Foto por: Michał Parzuchowski

Estamos en momentos de cuarentena. En todos los países, hemos necesitado recluirnos por un fin no discutible: cuidar la vida.

Especialmente en los ámbitos urbanos, grupos familiares, parejas y algunos que habitan solos debieron adoptar un estilo de vida diferente a su rutina habitual. En algunos casos, costumbres sostenidas durante años, con horarios, actividades y dinámicas repetidas, tuvieron que alterarse de un momento para otro.

En el conjunto de alternativas de convivencia, nada es perfecto. Los que pasan sus días en soledad tienen menos problemas de espacio, pero añoran la proximidad con otros. Aunque la tecnología nos ayuda, no reemplaza el calor humano.

Los que conviven con otros integrantes de su familia sienten que, con el paso de los días, las casas (especialmente los departamentos) se perciben cada vez más pequeñas.

La tensión que esta situación va generando es similar al proceso del pedernal, una roca silícea dura que ya era utilizada en la Edad de Piedra para hacer fuego. Al ser raspada con otra roca o con un trozo de metal, genera chispas. Si alguna de estas chispas cae sobre algo que pueda encenderse, tendremos una hermosa hoguera en escasos minutos.

Es un buen momento para entrenar la prudencia. Una palabra que se escucha poco, pero que define una actitud de sabiduría que es necesario incorporar, especialmente en estos tiempos.

La prudencia es lo que diferencia la acción pensada del impulso, y a quien actúa con certeza del exaltado. Como claramente menciona André Comte-Sponville: en el fondo es lo que Freud llamará el principio de realidad, o al menos es la virtud correspondiente a él: se trata de disfrutar lo más posible, de sufrir lo menos posible, pero teniendo en cuenta las obligaciones y las incertidumbres de la realidad. Así, la prudencia en el hombre tiene la misma función que el instinto en los animales, y, según Cicerón, que la providencia en los dioses.

La prudencia, para los antiguos filósofos, no se limitaba a evitar los peligros, que es la forma de interpretación actual. Era la sabiduría para usar la paciencia y la anticipación.

Es un buen recurso para evitar las chispas de la convivencia continua, aumentada en las situaciones de estrés y poco espacio físico.

Tal vez, al finalizar la lectura de este texto sea el momento para preguntarle a alguien con quien estamos conviviendo, cómo se siente bien, si quiere conversar… O, usando otra forma de comunicación, acercarle un rico desayuno a la cama.

Puede ser el comienzo de un lindo día y de una charla que hace tiempo tenemos olvidada. Pueden ser buenos momentos para fortalecer relaciones y muy útiles para entrenar la virtud de la prudencia.

Hasta la próxima semana.