Foto por Loic Djim

Es un domingo que se acaba. Se me ocurre que, si los días fueran como las personas, este ya estaría preparándose para irse a dormir, dándole paso a un nuevo lunes que, como lo hace cada siete días, desea llamar la atención por diversos motivos.

Para muchos es el día de los comienzos, de las promesas recurrentes e incumplidas de cada semana, del proyecto de cambio esperado con júbilo, de reorganizar la agenda para encontrar el espacio de tiempo que permita hacer la actividad postergada.

Son tantas las cosas que se dejan para los lunes. Y esto se repite con otros plazos. Constantemente dejamos para más adelante, para la otra semana, mes, año. Como si tuviéramos la certeza de poder regular el futuro y postergar, siempre postergar.

Mary Singleton escribió un poema relacionado con el tiempo sumamente ilustrativo de esta vocación de dejar para más adelante: «Ah, todo llega a los que esperan”, me digo eso para alegrarme un poco, pero algo me responde con suavidad y tristeza, “llega, pero a menudo llega demasiado tarde”.

El escritor DeRose, gran emprendedor y generador de un movimiento cultural de fuerte influencia en el mundo, sugiere incorporar el “sentido de urgencia”, aclarando que no se trata de vivir presos del estrés o la neurosis sino, por el contrario, vivir con plena conciencia del valor del tiempo y la necesidad de aprovecharlo al máximo para poder construir y materializar nuestras aspiraciones y deseos. Eso nos permitirá ser más útiles en este mundo que habitamos y nos brindará mayor calidad de vida al alimentar una buena autoestima y la satisfacción de conquistar nuestras metas. No hay mayor desazón que la que sentimos al acumular deseos no logrados debido a su recurrente postergación.

Escribí este artículo en el aeropuerto de Belo Horizonte, a las 24 horas de este pasado domingo, en una de las dos escalas que tuve que realizar a mi regreso de Goiania, Brasil. Fue un viaje de tres días de intensa actividad, con cursos, reuniones, exámenes de emprendedores, encuentros sociales, fiestas, cenas. Hice una revisión mental de lo ocurrido y comprobé que no hubo tiempo perdido ni actividades postergadas. Nada dejó de hacerse y me sentí feliz. Experimenté una sensación de realización muy gratificante que compensó mi cansancio y lo reemplazó.

Sonreí al encargado del bar, pedí un café y reinstalé el deseo de disfrutar de este presente ¡haciendo más! Mientras me dejaba llevar por las imágenes de lo acontecido en el fin de semana, miré el reloj y observé que mis pensamientos del futuro ya eran parte de mi pasado. Revisé mi agenda, reprogramé actividades y optimicé las rutinas diarias para los próximos meses. Como un tesoro que todo el mundo desea, encontré yacimientos de tiempo perdidos.

Por eso recomiendo que administremos el tiempo, que logremos ser amos y amigos del tiempo. En caso contrario, se transformará en nuestro propio enemigo.

Hasta la próxima semana. (¡Y no dejes de leerme por “falta de tiempo”!)