El tiempo nos mantiene suspendidos entre un pasado que ha dejado de ser y un futuro que todavía no es. La propia repetición de esta situación nos muestra que aquello que dura o se repite solamente se reproduce si hay cambio. Además, como no hay nada que comience que no tenga que terminar, lo real siempre resulta ser nuevo y el mundo se presenta como una novedad absoluta y constante.
En consecuencia podríamos decir que el futuro siempre es y será infiel y volátil.Lo difícil es comprender que para vivir con lo inquietante del futuro y lo ya conocido del pasado precisamos un elemento: el olvido.
En frases atribuídas a Epicuro el filósofo afirmaba que en el movimiento del tiempo existe el puerto de la memoria. Sin embargo, debemos reconocer que el olvido puede ser un puerto más seguro y, en primer término, una especie de solución fácil.
Ahora bien: para poder ser fieles, primero debemos recordar. Los pensamientos o experiencias vividas corren el gran riesgo de perderse si no hacemos el esfuerzo de conservarlos. Olvidar puede ser una solución, pero el recuerdo, la memoria y la fidelidad a lo vivido nos permiten el análisis, la observación en perspectiva y el aprendizaje necesario que favorece la superación.
Además, guardar en un lugar de fácil acceso las experiencias gratas -casi siempre ligadas al amor- a las cuales volver para saborearlas, es valioso en tanto esas memorias van ofreciéndonos sabores diferentes a medida que el tiempo pasa. Nuestra perspectiva de análisis incluso puede cambiar al evocarlas.
Aquí podríamos incluir la fidelidad como una virtud, la de la potencia de la memoria. La memoria reflexiva que de la mano de la fidelidad nos conduce al camino del autoconocimiento. No existe pensamiento sin fidelidad y sin la acción que conlleva hacerlo: para pensar, no solo hay que recordar, sino querer recordar.
Entre las fidelidades, hay una muy vinculada a la preservación de las antiguas tradiciones: es la del que se compromete en la transmisión del conocimiento recibido, sin alterarlo. Esta fidelidad logró traer hasta nosotros saberes que se habrían perdido en el implacable desgaste del tiempo.
Hay otra fidelidad que tenemos más presente, y es la que afecta a las relaciones afectivas interpersonales. Muchísimo se ha dicho, escrito, filmado, representado en infinitas obras teatrales y experimentado en tantos vínculos como seres humanos han existido, que no me siento capacitado para sumar más opiniones o reflexiones. Además, cada ser humano es un conjunto de sensibilidades, interpretaciones y niveles de conciencia tan singulares que, sumadas a las culturas y paradigmas sociales que influyen sobre ellas, sería imposible ordenarlas en forma de comportamientos.
Podemos concluir pensando que tal vez el verdadero amor infiel es el amor olvidadizo. El amor que reniega de lo que ha amado y busca no recordar, porque si lo hace se detesta y no consigue estar en paz. Preguntarnos, sin certeza de tener la respuesta, ¿será verdadero amor…?
Más que respuestas, prefiero fortalecer la memoria y la fidelidad que de ella surge, y decir entonces: eres libre de amarme tanto como desees, propongámonos no olvidarnos.
Hasta la próxima
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