Una de las principales fallas en los que tienen la responsabilidad de ser líderes, es no decirle honesta y claramente a su grupo de colaboradores cómo quiere trabajar.

Hay una costumbre de “ser simpático” esperando que esa máscara agrade al equipo. Lo que ocurre es que al comenzar a tener actitudes diferentes y hasta opuestas a la imagen transmitida inicialmente, ese líder pierde credibilidad y el grupo sufre una decepción, pasando a hacer lo imprescindible y disfrazando su disgusto. Resultado: lo que debería ser un equipo impregnado de entusiasmo y con deseos de trabajar sinérgicamente empieza a actuar de manera poco comprometida y absteniéndose de aportar generosamente su capacidad y energía.

La gente necesita creer en algo real, valora la honestidad. En general, a pesar de no estar de acuerdo con algunas de las directivas del líder, se empeña en seguirlas porque cree en los valores éticos de quien comanda.

Por ello, sugiero que todo grupo establezca desde el comienzo un código de valores consensuados. Esto constituirá un marco de conducta que brindará confianza y tranquilidad a los integrantes del grupo, conscientes de estar protegidos por actitudes claras y que se observarán férreamente. Es recomendable que alguno de ellos se responsabilice en ser el “guardián” de esos preceptos básicos de convivencia y desempeño, recibiendo del líder y de los miembros del equipo la autorización para alertarlos si en algún momento no se está actuando de la manera preestablecida en ese decálogo surgido del consenso.

Junto al código de ética, es importante fijar cuál es la misión del ese grupo, empresa o institución. La misión debe ser amplia y con metas claras. Debe ser una propuesta que trascienda las pequeñas necesidades del diario vivir. De esta forma, los que se identifiquen con ella mentalizarán algo mayor que ellos mismos. Para llevar a cabo acciones debemos tener deseos y estar motivados a alcanzarlos; ser parte de un proyecto más grande que uno es un factor de orgullo y un motor que impulsa a la realización.

Cuentan que en la década del sesenta John F. Kennedy visitó la NASA en pleno proceso de la carrera espacial. Allí, le mostraron la cantidad de complejas tareas que se realizaban con precisión. En un determinado momento, quebrando el protocolo, el entonces presidente de los Estados Unidos se aproximó a un hombre de mameluco azul que pasaba con esmero la aspiradora, limpiando el piso. Lo saludó con amabilidad extendiéndole la mano y le comentó que veía que su trabajo no era tan complejo como los que realizaban los demás. Ante eso, el hombre que se ocupaba de la limpieza, lo miró fijamente y respondió: no, señor presidente, no es complicado, pero es igual de importante. El presidente, asombrado, le preguntó: ¿qué es lo que usted está haciendo? Aquí, señor presidente, estamos mandando a un hombre a la Luna, respondió sin titubear y con cierto grado de orgullo el empleado de limpieza.

La Misión pasa a ser la columna vertebral de todas las acciones, el foco de los esfuerzos de un grupo que se unirá con el deseo de lograrlo. Debe ser repetida y recordada en forma permanente. Una especie de “mantra” que la transformará en algo reflejo y espontáneo.

Te invito a pensar: ¿cuál es la Misión que le brinda sentido a tu vida?

¡Hasta la próxima semana!!!