Foto por: Sam Austin

Me gusta mi casa. Entre los principales espacios que disfruto, destaco el amplio balcón que comparto con mis fieles y silenciosas compañeras, las plantas.

Son esas presencias a las que, cuando están, no damos la atención que merecerían. Y sin embargo, su ausencia sería muy notable.

En mi caso, constituyen una especie de muro divisor entre la agradable sensación de intimidad y cobijo que transmite el hogar, y la intensidad sonora de la calle con el tránsito típico de toda ciudad moderna.

El domingo pasado decidí acercarme más a ellas. Limpié sus hojas, las regué con agua fresca, les hablé, observé sus brotes y flores en distintas etapas de desarrollo. Están lindas, bien cuidadas, pero quise compartir la atención que con tanto cariño les brinda Paula, mi ayudante en los quehaceres hogareños.

Y fue en un momento en que me encontraba limpiando una de las macetas cuando una abeja, que estaba libando laboriosamente néctar de unas flores blancas, decidió posarse sobre una de mis manos. Contuve el primer impulso de agitar la mano para que se fuera y permanecí observándola y tratando de hacerle sentir que no debíamos temernos. Como si hubiera comprendido mi mensaje, luego de unos instantes decidió recomenzar su vuelo hacia otras apetitosas flores.

Me sentí muy bien, integrado, en contacto con el reino vegetal y animal. Distintas especies, diferentes niveles de evolución y todos podíamos interactuar, respetándonos y valorando lo que cada uno hacía por el otro. Las plantas generando oxígeno, la abeja llevando productos que transformará en otros que volverán también a los humanos para su consumo. Yo, que podría dar fin con rapidez a sus vidas, ocupándome de que continúen con sus ciclos y tareas.

Pensé en el lunes y lo relacioné con lo que deseaba hacer con las personas con las cuales integro grupos de trabajo. A pesar de ser de la misma especie, hay momentos en que parece ser más difícil comunicarse con los humanos que con otras formas de vida.

Seguramente lo que estoy relatando podrá parecer obvio, y todos lo sabemos; sin embargo, con frecuencia esto se olvida: ganan la ansiedad y las emociones, y se producen dificultades en las relaciones humanas.

Pongamos más atención y aprendamos cada día de la naturaleza, con el deseo de mejorar los niveles de convivencia y apoyarnos en cada emprendimiento. Debemos saber compartir espacios y desarrollar actividades considerando al otro un aliado, un compañero de tiempo, de historia humana, y no un enemigo. En la actualidad los cambios son rápidos, hay que adaptarse y generar nuevos paradigmas en las relaciones humanas. Vale la pena intentarlo.

Hasta la próxima semana.