de aquellos.

Para lograrlo, lo primero es recuperar la capacidad de enfocarnos en lo que estamos haciendo, especialmente si se trata de relaciones humanas. La dispersión que genera estar redactando un informe, hablando por teléfono, comiendo un sándwich y conversando con un subalterno atenta contra la productividad, incrementa la probabilidad de errores, lleva a una reducción de la efectividad y la consecuente desilusión del que desea comunicarnos algo.

 Como consecuencia irán aumentando, hora tras hora, el cansancio, la ansiedad y el estrés. Si este mecanismo se instala, será una importante causa de deterioro no solamente en la productividad laboral sino también en la vida afectiva y familiar.

Investigando en filosofías milenarias surgidas en otras culturas, observamos que entre las formas de conocimiento correcto está la capacidad de percibir al otro, de entenderlo, de sentirlo, tratando de ser el otro, de pensar desde su visión. Esta percepción y sensibilidad nos ofrecen la posibilidad de tener mayores certezas y reducir los conflictos.

Comenzá por entrenar tu concentración, focalizate con fuerza en tus objetivos, uno a la vez. Interesate en las personas, ya sean tus superiores, subalternos, clientes, amigos o familiares. Todos son valiosos y todos merecen que les dediquemos nuestra plena atención.

Además, siempre podemos aprender a través del otro.

Hasta la próxima semana.