La solidaridad favorece los resultados.

Foto por Matteo Vistocco


En general, nos gusta que nos reconozcan como personas solidarias. Es bastante habitual que lo seamos; sin embargo, se trata de una solidaridad selectiva y casi siempre condicionada por el interés.

Con los hijos y los familiares más próximos tendemos a ser más proclives a tener actitudes solidarias sin analizar tanto los riesgos, sin embargo, no pasa lo mismo en nuestros ámbitos laborales en donde la competencia, los intereses y la rivalidad, favorecen la desconfianza y un estrés anticipado. Se desarrolla, como consecuencia una especie de solidaridad desconfiada, relativa y poco convincente.

Según especulaciones de la antropología, hace aproximadamente 50.000 años nuestros ancestros se vieron obligados a desarrollar un sentido de colaboración solidario para cuidarse y enfrentar la variada gama de constantes peligros que los acechaban constantemente.

Cada día, especialmente al oscurecer, podía ser el último si no se agrupaban para el descanso. Debían confiar en aquel que había sido designado para vigilar. Al día siguiente, en compensación, el grupo se solidarizaba con el vigilante y le brindaba mayores atenciones, retribuyendo el esfuerzo de haberlos cuidado.

Este formato imperante en la tribu, fortalecía un sentimiento de seguridad, confianza mutua, agradecimiento y cooperación. Un paradigma social muy fuerte y que se instaló en el ser humano.
Todos sentimos instintivamente el deseo de cuidar a los que nos cuidan. Esa reciprocidad responsable nos mueve con sentido ético y generalmente hace que el que puede más ayude al que puede menos.

Así se van destacando los líderes. Son los que surgen espontáneamente por su vocación de servicio hacia la causa y hacia los demás. Aquellos que están siempre disponibles y, en consecuencia, los demás les otorgan naturalmente una autoridad genuina, surgida de la confianza que generan sus actitudes en el grupo.

En los ámbitos laborales, los lideres con estas cualidades actúan de manera similar a la relación de los padres con los hijos. Poseen el deseo de que se desarrollen, evolucionen, aprendan y sientan la confianza suficiente para poder conversar y plantear sus ideas, aun cuando sean diferentes a las del líder.

Cuando existe un alto grado de confianza, esa actitud no es anárquica ni contraria a la jerarquía; ambos la toman como un acto solidario y de cariño, que les permitirá enriquecerse y proyectarse hacia el resultado buscado.

Algunos todavía creen que generar distancia y temor engrandecerá la imagen del líder. Puedo asegurar que, en la actualidad, esa manera de relacionarse produce más conflictos que resultados, tanto en la empresa como en la familia. Son formas anticuadas de conducir grupos, basadas generalmente en la baja autoestima de líderes que precisan analizar sus conductas.

Tengamos en cuenta que pasamos la mitad de cada día conviviendo con nuestros compañeros de trabajo. Con el mismo esfuerzo podemos generar una atmósfera agradable y afectuosa o, fuertemente tóxica.

Cuando la gente de un grupo se siente protegida, valorada y escuchada, se brinda más.Para definirlo usando palabras futboleras: cada integrante se pone la camiseta, juega por el equipo, entrega el mejor pase, busca el resultado y se abraza con los demás luego de un gol.

¡Hasta la próxima!

Shiva, imagen de la dinámica unidad del universo.


Shiva, arquetipo milenario al cual se atribuye haber sido el creador del Yôga y el primer Maestro de esta filosofía, aparece en grabados rescatados por los arqueólogos que investigaron las ruinas de Mohenjo Daro y Harappa, como Pashupatê, es decir señor de los animales o padre de todas las criaturas.

Otra de las representaciones más antiguas, confirmada por la mitología y muy presente en el hinduismo, es el aspecto de Shiva Natáraja o rey de los bailarines, lo cual es indicio de que alguien con esos atributos artísticos sólo sería capaz de crear un estilo de entrenamiento corporal con fuerte consideración por lo estético y lo plástico.

Abhinavagupta, un importante filósofo de la escuela shivaísta de Cachemira, sostiene que el cultivo de la sensibilidad es el medio más directo para lograr la reunificación, alcanzando un estado de receptividad plena, experimentando las emociones que transmite la representación artística, desvinculado de connotaciones personales.

Además, el habitante de aquellos tiempos, en los que surgió el Yôga preclásico, hace aproximadamente 5.000 años, estaba muy ligado al naturalismo y a la conexión plena con lo instintivo.
Podía observar que en la naturaleza todo fluye, todo está en movimiento y se transforma.

La figura del Shiva danzarín, moviéndose con frenesí, embriagado de ritmo y con el cabello arremolinándose en el baile, destila fuerza, poder y energía. Dos de sus manos forman abhaya mudrá, un gesto que representa un escudo que aleja y protege del temor; en otra mano lleva una especie de tambor –damaru– que marca el ritmo cósmico y la otra sostiene una pequeña llama.
Se lo observa danzando sobre Avidyá, un demonio que simboliza la ignorancia y al cual el poderoso Shiva destruye con su danza.
En cuanto a este último punto, aclararemos que se trata de la destrucción de lo viejo para que todo renazca y se renueve. Ananda K. Coomaraswamy dice en La danza de Shiva: él danza para mantener la vida del cosmos y para dar la liberación a quienes lo buscan. Además, si interpretamos correctamente las danzas de los bailarines, veremos que en general su arte está también orientado a ofrecer la liberación. Shiva en movimiento evoca el origen y la naturaleza del mundo, es el secreto de las estructuras de la materia y de la vida.

Es la diversidad de armonías, ritmos y relaciones proporcionales. Es el remolino del tiempo y de los tiempos. Es la imagen que nos impacta y nos hace
comprender que la naturaleza del mundo es armonía y belleza.

Ese proceso evolutivo simbolizado por Shiva en su figura de arquetipo del yôgi y danzarín cósmico, podemos relacionarlo con las palabras del físico y Premio nóbel Erwin Schrödinger: la conciencia es un fenómeno del área de la evolución. Este mundo se ilumina solo porque desarrolla nuevas formas. Las
zonas de estancamiento se deslizan desde la conciencia; solo pueden aparecer en su interacción con zonas de la evolución.

Recuperar ese concepto, presente en la carga simbólica de Shiva como arquetipo, serviría para conectar con la Naturaleza, aprender de ella y utilizar a favor la fuerza de este momento particular de transformación.

Edgardo Caramella

Hablando sobre conciencia.

Habitualmente encontramos esta palabra escrita de dos formas diferentes: conciencia y consciencia. Según el Diccionario panhispánico de dudas —de la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española—, conciencia significa ‘capacidad de distinguir entre el bien y el mal’, mientras que consciencia alude a ‘percepción o conocimiento’, tanto de la realidad como de uno mismo. Aunque las dos voces son válidas, el diccionario citado indica que conciencia —sin s— expresa ambos sentidos, por lo que comúnmente se emplea la grafía más simple para todos los casos.

Hechas estas aclaraciones, tratemos de determinar qué es la conciencia. Algunos autores, entre los que cito a Annie Besant, afirman que conciencia y vida son idénticas: dos nombres distintos para una misma cosa, según se la mire interior o exteriormente. No habría vida sin conciencia y no habría conciencia sin vida. Al decir que la vida es más consciente o menos consciente, no pensamos en ella de manera abstracta, sino en algo viviente y con la capacidad de ser más o menos conocedor de lo que lo rodea.

Es muy habitual que, en el deseo de entender lo que se denomina conciencia, caigamos en lo complejo, lo abstracto e incluso en lo místico, lo cual termina siendo una paradoja: sin duda, lo ideal es tornar simple lo complejo, y no lo contrario. Mi interés es simplificar y proporcionar elementos para comprender el fenómeno desde una perspectiva real y concreta. Por lo tanto, tomaré el término conciencia simplemente como ‘mayor conocimiento de algo’. Sartre afirmaba que la conciencia es todo el conocimiento, no sólo un acto.

En el pensamiento occidental se concibe el conocimiento como una relación entre sujeto y objeto, más un tercer elemento que es la imagen, o un concepto, si se trata de algo abstracto. En cambio, en textos antiguos que expresan la interpretación de filósofos de la India, se afirma que al haber una ampliación de la conciencia se produce un real conocimiento, que trasciende la relación entre sujeto y objeto y lleva a un proceso de completa identificación entre conocedor y objeto conocido. El observador deja de simplemente ver y pasa a ser aquello que observa, conociendo su verdadera naturaleza o identidad.

La forma de tener acceso a esa capacidad es por medio del aquietamiento de la mente, la concentración y la identificación (nyása, en sánscrito). Es un estado muy particular, que permite al practicante identificarse a tal punto con el objeto de su concentración, que llega a obtener sus características. Son maneras de adquirir conocimiento en forma práctica y efectiva, abriendo otras alternativas de inteligencia que, en muchos casos, superan el uso exclusivo del intelecto.

Recomiendo la lectura del libro Mindfulness y meditación, del Profesor DeRose:

https://ebooks.derosemethod.com/reader/mindfulness-meditacao?location=1

Hasta la próxima.

El alcance de la visión

En cada momento debemos tomar decisiones de diferente nivel de importancia, que producirán consecuencias que no siempre tenemos la capacidad de percibir o el hábito de analizar.
Es bueno aumentar el alcance de nuestra visión para tomar decisiones más correctas. Lo que ocurre es que somos más hábiles en analizar lo pasado que en visualizar lo que acontecerá en una proyección a mediano o largo plazo.

Las decisiones las imagino como las carambolas que se producen en el juego de billar, de manera inmediata y posterior al seco golpe del taco sobre una de las bolas, que impactará sobre otras, desplazándolas velozmente en diferentes direcciones y haciéndolas chocar con otras.Son tantas las decisiones que afrontamos cada día, que se torna imposible enumerarlas.

Para comprobarlo, te invito a que detengas la lectura un instante y trates de recordar las decisiones y elecciones (mayores o menores) que tuviste que hacer durante el día anterior. No las recordarás a todas, pero con que sean un 30 % ya te sentirás abrumado por la responsabilidad.

En un segundo nivel de profundidad, intentá recordar las consecuencias que ocurrieron por las decisiones tomadas. Y seguidamente, en un tercer nivel, las consecuencias de las consecuencias.

Si sos líder de un grupo, las consecuencias de tus decisiones impactarán sobre los resultados, pero también, directa o indirectamente, sobre las personas que forman tu equipo. El mejor consejo es compartir la toma de decisiones con los demás; de esta forma se sentirán integrados y participarán de los éxitos y los fracasos.

Debemos ejercitar nuestra visión estratégica para ampliarla. Ver la totalidad del mapa de posibilidades. Considerar que cuando movemos una ficha en este tablero interrelacionado y fascinante que es la vida, se producen cadenas de movimientos y adecuaciones como efectos de lo que se ha decidido.

Observar la situación únicamente en primer plano es la mejor forma de ser sorprendido por acontecimientos no previstos y muchas veces evitables. Una “lectura” del panorama completo nos llevará a cometer menor cantidad de errores, e instintivamente surgirán veloces elecciones con mayores certezas.
Con el ejercicio, se fortalecerá la capacidad heurística para resolver situaciones y superaremos los errores generados por los condicionamientos y paradigmas.

Hace unos días me encontré con un familiar que no veía hacía años. En la charla de actualización, me comentó que durante años había fumado y que, a pesar de los consejos médicos y de su entorno familiar, continuaba haciéndolo porque tenía la seguridad de que no lo afectaría.
Ahora, con serios problemas de salud como consecuencia del tabaquismo, me confesaba lo arrepentido que estaba.
Finalizada la conversación nos despedimos y me fui caminando mientras pensaba que, cada vez que decidía encender un cigarrillo, tenía la oportunidad de no hacerlo, pero por no ampliar el alcance de su visión, elegía su efímero presente. Claro está que se aprende viviendo. Como decía Vittorio Gassman, “habría que tener dos vidas, una para ensayar y otra para actuar”.

Hasta la próxima.

Concedernos nuestra propia libertad

Mucho se ha escrito sobre la palabra “libertad”, mucho se ha hecho en nombre de este bien, muchos ofrendaron su vida para frenar el avance de aquellos que pretendían cercenar libertades de cualquier índole.

Himnos, marchas, canciones, poemas, esculturas, pinturas y otras manifestaciones artísticas expresan esa innegable necesidad humana de sentirse libre y luchar contra la opresión.

Nada de lo que nutre nuestra historia ha sido en vano. Esfuerzos y sacrificios
nos han permitido construir una forma de vida con más libertades y
posibilidades. Cuántos nombres han quedado grabados en mentes y corazones
como emblemas del sentimiento de “ser libres”.

Sin embargo, existe un concepto de libertad que es más profundo. Que
trasciende los derechos sociales y las conquistas políticas. Es la libertad
interior del ser humano: esa conquista que conlleva superación y que
solamente podremos obtener instalando la vocación de liberarnos de nuestros
condicionamientos. Un deseo expresado por filósofos y pensadores de todos
los tiempos y culturas.

Albert Camus, el célebre escritor y ensayista que obtuviera el premio Nobel de literatura nos dejó una frase muy interesante: “La libertad no es nada más que una oportunidad para ser mejor.” Desde este pensamiento, podemos afirmar que efectivamente la conquista de la verdadera condición de libre, el ser humano debe buscarla  desde el deseo de mejorar.Instalando  la voluntad de modificar la raíz de los condicionamientos y paradigmas que nos llevan a actuar por inercia y no siempre por elección consciente.

No se entiendan mal mis palabras: no se trata de un pensamiento individualista
para aislarse, recluirse o no participar de causas justas y necesarias que
permitan obtener mayores libertades sociales; por el contrario, la intención es
estar totalmente integrados a la sociedad.

Y precisamente, para ser más útiles y solidarios, debemos ser más libres, auténticos y lúcidos. No es fácil, porque cada uno de nosotros es a la vez cincel y escultura. Somos nosotros mismos los que debemos observarnos, para superarnos, para construirnos cada día.

Como la práctica es mucho más valiosa que la teoría, hagamos un simple
ejercicio: sentémonos cómodos, cerremos los ojos y comencemos a respirar en
forma nasal y profunda a fin de aquietarnos. Primero se aquieta el cuerpo,
luego la respiración, que empieza a ser más lenta y sutil, y gradualmente,
también las emociones y pensamientos.

Ya en un estado de mayor introspección, imaginemos que podemos
observarnos a nosotros mismos desde un plano más elevado. Veamos cómo
transcurre un día de nuestras vidas. Qué hacemos, qué nos causa placer y qué
cosas no nos gusta hacer. Observemos los hábitos y costumbres. En este
momento la realidad adquiere otra dimensión: todo es pequeño, analizable y
posible de cambiar o mejorar.

Algunas cosas están bien, pero tal vez no sean suficientes. Otras las hacemos
sin conciencia, sin haberlas elegido, sin placer. Algunas obedecerán a
elecciones conscientes y desearemos mantenerlas. Tal vez realicemos un
trabajo que no nos gratifica y podamos recordar aquella actividad que nos apasionaba y que dejamos de hacer, aunque siempre anidando el deseo de
retomarla.Observemos nuestro cuerpo: su forma física, la salud general. ¿Está
temporalmente olvidado? ¿Necesitamos ocuparnos más de él? ¿Y la
alimentación, es inteligente y se adapta a nuestra actividad? ¿Podemos
mejorar nuestra situación afectiva o familiar?

Elijamos un elemento para modificar o potenciar, sabiendo que esa decisión
incidirá en una mejor calidad de vida, y que estaremos ejerciendo el derecho a
la libertad de elección, a construir la vida que verdaderamente deseamos vivir y
que es el derecho de todo ser humano.

La llave de tu libertad está en tus manos. Recordemos la recomendación del
profesor DeRose: “La libertad es nuestro bien más preciado. En caso de tener
que confrontarla con la disciplina, si esta violenta a aquella, opte por la
libertad”.
Hasta la próxima,
Edgardo.

La meditación, la mente y el agua

Cuenta una leyenda que un Maestro estaba conversando sobre meditación con sus discípulos, a la vera de un río. En su deseo de ilustrar con ejemplos lo que trataba de enseñar, pidió a uno de sus alumnos que fuera hasta el río y le trajera una copa llena de agua.
Velozmente, el joven discípulo corrió hacia la costa, llenó la copa con agua y se la acercó con premura al Maestro, quien le agradeció con una amable sonrisa, la tomó, la elevó hasta la altura de sus ojos y observó el contenido.

– ¿Qué piensan? ¿Podré beber el agua?- preguntó a los discípulos.
Al unísono, todos respondieron que no, que no era aconsejable hacerlo ya que el agua estaba muy turbia.

El Maestro aceptó la recomendación, dejó la copa con agua a su lado y continuó con sus enseñanzas. Al cabo de unos minutos, repentinamente miró nuevamente la copa, la elevó para que sus discípulos pudieran observarla y otra vez preguntó:
-¿Y ahora, puedo beber el agua?
-Sí, Maestro- respondieron todos-, porque ahora las impurezas se han depositado en el fondo y el agua está límpida.
-Muy bien- dijo el Maestro-, de la misma forma, al disponernos a meditar, la inhibición de pensamientos e ideas que logramos al concentrarnos y estabilizar la conciencia sobre un único estímulo, en lugar de saltar de uno a otro de manera incesante, reduce la dispersión y aclara la mente. En general las inestabilidades no son propias, no fueron generadas por nuestra mente, pero están allí creando una enorme y constante polución perturbadora.
-Además, agregó el Maestro-, cuando mirábamos la copa con el agua todavía turbia, no conseguíamos ver a través de ella. Pero, al esperar que se asentara lo que la enturbiaba, pudimos mirar a través del elemento agua y observar lo que había del otro lado de la copa con mayor precisión y objetividad. Si ahora agitáramos nuevamente el agua, los sedimentos volverían a enturbiarla y las imágenes de la realidad se verían nuevamente distorsionadas.
Así como en el ejemplo del agua, nuestra mente está en todo momento colmada de
perturbaciones e influenciada por oleadas de energía emocional que potencian la
inestabilidad, dificultando ver las cosas con objetividad.
Al sentarnos para meditar, en primera instancia buscaremos un elemento sobre el cual concentrarnos y de esta forma haremos que se aquieten las inestabilidades, como ocurre con los sedimentos que enturbian el agua.Con el entrenamiento disciplinado lograremos que el objeto sobre el cual tratamos de concentrarnos deje de tener atributos y sea una simple referencia donde estabilizar la conciencia. Lo importante es enfocar la atención y sostenerla en el tiempo.

Una dificultad habitual en el practicante que se inicia son las expectativas de hacerlo pronto y bien. Hay que deponer esa actitud, que es estresante. El estado de meditación genera un intenso bienestar, alejado de la ansiedad y el estrés. Más que tratar de forzarlo, lo que hay que hacer es esperarlo con entusiasmo, con ganas de avanzar hacia una felicidad progresiva.

Hasta la próxima.

    Escuchar a nuestro corazón e intuición.

    Querido lector, hay una historia que tuvo como protagonista a Ludwig Wittgenstein, un importante filósofo cuya obra influyó entre otros a Bertrand Russell.

    Parecería ser que para convencer a su editor de que publicara uno de sus libros, el Tractatus lógico-philosophicus, le envió una carta acompañando la obra en donde le decía: “mi trabajo consta de dos partes, la que aquí aparece y todo aquello que no he escrito”. Y enfatizaba agregando “seguramente es esa parte que no está escrita, la más importante”.

    Me tomo la libertad de utilizar las mismas palabras de Ludwig para relacionarlas a este artículo, dado que hay algo que llama la atención en la diversidad de opiniones sobre lo que es meditación. Las diferencias surgen de la perspectiva de cada autor, que depende de la metodología utilizada, las filosofías que la fundamentan y la experiencia individual que nos deja la práctica. Como habitualmente ocurre, lo que no está escrito, la experiencia vivencial es lo más importante.

    Las diferencias entre metodologías que utilizan meditación son muchas. Imaginemos el aroma y el sabor que puede tener una torta en comparación a otra con el mismo nombre y supuestamente igual. A pesar de usar los mismos ingredientes, cada chef utiliza formas diferentes de preparación, otra calidad de materia prima, cantidades, tiempos y temperatura de cocción, en consecuencia, el resultado que obtendrán será diferente.

    En la meditación, puede haber técnicas y ejercicios similares entre un sistema y otro, sin embargo, las líneas filosóficas y comportamentales que fundamentan las técnicas seguidas por el practicante o docente, serán determinantes para el resultado a obtener y la explicación del proceso.

    La meditación es una técnica sumamente antigua, que data de miles de años y continúa existiendo incluso con renovado interés. Esto es lógico porque existen buenas razones para hacerlo, muchas de ellas comentadas en antiguos textos de filosofía y que en la actualidad son confirmadas por numerosas experiencias científicas.

    En mi caso particular me identifico en forma personal y profesional con la forma más antigua, preclásica, no mística y técnica preservada como un tesoro en la estructura del DeROSE Method.

    Al cabo de más de tres décadas de estudio y enseñanza puedo asegurar que practicar meditación es una de las mejores decisiones que podrán tomar en sus vidas. Les permitirá salir de las conductas repetitivas, modificar los condicionamientos y fortalecer la capacidad de elegir, tomando decisiones en base a lo que dice nuestro corazón e intuición.

    Hasta la próxima.

    La lección del niño que arregló el mundo.

    Cuenta una historia, qué en la redacción de un diario, había un periodista muy talentoso que
    tenía la tarea de escribir columnas sobre temas diferentes, atractivos y que generaran en los
    lectores momentos de análisis y reflexiones constructivas.
    Un día, su director, impactado por la cantidad de noticias poco felices, le encomendó la tarea de escribir un artículo sobre cómo mejorar o arreglar el mundo. Una nota que estimulara positivamente a los lectores.
    El periodista aceptó él encargue. Como tenía tres días de plazo para entregar el artículo, confió en su talento y decidió utilizar los primeros dos días para descansar.
    En la tarde del tercer día, decidió abocarse a la tarea. Se sentó frente a su escritorio y comenzó a escribir palabras sueltas y frases en un cuaderno, sin que surgiera la inspiración necesaria.
    Tomó un antiguo mapamundi, lo colocó sobre el escritorio y comenzó a observarlo con atención, como si en él estuviera la respuesta que buscaba.
    ¿Cómo arreglar el mundo?… se preguntaba una y otra vez. El tiempo pasaba, el plazo para la entrega se extinguía, la respuesta no llegaba y su estrés crecía en forma proporcional.
    Mientras cavilaba sobre la respuesta a su pregunta, se abrió la puerta de su oficina y apareció su hijo. Un pequeño de 10 años, que con ansiedad le pidió ayuda para terminar sus tareas escolares. El periodista le pidió calma. Le explicó que tenía trabajo que hacer y que por ahora no podía ayudarlo.
    El niño no quedó satisfecho y reclamó con tanta insistencia que finalmente el padre tuvo una idea para calmarlo. Tomó el mapamundi que tenía sobre su mesa de trabajo, lo cortó en varios trozos y se los entregó al niño mientras le decía: _ Hijo, te propongo el siguiente juego. Vas a ir a tu cuarto, armarás nuevamente el mapamundi como si fuera un rompecabezas y cuando lo tengas listo, yo prometo ayudarte en tu tarea. El niño aceptó y fue directamente a su cuarto para cumplir con el compromiso asumido, dejando a su padre ensimismado en su trabajo. A los pocos minutos, el niño entró corriendo en la habitación, diciéndole a su padre que ya lo había logrado y en tanto daba saltos de alegría le mostraba el mapamundi que había reconstruido, pegando las partes con cinta transparente. El hombre, oscilando entre el orgullo y la duda, tomó el mapamundi, lo colocó sobre el escritorio y con cara de sorpresa le preguntó al niño como lo había logrado en tan poco tiempo. De inmediato, y con la simpleza que suelen tener los niños le dijo: _ Papi, fue muy
    fácil. Vos no te habías dado cuenta qué detrás de la lámina, había una figura de un hombre. Yo arreglé al hombre y de esa forma arreglé el mundo.
    Esta historia nos enfrenta a la necesidad de reconocer que el mejor aporte que podemos hacer al mundo es cumplir con nuestras responsabilidades de la mejor manera posible, con entusiasmo, alegría y sentido solidario, siendo conscientes que cada cosa que hagamos o dejemos de hacer, de alguna forma, tendrá consecuencias en nuestro presente y en las generaciones futuras.
    Como lo sintetiza Eduardo Galeano en la frase que se le atribuye: “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo.”

    Hasta la próxima.

    El arte de la convivencia


    Uno de los logros más difíciles para los seres humanos es el de la buena convivencia. Si consiguiéramos alguna forma de cuantificar los problemas que son consecuencia, en forma directa o indirecta, de las malas relaciones humanas, probablemente nos sorprenderíamos.

    En mi percepción personal, basada en la observación de las conductas sociales y en lo que nos transmiten novelas, piezas teatrales, temas musicales, películas, relatos e historias, la mayoría de los conflictos y desentendimientos se generan por la falta de capacidad de los seres humanos para entenderse y tolerarse, especialmente cuando ente ellos existen diferencias.

    Esta actitud de no aceptar las otras maneras de ser y pensar va totalmente en contra de la propia naturaleza, que nos enseña que la diversidad es riqueza. Si observamos un paisaje vemos la cantidad de colores que, a pesar de ser diferentes, se combinan logrando una belleza que sería opacada si el conjunto fuera de una misma tonalidad.

    Lo mismo ocurre en todas las ramas del arte. La música es la combinación de sonidos diferentes que conforman una bella armonía. En la pintura, los grandes artistas elaboraron sus inolvidables obras utilizando la combinación de matices diversos.

    El mundo sería muy triste en la uniformidad absoluta; sin embargo, el ser humano tiene grandes limitaciones para convivir de buen grado con aquellos que manifiestan diferencias. Me atrevería a decir que más de la mitad de los problemas que nos afectan en todas las áreas tiene su origen en la falta de habilidad para convivir armoniosamente. En esta ponderación deberíamos colocar todas aquellas situaciones que nos han causado estrés elevado, dolor, pérdidas afectivas y económicas, temores, enemistades y tantas otras contrariedades que podrían haberse evitado.
    En cuanto a los conflictos, siempre existieron y existirán. Ellos no constituyen el
    problema; por el contrario, son fricciones que, si cada uno pone lo mejor para
    encontrar la solución, podremos aprender a superar.

    También es habitual que exista dificultad para relacionarnos con nosotros mismos,
    derivada del escaso ejercicio de la práctica de autoconocimiento, imprescindible para generar vida interior. En general se vive viviendo, exageradamente distraídos por los estímulos externos y, como consecuencia, en un elevado nivel de dispersión y ansiedad, factores que dificultan el ejercicio de la empatía.

    En este punto no puedo dejar de hacer una reflexión e invitar al lector a que también piense en lo siguiente: desde que existe, el ser humano necesita y busca a otros de la misma especie para vivir en grupo. Estamos condicionados a obtener cobijo, afecto y seguridad constituyendo comunidades que, además, favorecen la procreación. Sabemos instintivamente que la vida es poder de suma y crecimiento y que la unión hace la fuerza.

    Sin embargo, se plantea una situación contradictoria: nos sentimos mal si estamos en soledad, pero por otro lado nos resulta difícil mantener relaciones de convivencia armónicas.

    Indudablemente, necesitamos aprender, entrenar la tolerancia, la templanza,
    recuperar nociones de civilidad, de ética, de comportamiento humano y poner en
    práctica los muchos postulados que existen sobre la buena convivencia. Lograrlo nos hará más constructivos, humanos y felices.

    Hasta la próxima, Edgardo.

    La meditación, la mente y el agua

    Cuenta una leyenda que un Maestro estaba conversando sobre meditación con sus discípulos, a la vera de un río. En su deseo de ilustrar con ejemplos lo que trataba de enseñar, pidió a uno de sus alumnos que fuera hasta el río y le trajera una copa llena de agua.
    Velozmente, el joven discípulo corrió hacia la costa, llenó la copa con agua y se la
    acercó con premura al Maestro, quien le agradeció con una amable sonrisa, la tomó, la elevó hasta la altura de sus ojos y observó el contenido.

    -¿Qué piensan? ¿Podré beber el agua?- preguntó a los discípulos.
    Al unísono, todos respondieron que no, que no era aconsejable hacerlo ya que el agua estaba muy turbia.

    El Maestro aceptó la recomendación, dejó la copa con agua a su lado y continuó con sus enseñanzas. Al cabo de unos minutos, repentinamente miró nuevamente la copa, la elevó para que sus discípulos pudieran observarla y otra vez preguntó:
    -¿Y ahora, puedo beber el agua?
    -Sí, Maestro- respondieron todos-, porque ahora las impurezas se han depositado en el fondo y el agua está límpida.

    -Muy bien- dijo el Maestro-, de la misma forma, al disponernos a meditar, la inhibición de pensamientos e ideas que logramos al concentrarnos y estabilizar la conciencia sobre un único estímulo, en lugar de saltar de uno a otro de manera incesante, reduce la dispersión y aclara la mente. En general las inestabilidades no son propias, no fueron generadas por nuestra mente, pero están allí creando una enorme y constante polución perturbadora.

    -Además- agregó el Maestro-, cuando mirábamos la copa con el agua todavía turbia, no conseguíamos ver a través de ella. Pero, al esperar que se asentara lo que la enturbiaba, pudimos mirar a través del elemento agua y observar lo que había del otro lado de la copa con mayor precisión y objetividad. Si ahora agitáramos nuevamente el agua, los sedimentos volverían a enturbiarla y las imágenes de la realidad se verían nuevamente distorsionadas.
    Así como en el ejemplo del agua, nuestra mente está en todo momento colmada de perturbaciones e influenciada por oleadas de energía emocional que potencian la inestabilidad, dificultando ver las cosas con objetividad.
    Al sentarnos para meditar, en primera instancia buscaremos un elemento sobre el cual concentrarnos y de esta forma haremos que se aquieten las inestabilidades, como ocurre con los sedimentos que enturbian el agua.

    Con el entrenamiento disciplinado lograremos que el objeto sobre el cual tratamos de concentrarnos deje de tener atributos y sea una simple referencia donde estabilizar la conciencia. Lo importante es enfocar la atención y sostenerla en el tiempo.

    Una dificultad habitual en el practicante que se inicia son las expectativas de hacerlo pronto y bien. Hay que deponer esa actitud, que es estresante. El estado de meditación genera un intenso bienestar, alejado de la ansiedad y el estrés. Más que tratar de forzarlo, lo que hay que hacer es esperarlo con entusiasmo, con ganas de avanzar hacia una felicidad progresiva.

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