Querido 2018, faltan pocas horas para tu llegada y, como la de todos los nuevos ciclos, me produce entusiasmo. Es ese entusiasmo propio de lo nuevo, de lo que vendrá, del porvenir, de la esperanza puesta en realizar y construir en todos los sentidos.

Lo más seductor para mí es este momento en el que me encuentro ahora, sabiendo que llegarás, sentado frente a una hoja en blanco sobre la que acabo de garabatear tu nombre: 2018. Como un gran alquimista me apresto a unir elementos y sustancias para transformar el pasado en lo nuevo.

Es justamente eso lo que me gusta de iniciar un ciclo. Ese espacio vacío del porvenir, que me represento con el blanco del papel. Disfruto de mi posibilidad de colocar en él mis deseos, mis ideas y las metas que, como zanahorias virtuales, me estimularán a avanzar para alcanzarlas. Así, en el plano subjetivo de mis pensamientos ya comienzo a construir.

También dibujo una puerta de dos hojas. Un majestuoso portal, similar al de los castillos medievales. Debe ser sólida e importante dado que es la puerta que abriré para que pasen fragmentos y partes del año que termina, permitiendo que se proyecten en el que está por comenzar.

Y paralelamente, como un comprometido guardián, ejerzo la posibilidad de impedir el paso a todo aquello que no deseo que me acompañe en el nuevo ciclo. Esa sensación de poder elegir, tomar decisiones y administrar gran parte de lo que vendrá, es para mí una bella y tangible sensación de libertad.

Es como el efecto de cada mudanza. Descubrimos cosas escondidas, y algunas sombras guardadas en lugares donde ni siquiera sabíamos que estaban. El cambio de año es ideal para hacer una limpieza profunda y, sin temor, dejar todo lo que ya no deseamos conservar. Observo la parte blanca del papel, donde de manera aún imposible de distinguir se irán imprimiendo las consecuencias del futuro que nace constantemente, alimentando la gran Ley Universal de acción y reacción.

Y, ¿el pasado? Es bueno hacer un repaso para aprender de las cosas hechas, tratando especialmente de revisar los errores cometidos y modificar paradigmas y condicionamientos. Consideremos que aquellos que nada aprenden de los errores y hechos desagradables que ofrece la vida, tienen probabilidades mayores de que se repitan tantas otras veces como sea necesario, hasta que se tornen conscientes.

En un ángulo garabateo el compromiso de pensar siempre solidariamente en lo que mis acciones van a generar, para mí y para el resto del mundo que habitamos. Y siempre estaré atento para que las metas no oculten a las personas.

Hasta la próxima semana y hagamos un feliz 2018.