Foto por: Anthony Cantin

Las fiestas navideñas y de fin de año tienen -entre otras- una característica principal: el exceso de comidas y bebidas. Pareciera que, en lugar de la recordación cristiana que celebra el nacimiento de Jesucristo en Belén, el festejo se inclina hacia una marcada evocación de Pantagruel y Gargantúa, personajes de Francois Rabelais. Este autor, con especial humor, narra la historia de un par de gigantes totalmente diferentes de l@s asustadores ogros que formaban parte de los clásicos relatos de su época. En este caso, se trataba de gigantes glotones y bonachones.

En nuestras tradicionales noches de diciembre, en general, l@s festejantes se vuelcan hacia mesas atiborradas de alimentos diversos, elaborados tanto con cariño y esmero como con excesivo tenor graso y calórico.

Además de las comidas, se incluyen todas las variedades de típicas golosinas, dulces, frutos secos, tortas, panes dulces, turrones y otras delicias de origen más comercial que tradicional.

Las bebidas hacen lo suyo: cantidades abundantes de glucosa son transportadas por los torrentes de bebidas gaseosas, y el alcohol muchas veces transforma el centro de gravedad en un columpio en movimiento, con peligrosas consecuencias.

Claro, es un momento de encuentro, de alegría y de placer social, que ayudará al abrazo sentido y cariñoso con seres queridos y el agradable recuerdo posterior.

Pero, pasado el tiempo de festejo, es el momento de dar un poco de descanso a nuestro cuerpo, que ha sido sometido a excesos diversos y acumula secuelas que muchas veces se perciben en los días sucesivos.

Lo ideal sería iniciar unos días de limpieza orgánica mediante el consumo de frutas, que además de proveer agua y minerales, estimulan la depuración orgánica. Por otra parte, en estos tiempos de excesivo calor nos inclinamos naturalmente con más deseo hacia un rico melón recién sacado de la heladera que hacia un guiso humeante.

Para quienes tienen una voluntad más poderosa, es recomendable un ayuno de 36 horas. Esto es muy fácil de hacer: comenzar no cenando, pasar el día siguiente bebiendo mucha agua mineral, y luego de dormir esa noche, iniciar el próximo día comiendo algunas frutas frescas (no ácidas), para gradualmente volver a nuestra alimentación habitual. (Consejo: hacer esto en un día de plena actividad. Realizar un ayuno en domingo será triste y antisocial.)

Otra opción es adoptar algunas conductas para aliviar el esfuerzo de estos últimos días. Un sistema digestivo que seguramente trabajó horas extras para procesar cantidades excesivas de alimentos y bebidas que le llegaron bruscamente, merece vacaciones.

  • Si la propuesta anterior (que es la mejor), de ayunar durante 36 horas resulta difícil, intente ayunos intermitentes. Personalmente suelo utilizar la opción de 16 x 8: consiste en no ingerir alimentos desde la cena del día anterior hasta pasadas 16 horas continuas solo con abundante agua. Cumplido ese período comer normalmente durante la ventana de 8 horas. Se puede repetir durante dos o tres días.
  • Comer despacio y masticar lo suficiente cada bocado. (Masticar los líquidos y beber los sólidos).
  • Dejar pasar al menos dos horas después de comer o de cenar para acostarse.
  • Reducir el consumo de alimentos grasos y evitar los muy salados.
  • Limitar las salsas muy grasas elaboradas con huevo, exceso de aceite, frituras, crema, queso o mayonesa.
  • No consumir muy seguido grandes cantidades de azúcar o de dulces, ya que la digestión se demora.

¡Feliz año nuevo!

Edgardo Caramella

Autor del libro La dieta del Yôga, editorial Kier.