Foto por: Markus Spiske

Cuando hablamos de liderazgo, sabemos que estamos entrando en un área que es difícil de definir y que atraviesa un profundo y necesario proceso de adaptación, consecuencia de los cambios sociales que están ocurriendo a gran velocidad.

Esta modificación de valores, tendencias y costumbres es sólo el comienzo de adaptaciones futuras, que no sabemos hasta dónde nos conducirán. Suponer que estos nuevos paradigmas cesarán en su ímpetu de transformar a los individuos y sus grupos sociales es un pensamiento que lleva al fracaso seguro.

Es por ello que todo líder debe desarrollar autoconocimiento, conocer sus capacidades y talentos, como así también ser consciente de los aspectos que actúan en su contra: esos villanos que surgen de improviso en forma de inestabilidad emocional y mental. Todos los tenemos y, al complicarnos en la toma de decisiones, nos restan fuerzas.

La manera en que pensamos tiene mucho que ver en este proceso. Un pensamiento puede generar emociones positivas o negativas, sentimientos que podrán construirnos o destruirnos. En el caso de los líderes, hay que tener en cuenta que todos lideramos según cómo estamos. De acuerdo con nuestra forma de relacionarnos con los demás, serán los resultados que obtendremos.

Vivimos condicionados por paradigmas que nos hacen reaccionar de manera automática, sin pensarlo, actuando de formas que posiblemente ya no sean apropiadas para el momento actual. Son actitudes que pudieron funcionar años atrás pero que ya no nos favorecen en la tarea de construir grupos, sumar voluntades y generar ámbitos de desarrollo individual y grupal.

Hoy, la prioridad para los que tienen la responsabilidad de liderar es tener la sabiduría y la fortaleza de entender que el verdadero núcleo de la energía constructiva se encuentra en el equipo, y ya no en las manos de un conductor distante que no empatiza con sus colaboradores.

El primer ejercicio que recomiendo es detenerse para analizar ⎼como si nos mirásemos desde lo alto⎼ cómo reaccionamos, cómo es nuestra relación con el grupo, cuánto escuchamos y cuánto tiempo dedicamos a las buenas relaciones humanas, esas que aproximan y establecen lazos de sinceridad y confianza. Observar si invertimos tiempo en enseñar a aquellos que no logran obtener buenos resultados, o simplemente les exigimos.

El trabajo de un buen líder es lograr resiliencia, autoconocimiento y autodesarrollo para él y, de manera solidaria, para su equipo. Una forma de ser menos jefe y más Ge-Fe, un nuevo rol: gestor de felicidad.

Hasta la próxima semana.