Quiero compartir una sensación que creo que afecta a la mayoría: nos cuesta muchísimo saber qué es verdad y qué no.
Abrimos el celular por la mañana y nos llueven noticias, alertas, opiniones, análisis, rumores que en muchas oportunidades son contradictorios entre sí. Lo curioso es que cuanto más “informados” estamos, más inseguros nos sentimos.
Venimos de tiempos en los cuales el problema era la falta de información;
actualmente el desafío es exactamente lo contrario: vivimos sumergidos en un océano de datos, titulares, posts y videos que compiten por nuestra atención.
Como resultado, ocurre algo paradójico: tenemos acceso a todo y no podemos confiar en casi nada. Se potencia la sensación de no saber dónde estamos parados, y esto afecta la forma como conversamos, como votamos, como opinamos e incluso como nos relacionamos con la gente que queremos. Además, la incertidumbre no solo confunde la mente, también genera un desgaste emocional.
Intentaré definir algunos elementos que observo como generadores de este proceso:
- La velocidad le ganó a la verdad.
- Las plataformas premian lo rápido, no lo preciso.
- Una mentira contada en segundos viaja más veloz que una verdad que lleva varios minutos explicar.
- Vivimos en un sistema donde valen más los clics que la fidelidad a los hechos.
- Lo que genera clics es lo que indigna, asusta o emociona, no lo que informa.
- No somos observadores imparciales y nuestros propios sesgos alimentan la confirmación de lo que ya creemos.
Cada uno vive en una especie de cámara de eco donde las redes devuelven, como un espejo, las propias convicciones fortalecidas. Y así el pensamiento crítico se debilita.
Por medio de algoritmos, la tecnología prioriza lo que retiene la atención y no lo que ayuda a pensar con criterio propio. A su vez, los contenidos están más diseñados para viralizarse que para ser verificados.
Todo esto genera un impacto emocional y social. La incertidumbre constante cansa, produce desconfianza y ansiedad. Pasamos a dudar de todo y de todos, incluso de nuestros propios criterios. Ya he escuchado el concepto “si todos mienten, entonces todo es lo mismo”, y esta convicción nos hace perder algo muy valioso: la posibilidad de construir acuerdos para convivir mejor.
¿Qué podemos hacer para seguir en este mundo líquido y colmado de incertidumbre?
Sin caer en soluciones mágicas ni ingenuas, propongo fortalecer habilidades prácticas para compensar la volatilidad:
- Desacelerar la reacción emocional. La emoción instantánea es el combustible favorito de la desinformación.
- En lo posible, volver a la comunicación presencial, utilizando de esa forma la gran cantidad de informaciones sensoriales que enriquecen el lenguaje.
- Construir nuestras propias islas de certeza; no certezas absolutas, sino métodos confiables. Y relacionarnos con comunidades que pueden debatir sin destruir.
- En un mundo saturado de información, admitir “no lo sé” es un acto de valentía y honestidad, y cambiar de opinión frente a buenas evidencias es una fortaleza, no una debilidad. Tengamos en cuenta que, más que por una crisis de información, estamos afectados por una crisis de confianza. Con un simple “no sé”, la confianza se oxigena.
Además, recomiendo practicar diariamente concentración y meditación, una herramienta muy valiosa que abre el campo intuicional y permite percibir la realidad de forma más pura y objetiva. Una especie de brújula que nos indica el norte con gran eficiencia.
Para finalizar, traigo la opinión de Yuval Noah Harari —que considero muy apropiada—, de la introducción de su libro 21 lecciones para el siglo XXI: “En un mundo inundado de información irrelevante, la claridad es poder.”
Hasta la próxima.


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