Foto por: Markus Spiske

Estamos atravesando una época compleja y formidable a la vez. La velocidad de las modificaciones aumenta. Va tan rápido que este siglo ya es muy diferente del siglo XX.

En un corto tiempo el mundo ha cambiado de manera sustancial y se hace difícil la tarea de interpretarlo, porque no se detiene y sigue modificándose en un proceso que causa confusión.

Tal vez Sigmunt Bauman sea uno de los sociólogos que mejor interpreta esta situación, al definir el momento actual como un mundo que ha ingresado en un estado de interregno, una etapa social en que no sabemos cómo actuar y en cuál posición ubicarnos.

La manera en que aprendimos a lidiar con los desafíos de la realidad ya no funciona más. Casi todas las formas de proceder han perdido vigencia. La mayoría de las conductas y formas de sobrevivencia que nos enseñaron están modificadas, en proceso de adaptación, o dejaron de existir. Además, si tratamos de rescatar algún formato anterior, corremos el riesgo de no encajar en las necesidades actuales y ser señalados como pasados de moda, anticuados o cierta especie de mamut renacido.

Esto nos conduce a tener una visión de corto plazo ante las crisis o situaciones difíciles, aprendiendo y adaptándonos a ellas en forma simultánea.

Los jóvenes, ya nacidos en esta etapa líquida que comenzó a manifestarse más fuertemente desde los noventa, ya no necesitan comparar con etapas más sólidas y estructuradas. Sus deseos y metas son otros y consiguen surfear las olas con más entusiasmo.

Los que venimos de la solidez, percibimos que la incertidumbre se amplía porque las crisis también cambian y son sustituidas por otras, lo que genera una sensación de ansiedad para definir el rumbo. Es muy importante que los grupos de trabajo integren equipos diversos que aporten distintas experiencias y visiones, todas útiles al momento de enfrentar situaciones de adaptación y cambio.

En todos los casos, este proceso se intensifica por la enorme cantidad de información que circula. El biólogo Edward O. Wilson afirma que el mundo se ahoga en información y a la vez se encuentra hambriento de sabiduría. No tenemos tiempo de transformar toda esa cantidad de datos en una visión clara que nos permita elegir hacia dónde avanzar.

Por ello, esta situación líquida de valores, creencias, formas y relaciones nos obliga a desarrollar otras capacidades propias del ser humano, que están olvidadas y no cuentan con la valoración necesaria para estimular el desarrollo. La meditación es una de ellas, una valiosa herramienta que permite alcanzar un estado de conciencia expandida o intuición lineal. Una forma de entender la realidad con menos intelecto y mayor pragmatismo.

Una aptitud que nos dará mayor seguridad en la toma de decisiones en este mundo dinámico que, según mi opinión, nos brinda una oportunidad extraordinaria para realizar transformaciones que ya no pueden esperar.

Considerando que aproximadamente los humanos poseemos un 60 por ciento de agua y el planeta que habitamos un 70 por ciento, tal vez sea el momento de modificar paradigmas y dejarnos llevar por estas corrientes, utilizando lo líquido para dar un verdadero salto hacia una humanidad mas libre y feliz.

Hasta la semana próxima.

Edgardo Caramella