La meditación, la mente y el agua

Cuenta una leyenda que un Maestro estaba conversando sobre meditación con sus discípulos, a la vera de un río. En su deseo de ilustrar con ejemplos lo que trataba de enseñar, pidió a uno de sus alumnos que fuera hasta el río y le trajera una copa llena de agua.
Velozmente, el joven discípulo corrió hacia la costa, llenó la copa con agua y se la
acercó con premura al Maestro, quien le agradeció con una amable sonrisa, la tomó, la elevó hasta la altura de sus ojos y observó el contenido.

-¿Qué piensan? ¿Podré beber el agua?- preguntó a los discípulos.
Al unísono, todos respondieron que no, que no era aconsejable hacerlo ya que el agua estaba muy turbia.

El Maestro aceptó la recomendación, dejó la copa con agua a su lado y continuó con sus enseñanzas. Al cabo de unos minutos, repentinamente miró nuevamente la copa, la elevó para que sus discípulos pudieran observarla y otra vez preguntó:
-¿Y ahora, puedo beber el agua?
-Sí, Maestro- respondieron todos-, porque ahora las impurezas se han depositado en el fondo y el agua está límpida.

-Muy bien- dijo el Maestro-, de la misma forma, al disponernos a meditar, la inhibición de pensamientos e ideas que logramos al concentrarnos y estabilizar la conciencia sobre un único estímulo, en lugar de saltar de uno a otro de manera incesante, reduce la dispersión y aclara la mente. En general las inestabilidades no son propias, no fueron generadas por nuestra mente, pero están allí creando una enorme y constante polución perturbadora.

-Además- agregó el Maestro-, cuando mirábamos la copa con el agua todavía turbia, no conseguíamos ver a través de ella. Pero, al esperar que se asentara lo que la enturbiaba, pudimos mirar a través del elemento agua y observar lo que había del otro lado de la copa con mayor precisión y objetividad. Si ahora agitáramos nuevamente el agua, los sedimentos volverían a enturbiarla y las imágenes de la realidad se verían nuevamente distorsionadas.
Así como en el ejemplo del agua, nuestra mente está en todo momento colmada de perturbaciones e influenciada por oleadas de energía emocional que potencian la inestabilidad, dificultando ver las cosas con objetividad.
Al sentarnos para meditar, en primera instancia buscaremos un elemento sobre el cual concentrarnos y de esta forma haremos que se aquieten las inestabilidades, como ocurre con los sedimentos que enturbian el agua.

Con el entrenamiento disciplinado lograremos que el objeto sobre el cual tratamos de concentrarnos deje de tener atributos y sea una simple referencia donde estabilizar la conciencia. Lo importante es enfocar la atención y sostenerla en el tiempo.

Una dificultad habitual en el practicante que se inicia son las expectativas de hacerlo pronto y bien. Hay que deponer esa actitud, que es estresante. El estado de meditación genera un intenso bienestar, alejado de la ansiedad y el estrés. Más que tratar de forzarlo, lo que hay que hacer es esperarlo con entusiasmo, con ganas de avanzar hacia una felicidad progresiva.

La voluntad del saber y el hacer.


En general, todos queremos conquistar metas y resultados. Sabemos que en nuestro actual mundo tan competitivo, para lograrlo, debemos no únicamente saber la teoría, también es necesario saber hacer.

El primer punto empieza con el descubrimiento y la aceptación que se aprende en la acción, y para ello debemos ejercitar y fortalecer nuestra fuerza de voluntad conscientemente. Esta fuerza se manifiesta de muchas formas: como un deseo de éxito que abarque todos los campos, con el sentimiento más definido de quiero hacerlo y lo haré o motivados por el espíritu de compromiso a realizar aquello que consideramos de suma importancia para uno o para otros.
Lo difícil es que esta intención no se acabe en el deseo y que pronto, otro nuevo deseo apague o sustituya el anterior y así pasemos el tiempo saltando de deseo en deseo, sin concretar nada y sufriendo después la sensación frustrante del fracaso o de la típica culpa. Por ello, al llegar la idea que fortalece el deseo debemos ponernos en acción y utilizar ya esa energía creativa.

La voluntad puede representarse como tenacidad, resolución o terquedad en la
búsqueda de un logro personal. Yo considero que es un potencial que se activa
mediante disciplina y entrenamiento. Es como la energía eléctrica que sabemos que está en el ambiente y debemos actuar sobre ella para generar luz o calor. Tratándose de la voluntad, para que funcione y sea una fuerza transformadora de simples deseos en realizaciones concretas, debemos entrenarla e insisto, fortaleciéndola en la acción.

Entrenada, será una potencia que nos ayudará a movilizar los poderes que poseemos y no siempre aprovechamos. No tenemos en cuenta que existen muchos aspectos que deben ser considerados para nuestro entrenamiento. Un cuerpo físico que necesita de buena alimentación y energía para moverse como deseamos, un plano emocional que debemos alimentar de buenos estímulos para que genere emociones y pensamientos constructivos, intuición y otros aspectos más sutiles que hacen parte de nuestra complejidad estructural. Busquemos realizar entrenamientos integrales que unan todas nuestras capacidades, alineándolas en la dirección deseada y con miras a un conocimiento que integre la acción a la teoría.
Debemos comenzar con pequeñas metas y pequeños logros. Sin espasmos, de forma continua, reforzando la autoestima, venciendo los temores que en la mayoría de los casos están ligados a condicionamientos por fracasos anteriores o influencia cultural.

Generar una mente firme y una actitud de confianza que nos permita tomar decisiones propias, con base en la intuición y la experiencia propia más que en consejos de dudosas fuentes que prometen resultados que ellos mismos no han conseguido. Como menciona Nassim Taleb: «la destreza para hacer cosas es diferente de la destreza para venderlas».

Para reforzar nuestra autoestima, independencia de criterio y autosuficiencia es necesario combinar el saber y el hacer con la voluntad de poner las manos a la obra sin demora. Con sentido práctico el escritor DeROSE nos recomienda: “están los que se sientan y lloran y están los que se levantan y hacen”. ¡Hasta la próxima semana!

Epigenética y autonomía en el DeROSE Method

DeROSE Method es un sistema que fortalece a la persona en todos sus aspectos, le permite avanzar hacia un estado de mayor autoconocimiento y, en consecuencia, gobernar mejor su vida, superándose y construyendo un porvenir con mayor libertad y autosuficiencia.

Dentro de este proceso de superación, la epigénetica y la autonomía son elementos importantes que interactúan entre sí. Conocerlos nos permite administrarlos mejor y utilizarlos en forma positiva.

La epigenética ha cobrado gran notoriedad en el mundo científico como consecuencia de los avances generados por el Proyecto Genoma Humano, que en el año 2003 logró la primera secuencia del genoma humano, completada en 2021 gracias a nuevos avances tecnológicos.

¿Qué es la genética? Es la ciencia de la herencia. Estudia los caracteres hereditarios de los individuos, su transmisión a través de las generaciones y sus mutaciones o variaciones.

Todos nosotros provenimos de una célula resultante de la fusión de un óvulo y un espermatozoide. La célula generada por esa unión tiene un pequeño núcleo donde se encuentran las cadenas de ADN. El ADN de esa primera célula es heredado, con un 50 % de la madre y otro 50 % del padre.

Esa célula es única, y su ADN también es único. En la cadena de ADN de aquella primera célula se encuentra toda la información necesaria para dirigir la evolución del organismo. Esa información está contenida en el ADN de manera similar a la información que se graba en la memoria de una computadora.

La epigenética analiza cómo factores ambientales y comportamentales pueden afectar, sin que se altere la secuencia del ADN, la forma en que se expresan los genes. Estos cambios, que generan efectos en la salud y el desarrollo de un organismo, pueden producirse por la dieta, el estrés, el ejercicio físico, la exposición a toxinas, los estados emocionales y otros factores. La propia palabra utiliza el prefijo griego epi, que significa ‘sobre’, ‘por encima de’, por lo tanto indica que esta disciplina está por encima de la genética.

En términos generales, los genes se pueden comparar con los libros de una biblioteca. Cada libro contiene determinada información, pero esa información es potencial hasta que nos decidamos a tomarlo y abrirlo: en ese momento, cuando comencemos a leer, algo se modificará en nosotros.

El ADN cuenta con una especie de interruptores que se encargan de abrir esos libros y permitir que se exprese la información que estaba guardada. Los interruptores, que integran el epigenoma, están controlados por el entorno y en constante interacción con él.

Esto es posible por la reprogramación del ADN. El ADN es una molécula que se encuentra en el interior de las células, generalmente en el núcleo. Es responsable del funcionamiento y desarrollo de un organismo y constituye el medio de transmisión de la información genética de una generación a la siguiente.

El principio central de la epigenética establece que, si queremos cambiar la expresión de los genes, lo que tenemos que hacer es modificar el medio ambiente.

La epigenética de acuerdo a las informaciones científicas que se han conocido nos da una perspectiva muy alentadora, que nos libera del determinismo genético.  

El doctor Bruce H. Lipton, profesor universitario e investigador especializado en biología celular, se ha basado en sus experimentos —junto a los de otros líderes en el campo de la biología— para examinar minuciosamente los mecanismos con los cuales las células reciben y procesan información. Los resultados de sus estudios han cambiado radicalmente la visión del funcionamiento de la vida por medio de dos nuevas corrientes científicas: la transducción y la epigenética. Su trabajo pretende demostrar que los genes y el ADN no controlan nuestra biología, como lo enunciaba la escuela de determinismo genético o herencia, sino que están influidos por señales externas, incluyendo los mensajes energéticos emanados de los pensamientos positivos y negativos.

Este nuevo concepto establece que el cuerpo puede cambiar si cambia la forma de pensar. Estas nuevas ciencias, la transducción (transformación de un tipo de señal en otro: un organismo lee la señal del medio ambiente y la traduce en comportamiento y genética) y la epigenética (‘por encima de la genética’) sugieren que los estímulos energéticos que recibimos del medio ambiente inciden en nuestra calidad de vida. Estos descubrimientos fortalecen el concepto de que los pensamientos positivos son un elemento muy importante para una vida feliz y saludable.

En la actualidad, la biología confirma varias de las apreciaciones o postulados que nos legaron antiguas filosofías, que aprendían de su hábitat, la naturaleza, y gracias a una aguda observación empírica y una gran intuición percibieron la importancia de los pensamientos, los hábitos de comportamiento, la influencia del entorno que habitamos y el poder de los grupos o comunidades que integramos.

Teniendo conciencia de estas influencias el DeROSE Method es muy eficiente al proporcionarnos un pensamiento crítico y recursos para colocar la epigenética en práctica, revisando nuestros condicionamientos y fortaleciendo la autonomía en la toma de decisiones. Recordemos que vivir es un constante elegir.

Definir la autonomía.

Nuestras imperfecciones nos ayudan a tener miedo.Tratar de resolverlas nos ayuda a tener valor. Vittorio Gassman

Con especial sutileza, el escritor francés Antoine Saint-Exupéry presenta en su obra El Principito estas palabras que el zorro arribado de otro planeta dice al joven protagonista: “He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible a los ojos”.

La frase adquirió popularidad y comenzaron a usarla incluso quienes no habían leído el libro. Tal vez porque constituye una observación que toca la sensibilidad humana y nos permite reflexionar sobre el valor de las cosas que consideramos simples, muchas de las cuales se desvalorizan por una razón: las tenemos, y no nos costó nada obtenerlas. Convivimos con ellas y sólo se aprecian en su total magnitud cuando las perdemos.

Veamos un ejemplo: respirar. Es un acto automático, una función vegetativa que utilizamos durante toda la vida y a la cual sólo damos importancia si algo nos impide llevar el aire vital a nuestros pulmones. En ese instante seríamos capaces de todo con tal de obtener una bocanada más de oxígeno…

¿Por qué será entonces que precisamos la eventual crisis para valorar aquello que hasta puede ser determinante en nuestra vida? ¿Por qué demoramos tanto para modificar aspectos de la conducta que nos pueden llevar a la pérdida de aquello que sabemos fundamental?

Tal vez la respuesta sea que vivimos en automático, repitiendo modelos, influenciados por férreos paradigmas, sin detenernos a pensar. En otros momentos debemos ejercitar el no pensar, para percibir intuitivamente el verdadero valor de las cosas que son fundamentales para cada uno.

Con los años, empezamos a reflexionar con melancolía sobre cuántas de esas cosas verdaderamente importantes perdimos o no realizamos por estar detrás de otras de menor importancia. Metas sobre las cuales proyectamos nuestras propias fantasías, convenciéndonos de que nos traerían la tan ansiada felicidad.

En este punto podría parecer que este escrito conducirá al desánimo; sin embargo, la buena noticia es que siempre estamos a tiempo de ordenar nuestras prioridades y trabajar por ellas.

Equivocadamente solemos creer que la vocación de cambiar y mejorar es exclusiva de los años de juventud. Hoy, la neurociencia refrenda lo que antiguas filosofías nos indicaban mediante el conocimiento empírico: tu cerebro puede seguir aprendiendo y cambiando hasta el último día de la vida. El biólogo Estanislao Bachrach nos dice que no importa qué te haya pasado o qué genes te hayan tocado; tu mente, la forma en que usás tus pensamientos, puede modificar la estructura y anatomía del cerebro. Es la capacidad denominada neuroplasticidad.

Claro que nada es producto de la magia: es parte de una vocación de seguir superándose siempre. El Método DeRose nos proporciona aprender a gestionar y reprogramar hábitos y emociones utilizando la epigenética en práctica. Otras herramientas son las técnicas de concentración y meditación, pudiendo reconocer condicionamientos y modificarlos, conquistando una apreciación más clara de nuestras verdaderas prioridades y, en consecuencia, avanzar hacia una definida autonomía.

Aprender más, cuando sabemos más.


Hace un tiempo escuché hablar del concepto Equipo Rey, que para llamar la atención utiliza la similitud fonética con el nombre de la tragedia griega de Sófocles Edipo Rey.

La expresión dio nombre a la tendencia ya instalada de valorizar la opinión de los integrantes de un equipo, a la hora de tomar decisiones. Este funcionamiento grupal modificó de manera sustancial las formas de liderar y reemplazó un fuerte paradigma: el concepto de verticalidad en las estructuras sociales.

Sabemos que, siempre que hay cambio de paradigma, todo vuelve a cero y se hace necesario reaprender formas innovadoras para alcanzar resultados positivos.

En la actualidad existen variadas formas de liderar con menos método y concediendo mayor importancia a la intuición y flexibilidad de los que tienen esa responsabilidad.

Ahora bien, sabiendo que el poder del equipo ha crecido y las decisiones compartidas pasan a tener mayor valor que las de un líder, debemos potenciar esta nueva manera de convivencia y productividad. Observemos, por ejemplo, los equipos deportivos: es fácil advertir que la solidez en la unión de los integrantes no basta, debe haber además un constante entrenamiento. Este entrenamiento no puede ser relativizado; por el contrario, debe ser intenso, práctico, constante y con chequeos de resultados.

El mayor problema surge en los casos de equipos que no son estables, están integrados por especialidades diferentes y no están constantemente juntos para mantener entrenamientos que fortalezcan al grupo. Uno de los ejemplos clásicos son los hospitales, donde en los casos de urgencia intervienen diversas especialidades, en general varios de los integrantes del equipo convocado no se conocen y deben tomar decisiones cruciales sin tiempo para discutirlas, con el estrés que esto causa.

Amy Edmonson, autora del libro Extreme Teaming: Lessons in Complex, Cross-Sector Leadership, menciona el recordado caso de los mineros atrapados durante sesenta días en una mina en Chile, situación que exigió tomar decisiones urgentes, acordando entre personas de distintas culturas, orígenes y profesiones.

Estos casos extremos han demostrado que es posible superar un condicionamiento que generalmente nos impide utilizar los talentos de todos los integrantes de un grupo. La dificultad consiste en aprender cuando uno ya sabe, y para superarla se recomienda aplicar la llamada humildad situacional.

Analizar situaciones de crisis extremas puede sernos de gran utilidad para buscar formas innovadoras de funcionamiento en nuestra realidad laboral. Al fin de cuentas siempre debemos propender a la unión, que nos hace más fuertes. Alguien dijo alguna vez: “ese hombre no me gusta mucho, debo conocerlo mejor”.

Hasta la próxima.

Una reflexión sobre el pasado, el futuro y la fidelidad.

El tiempo nos mantiene suspendidos entre un pasado que ha dejado de ser y un futuro que todavía no es. La propia repetición de esta situación nos muestra que aquello que dura o se repite solamente se reproduce si hay cambio. Además, como no hay nada que comience que no tenga que terminar, lo real siempre resulta ser nuevo y el mundo se presenta como una novedad absoluta y constante.

En consecuencia podríamos decir que el futuro siempre es y será infiel y volátil.Lo difícil es comprender que para vivir con lo inquietante del futuro y lo ya conocido del pasado precisamos un elemento: el olvido.

En frases atribuídas a Epicuro el filósofo afirmaba que en el movimiento del tiempo existe el puerto de la memoria. Sin embargo, debemos reconocer que el olvido puede ser un puerto más seguro y, en primer término, una especie de solución fácil.

Ahora bien: para poder ser fieles, primero debemos recordar. Los pensamientos o experiencias vividas corren el gran riesgo de perderse si no hacemos el esfuerzo de conservarlos. Olvidar puede ser una solución, pero el recuerdo, la memoria y la fidelidad a lo vivido nos permiten el análisis, la observación en perspectiva y el aprendizaje necesario que favorece la superación.

Además, guardar en un lugar de fácil acceso las experiencias gratas -casi siempre ligadas al amor- a las cuales volver para saborearlas, es valioso en tanto esas memorias van ofreciéndonos sabores diferentes a medida que el tiempo pasa. Nuestra perspectiva de análisis incluso puede cambiar al evocarlas.

Aquí podríamos incluir la fidelidad como una virtud, la de la potencia de la memoria. La memoria reflexiva que de la mano de la fidelidad nos conduce al camino del autoconocimiento. No existe pensamiento sin fidelidad y sin la acción que conlleva hacerlo: para pensar, no solo hay que recordar, sino querer recordar.

Entre las fidelidades, hay una muy vinculada a la preservación de las antiguas tradiciones: es la del que se compromete en la transmisión del conocimiento recibido, sin alterarlo. Esta fidelidad logró traer hasta nosotros saberes que se habrían perdido en el implacable desgaste del tiempo.

Hay otra fidelidad que tenemos más presente, y es la que afecta a las relaciones afectivas interpersonales. Muchísimo se ha dicho, escrito, filmado, representado en infinitas obras teatrales y experimentado en tantos vínculos como seres humanos han existido, que no me siento capacitado para sumar más opiniones o reflexiones. Además, cada ser humano es un conjunto de sensibilidades, interpretaciones y niveles de conciencia tan singulares que, sumadas a las culturas y paradigmas sociales que influyen sobre ellas, sería imposible ordenarlas en forma de comportamientos.

Podemos concluir pensando que tal vez el verdadero amor infiel es el amor olvidadizo. El amor que reniega de lo que ha amado y busca no recordar, porque si lo hace se detesta y no consigue estar en paz. Preguntarnos, sin certeza de tener la respuesta, ¿será verdadero amor…?
Más que respuestas, prefiero fortalecer la memoria y la fidelidad que de ella surge, y decir entonces: eres libre de amarme tanto como desees, propongámonos no olvidarnos.

Hasta la próxima

Es más importante saber que creer.

Hace unos días conversaba con un joven especialista en marketing y comunicación. Algunas cosas surgidas en la conversación me llevaron a entender que a pesar de los millones de dólares que se invierten en publicidad, la decisión al momento de comprar un servicio o producto es más un fenómeno social y emocional que publicitario.

Conscientes de este fenómeno, las marcas intentan transformarse en movimientos, en corrientes de identificación con valores o actitudes. Esto ha pasado a ser más importante que publicitar el producto y sus beneficios particulares.

También es consecuencia de que los productos de un determinado tipo son muy parecidos entre sí. Tomemos como ejemplo los teléfonos celulares o los autos. Los modelos y las prestaciones son tan similares que podemos confundirlos. Lo que prevalece son las tribus que, por una u otra causa (no siempre explicable), se enamoran de una u otra tendencia, y por ello se utiliza la mayor creatividad posible para generar ese sentido de pertenencia. El teléfono ya no se vende por sus atributos técnicos sino por cuestiones más subjetivas, que pueden significar status, estilo de vida, modernidad, etc.

Hasta aquí, no estoy planteando nada novedoso. Lo que comienza a definirse y resulta interesante para mí es que, paralelamente, crece una especie de contracorriente de personas que no rechazan el consumo y el confort, no son antisistema, pero eligen con más independencia, como una forma de defender su autonomía y libertad personal. Una actitud que se utiliza como vacuna preventiva contra la saturación producida por la manipulación y la información tendenciosa.

Apliquemos la lógica: pocas personas elegirían un médico u odontólogo por publicidad en Internet o por un anuncio en una revista; la gran mayoría lo hace por recomendación de un amigo o familiar que ya ha probado el servicio que brinda ese profesional. Son personas que basan sus decisiones en las experiencias que les brindan sus allegados. Filtran la información y consumen lo que está previamente validado por opiniones confiables.

Siempre el rumor existió, y siempre hubo hábiles generadores de rumores. Ya en 1998 la Revista Newsweek definía el rumor como un comentario infeccioso: un estado de asombro de la gente, sobre una persona o cosa atractiva.

Hoy todo el mundo está interconectado, el rumor viaja velozmente por redes de
comunicación. Más de 7.000.000.000 de personas reciben y redistribuyen información. El mundo se ha transformado en nuestro barrio.
Los influencers se han profesionalizado y actúan utilizando el poder de credibilidad que les brinda su fama, formación académica o éxito alcanzado. Son activos nodos generadores de tendencia. Los políticos se banalizan al punto de lo ridículo, porque pareciera que lo más valioso es ser caras populares.

Sea de la forma que sea, estamos a merced de estrategias y tácticas que constantemente buscan inducirnos y hacernos creer que tomamos decisiones propias al instalar una idea, una necesidad y un condicionamiento.

No es mi área el marketing ni las redes sociales, pero sí me importa el hombre, el
autoconocimiento y cómo avanzar hacia la libertad que de ello emerge.
¿Qué podemos hacer para tener mayores certezas y ser menos vulnerables ante este constante bombardeo de información tendenciosa y poco verdadera? En primer lugar, fortalecernos física, emocional y mentalmente. Con esa base estructural tendremos la energía, la fuerza vital y la autoestima necesarias para ser librepensadores. Así como seleccionamos nuestros alimentos para no intoxicarnos, debemos hacer lo mismo con lo que leemos, escuchamos y las personas con las que nos vinculamos.

Saber es más importante que creer y, como no nacemos sabiendo, todo requiere constante entrenamiento, aprendizaje y experiencia. Es más valiosa nuestra propia experiencia que confiar en ensayadas disertaciones de quienes afirman tener todas las respuestas.
Hasta la próxima.

¡Mi vida no tiene sentido!

Fotografía por: Chris Lawton

Muchas veces escuchamos estas palabras, y hasta es posible que las hayamos dicho en forma automática, sin prestar verdadera atención a lo que significan. La expresión sirve de llamado de atención para mostrar que estamos en crisis, con la sensación creciente de haber perdido el rumbo. Coincido con estudiosos y pensadores que perciben esto desde dos aspectos centrales: la dificultad para expandir y profundizar los vínculos personales más importantes y los problemas existentes para generar y mantener armonía en las relaciones humanas y hacerlas más inclusivas.

En la necesidad de priorizar la síntesis y la velocidad, se tropieza con el inevitable deterioro que producen la frivolidad y la superficialidad. Esto se observa en esta sociedad líquida y la nueva manera de vincularnos, sin detenernos en hechos tan simples como, por ejemplo, escuchar la explicación del otro cuando conversamos, o los contenidos de un mensaje que no se encuadre en la síntesis máxima.

Todos sabemos y sentimos que somos seres gregarios, sociales, colaborativos y que nuestro crecimiento como sociedad está basado en la unión de fuerzas de individuos que, en soledad, poco podrían haber realizado. La construcción de vínculos con cimientos sólidos requiere una inversión de tiempo y cuidado.

Esta crisis que conlleva entre otros elementos la dificultad de establecer buenos vínculos produce un padecimiento mayor que el normal frente a las situaciones. Todos sabemos que los amigos, el afecto dado y recibido, en general nos permite superar mejor las tristezas y los malos momentos. Además, es una forma de mejorar la relación que tenemos con nosotros mismos.

Como todos deseamos huir del dolor y buscar la gratificación del placer, los recursos más buscados son la distracción, el consumo exagerado, el trabajo obsesivo, u otras formas de evasión de la situación. No censuro la utilización de la distracción momentánea, siempre que se realice sabiendo que no es más que una pausa breve que no conduce a una solución.

Regresemos a la expresión mi vida no tiene sentido. Si estamos sintiendo eso, debemos poner en práctica un cambio de paradigma y comprender que no es la vida la que carece de sentido, es el ser humano el que no le encuentra sentido a su propia vida. En ese momento es cuando el autoconocimiento constituye la vía de transformación necesaria y verdadera para descubrir con alegría y optimismo ese sentido de vivir que necesitamos recuperar. Como toda crisis, es una oportunidad de cambio maravillosa.

En lo personal, busco el reencuentro conmigo mismo. Cocinar una rica comida, escuchar buena música, tal vez un buen libro o una película gratificante ayuden a completar la velada.  A partir de allí, la perspectiva cambia y generalmente la vida empieza a tener más sentido. 

Hasta la próxima semana.

Liderazgo: poder o autoridad.

Desde mis primeros años de vida, observé con atención la capacidad de algunas personas que de una u otra forma tenían clara ascendencia sobre las otras, influyendo sobre ellas y generando que siguieran sus pasos o indicaciones. Por algún motivo me sentía especialmente atraído por la fuerza de esos referentes de liderazgo; tal vez como consecuencia de haber crecido en una familia en la cual predominaban personalidades fuertes, enérgicas y comprometidas con convicciones éticas sostenidas con firmeza y frecuentemente con altas dosis de terquedad.

Entre mis principales referentes, destaco a mi abuelo materno, un clásico exponente de la burbujeante sangre italiana, y a mi madre, que heredó los mejores genes de esa cultura apasionada, fuerte y protectora.

En ese molde fui creciendo, incorporando esos valores y ocupando lugares de conducción, a veces sin desearlo -al menos desde lo consciente-. Indudablemente, esa incorporación desde la niñez de la necesidad del compromiso y la lealtad a los ideales, como valor ético inquebrantable, generó que terminara liderando espacios diversos en prácticamente todas las tareas que me ha tocado desarrollar.

Mi estilo siempre fue, ir primero, avanzar sin dejar que crezca el desánimo o la flaqueza. Esfuerzo, trabajo y compromiso. Un estilo que se corresponde con la cultura familiar y la época que fue el molde de mi formación.

Esta relación con la función de liderar, la experiencia de los años ya vividos y el rápido cambio que va experimentando la sociedad, me hacen considerar que existen otras formas de conducir y, paralelamente, otras necesidades en aquel que es liderado.

Las relaciones interpersonales, los paradigmas, la tecnología, las formas de comunicarnos, la velocidad, la necesidad de mayor calidad de vida, son elementos que nos mueven a adaptarnos constantemente. Tal vez a una velocidad que en la mayoría de los casos nos supera y es causal de estrés.

Estos veloces y necesarios cambios de paradigmas nos llevan permanentemente a valor cero, como asegura el célebre futurólogo Joel Barker, lo que constituye una experiencia única, ya que nos da la posibilidad de aplicar la capacidad heurística a pleno y crear algo nuevo o recrear algo que ya se hace o existe.

¿Y qué podemos hacer en nuestras acciones de liderazgo? En primer lugar, considero fundamental  diferenciar claramente dos conceptos sobre los cuales debe ponerse atención: poder y autoridad.

James Hunter describe con mucha claridad la diferencia entre estos dos conceptos que a veces son considerados sinónimos. Poder puede obtenerse por diferentes formas, y no siempre el que tiene el “poder” posee autoridad ante sus liderados. En cambio, autoridad es una jerarquía indiscutida y aceptada por los liderados, obtenida en base a los méritos del que la posee, las acciones que realiza y principalmente como se relaciona con los demás.

Considero que nos encontramos en el momento de establecer liderazgos sólidos, basados en la autoridad que brinda el compromiso, escuchando siempre a los demás, desarrollando una fuerte base ética y estimulando a los liderados a superarse en todos los aspectos y brindando espacios que permita su crecimiento. Es simple, si logramos personas felices, lograremos resultados felices.

Hasta la próxima.

Prestar atención a la atención

Foto por Guillaume Bolduc

Pensemos en un músico, un piloto, un luchador, una bailarina de ballet o un cazador. Cada uno de ellos ha entrenado su atención para procesar señales que a otro le pasarían inadvertidas. De su concentración dependerán los resultados. Al lograr que la energía fluya hacia un solo punto, enfocándonos y extendiendo el tiempo de concentración, multiplicamos la capacidad mental y afinamos la percepción.

Ese tiempo sostenido es el que determina lo que entra o no en el ámbito de nuestra conciencia. Como si, en ese proceso, se abriera una ventana por la cual observamos el fenómeno en toda su dimensión.

También pueden llegar diversas distracciones. Puede ocurrir que seamos influenciados por recuerdos, pensamientos y condicionamientos, generadores de sentimientos y emociones que podrán ser factores de peso en la percepción.

Por ello, en la misma situación, frente a condiciones objetivas exactamente iguales, cada persona que enfoca su atención percibirá algo diferente. Obtendrá una percepción única del fenómeno y por eso luego actuará en forma particular.

Milhaly Csikszentmihalyi descubrió mediante sus investigaciones que la concentración es el ingrediente básico para lograr momentos de gran flujo de energía mental; esto permite que la persona que está actuando en sus límites más elevados conquiste un alto grado de realización.

En la medida en que la atención está completamente dirigida a la acción que se realiza, la persona alcanza un altísimo grado de concentración en un campo limitado y concreto de atención.

La distracción, por el contrario, disminuye la eficiencia. Las interrupciones en el flujo de ideas y pensamientos cortan el momento productivo, siendo necesario invertir tiempo para retomar la concentración, muchas veces sin éxito.

En resumen: necesitamos entrenar nuestra capacidad de atención, de enfocarnos únicamente en un punto, de la misma forma que hacemos ejercicios físicos para desarrollar fuerza muscular.

Debemos lograr dirigir toda la energía hacia ese objetivo y aumentar progresivamente el tiempo, para alcanzar una percepción más clara de los procesos, algo fundamental para la toma de decisiones rápidas y certeras. Y nunca olvidar el principio de acción y reacción: cada cosa que realicemos o incluso pensemos generará algún tipo de consecuencia.

La falta de concentración perjudica también las relaciones humanas. La atención, en cambio, es el puente que aproxima a las personas. Sabemos por experiencia que la calidad de una relación es directamente proporcional a la calidad de atención.

Una vez que la atención es fortalecida por el desarrollo de la concentración, pasa a ser una herramienta de gran utilidad para elegir las mejores opciones y, entre

otros resultados positivos, ahorrar grandes fracciones de tiempo que se pierden como consecuencia de la constante dispersión.

Además, el desarrollo de la concentración permite que el proceso evolutivo continúe en dirección al estado de superconciencia o meditación.

Es triste que no se incluyan programas de entrenamiento para aprender a concentrarse en entidades educativas, empresas y corporaciones, en lugar de capacitaciones poco efectivas, rápidamente olvidables y, en muchos casos, costosas.

No prestar atención a la atención es una falla muy común y, cuanto menos, lamentable.

Hasta la próxima semana.

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