Mucho se ha escrito sobre la palabra “libertad”, mucho se ha hecho en nombre de este bien, muchos ofrendaron su vida para frenar el avance de aquellos que pretendían cercenar libertades de cualquier índole.
Himnos, marchas, canciones, poemas, esculturas, pinturas y otras manifestaciones artísticas expresan esa innegable necesidad humana de sentirse libre y luchar contra la opresión.
Nada de lo que nutre nuestra historia ha sido en vano. Esfuerzos y sacrificios
nos han permitido construir una forma de vida con más libertades y
posibilidades. Cuántos nombres han quedado grabados en mentes y corazones
como emblemas del sentimiento de “ser libres”.
Sin embargo, existe un concepto de libertad que es más profundo. Que
trasciende los derechos sociales y las conquistas políticas. Es la libertad
interior del ser humano: esa conquista que conlleva superación y que
solamente podremos obtener instalando la vocación de liberarnos de nuestros
condicionamientos. Un deseo expresado por filósofos y pensadores de todos
los tiempos y culturas.
Albert Camus, el célebre escritor y ensayista que obtuviera el premio Nobel de literatura nos dejó una frase muy interesante: “La libertad no es nada más que una oportunidad para ser mejor.” Desde este pensamiento, podemos afirmar que efectivamente la conquista de la verdadera condición de libre, el ser humano debe buscarla desde el deseo de mejorar.Instalando la voluntad de modificar la raíz de los condicionamientos y paradigmas que nos llevan a actuar por inercia y no siempre por elección consciente.
No se entiendan mal mis palabras: no se trata de un pensamiento individualista
para aislarse, recluirse o no participar de causas justas y necesarias que
permitan obtener mayores libertades sociales; por el contrario, la intención es
estar totalmente integrados a la sociedad.
Y precisamente, para ser más útiles y solidarios, debemos ser más libres, auténticos y lúcidos. No es fácil, porque cada uno de nosotros es a la vez cincel y escultura. Somos nosotros mismos los que debemos observarnos, para superarnos, para construirnos cada día.
Como la práctica es mucho más valiosa que la teoría, hagamos un simple
ejercicio: sentémonos cómodos, cerremos los ojos y comencemos a respirar en
forma nasal y profunda a fin de aquietarnos. Primero se aquieta el cuerpo,
luego la respiración, que empieza a ser más lenta y sutil, y gradualmente,
también las emociones y pensamientos.
Ya en un estado de mayor introspección, imaginemos que podemos
observarnos a nosotros mismos desde un plano más elevado. Veamos cómo
transcurre un día de nuestras vidas. Qué hacemos, qué nos causa placer y qué
cosas no nos gusta hacer. Observemos los hábitos y costumbres. En este
momento la realidad adquiere otra dimensión: todo es pequeño, analizable y
posible de cambiar o mejorar.
Algunas cosas están bien, pero tal vez no sean suficientes. Otras las hacemos
sin conciencia, sin haberlas elegido, sin placer. Algunas obedecerán a
elecciones conscientes y desearemos mantenerlas. Tal vez realicemos un
trabajo que no nos gratifica y podamos recordar aquella actividad que nos apasionaba y que dejamos de hacer, aunque siempre anidando el deseo de
retomarla.Observemos nuestro cuerpo: su forma física, la salud general. ¿Está
temporalmente olvidado? ¿Necesitamos ocuparnos más de él? ¿Y la
alimentación, es inteligente y se adapta a nuestra actividad? ¿Podemos
mejorar nuestra situación afectiva o familiar?
Elijamos un elemento para modificar o potenciar, sabiendo que esa decisión
incidirá en una mejor calidad de vida, y que estaremos ejerciendo el derecho a
la libertad de elección, a construir la vida que verdaderamente deseamos vivir y
que es el derecho de todo ser humano.
La llave de tu libertad está en tus manos. Recordemos la recomendación del
profesor DeRose: “La libertad es nuestro bien más preciado. En caso de tener
que confrontarla con la disciplina, si esta violenta a aquella, opte por la
libertad”.
Hasta la próxima,
Edgardo.
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