La pérdida de tiempo más lamentable que sufrimos es la motivada por la negligencia, afirmaba Séneca en una de sus cartas a Lucilio. Con esas cartas Séneca buscaba ayudar a su amigo a ser menos emocional, más disciplinado, más ordenado y, en ese proceso, aprender a vivir mejor.

A pesar de los siglos transcurridos desde entonces, la dificultad para administrar el tiempo sigue siendo un poderoso estresor. Observemos que no estamos hablando de un tiempo que nos fue robado, por el contrario, es un tiempo que nosotros mismos hemos perdido.

Deberíamos darnos cuenta de que hemos desperdiciado fragmentos de nuestra vida, que nunca recuperaremos.

También es cierto que la valoración del tiempo es relativa al momento o etapa que cada uno está atravesando. Cuando tenemos pocos años sentimos que nos queda mucho por vivir, que nos sobra tiempo. Esa sensación hace que ni pensemos en ello como un gran valor, ni siquiera en la muerte como fin de la vida, dado que en ese momento la vemos demasiado lejana. Tan lejana, que corremos mayores riesgos pensando, con arrogancia, que ese final nunca llegará.

Sin embargo, al avanzar en edad, la percepción de la inevitable partida se asocia a un proceso del cual no podremos escapar, y en consecuencia el buen uso del tiempo crece en importancia.

Interpreto que la negligencia que mencionaba Séneca, relacionada con la pérdida de tiempo, consiste en gastar el tiempo haciendo las cosas mal o de cualquier forma, sin el deseo ni la intención de hacerlas de manera cuidada, en un proceso de autosuperación constante.

En general, si analizamos la cantidad de años que vivimos y las pocas cosas que hemos realizado, descubrimos que “vivimos viviendo”, y que dentro de esa película de vida la mayor parte del tiempo fue un transcurrir diario y monótono.

Platón planteaba este dilema desde un alcance moral: “cómo pretender continuar viviendo después de la muerte si antes de morir desperdiciamos tanta vida en cosas que ni siquiera conseguimos recordar”. Como vemos, el uso y la administración del tiempo ya formaba parte de los debates de los antiguos filósofos tanto como preocupa en la actualidad.

Administremos el tiempo, sin estar presos del reloj y transformándolo en algo que sea parte del disfrute y no un factor de opresión. De esta forma lograremos que el último día sea la culminación de una sucesión de fragmentos de tiempo constructivos, disfrutados y recordados plenamente.

Probablemente el tiempo sea lo único que podemos expandir o reducir, en forma proporcional al desarrollo de nuestra conciencia. En el estado de meditación, esta relación de vivencia y tiempo se comprende en forma empírica, sin necesidad de palabras. Un segundo de tiempo medido por reloj puede representar una enorme experiencia de vida que trasciende los límites de la temporalidad asignada a nuestra existencia.

Debemos apoderarnos del tiempo para vivir más y mejor. Cambiar el paradigma por el cual pensamos que hay que prepararse para la muerte, e instalar actitudes que nos preparen para la vida.

Como decía Sartre: “no perdamos nada de nuestro tiempo. Quizás los hubo más bellos, pero este es el nuestro”.

Hasta el próximo encuentro.