Hoy, en Argentina, es un lunes feriado. Miro por la ventana y el día ya se entrega con mansedumbre a la oscuridad que, persistente y como todas las noches, quiere reinar hasta que el amanecer la desplace. Es la hora de la expansión de la noche y la contracción del día.

Y así ocurre y se repite, en forma constante desde que el mundo existe. Para comprenderlo, basta prestar atención a nuestro corazón, que se expande y contrae en cada latido. Es la vida en pequeña escala, que pulsa y que, para que no lo olvidemos, nos regala ese sonido tan próximo. Es ese reloj que nos indica con su ritmo un tiempo que transcurre y que debemos utilizar con sentido de urgencia positiva para expandirnos, para crecer, para compartir, para construir un mundo mejor, para vivir con plenitud y hacer algo que nos trascienda.

Para eso debemos sumar fuerzas, unirnos, empujar juntos, cuidarnos mutuamente, solidarizarnos con las buenas causas, aprender a convivir en paz, a comunicarnos mejor y, especialmente, saber construirnos para construir. Como lo explican los antropólogos, somos una especie que desarrolló capacidades diferentes: el lenguaje y la colaboración. Eso nos hizo fuertes.

Y por todo ello, en razón de que soy más afín a las acciones que a la teorización intelectual, hoy invité a almorzar a mi casa a un grupo de colegas que son también emprendedores, profesores y compañeros de trabajo e ideales, a quienes lidero desde hace años.

Cociné para ellos, preparé con esmero cada plato. Elegí comidas sabrosas, nutritivas y saludables, utilizando el mejor de los condimentos, el cariño.

La sobremesa invitó a la charla amena, sincera y alegre. Dentro de ese clima pudimos dialogar, reflexionar sobre nuestros momentos personales, hilvanar ideas interesantes y tomar decisiones importantes en lo laboral. Fue fecundo y fácil.

En todo momento nos reímos, estuvimos corporalmente próximos, sentados lado a lado, hablándonos y mirándonos a los ojos. Una vez más comprobé que, en la compleja tarea de la relación humana, la mirada constituye una de las principales herramientas para la empatía que se busca establecer. La mirada limpia y sincera puede transmitir la luz que aleje la oscuridad que acompaña a la inquieta y pertinaz desconfianza.

La información fluyó sin trabas ni dificultades de entendimiento. Otras veces, incluso con el mismo grupo, no se genera una comunicación tan fácil. Tal vez, como alguien escribió, “nada cambió, sólo nuestra actitud y por eso todo ha cambiado”.

De algo estoy plenamente seguro: cuando estamos unidos, que no es lo mismo que estar juntos, el grupo construye una identidad muy valiosa. Una especie de ser vivo que se alimenta de las energías de sus integrantes. A partir de allí, todo es posible.

Por ello, si te toca liderar grupos, trabajá sobre la unión y la proximidad sincera. Además, mi primer consejo es que aprendas a cocinar.

Hasta la próxima semana.