Autor: edgardo (Página 7 de 26)

La comunicación en el liderazgo

Foto por: Mike Meyers

En los años que llevo desempeñando funciones de liderazgo, pasé por distintas organizaciones. En la mayoría de estos grupos sociales se utilizan códigos y normas muy diferentes de las que actualmente utilizo.

La experiencia, los años vividos y el Método que incorporé, me llevaron a reflexionar sobre la capacidad para comunicarnos con las demás personas. Comencé a preguntarme si sabríamos expresar lo que verdaderamente deseamos decir, si lograríamos poner nuestro mensaje en palabras claras y comprensibles. Y si tendríamos la capacidad de escuchar con objetividad, incluso lo que no nos agrada o nuestra fragilidad emocional nos impide aceptar.

Preguntas como estas –muchas de ellas retóricas– deseo compartirlas, para ayudar a obtener mejores resultados en el arte de comunicarnos.

Tengamos presente que la comunicación es uno de los ingredientes más importantes para hacer menos complicada nuestra vida. Matrimonios, familias, relaciones laborales, comunicadores/as sociales, políticos y prácticamente todas las actividades y personas están directamente bajo su influencia y dependen de ella.

Es posiblemente el mayor desafío que enfrentan quienes lideran en estos tiempos de adaptación y cambios. Uno de los errores más frecuentes es que se ocupan tanto de analizar, resolver problemas y coordinar acciones, que se olvidan de comunicar lo que está ocurriendo. Después se sorprenden porque sus comandados no adhieren fácilmente a las decisiones y planes adoptados.

A veces esto ocurre porque son personas que lideran con estilo “paternal” y al no confiar plenamente en la capacidad de sus equipos, optan por  hacerse cargo de todo. En otros casos, consideran una pérdida de tiempo informar, sin darse cuenta de que la incomunicación impide la fluidez de todo proceso y, como consecuencia, deriva en menor efectividad y mayor riesgo de errores.

Pero lo que más me importa destacar es la situación de los/as líderes que, aunque comunican, son poco creíbles. Existen algunos elementos para tener en cuenta como posibles causas de su escasa credibilidad:

El aspecto: apariencia, presencia física, vestimenta, aseo y lenguaje corporal.

El lenguaje: elección de las palabras, pronunciación, tono de voz.

La personalidad: autenticidad, sentido del humor, sencillez, carisma para abrir mentes y corazones.

El carácter: valores, integridad y un verdadero (lean esta palabra nuevamente: verdadero), interés en las personas como seres humanos.

La coherencia: autenticidad entre lo que se transmite y el historial de resultados logrados.

Los/as verdaderos líderes se convierten en la cara o conexión humana de una organización. Son los factores de conexión de las personas con los valores de ese grupo, empresa o corporación. Por lo tanto, la gran pregunta que debemos hacernos es: ¿actuamos de acuerdo con esos valores? ¿Logramos ser verdaderos/as comunicadores/as transparentes y portadores de nuestros más profundos ideales y valores? En otros términos, el principal respaldo de toda/o líder y comunicador/a es vivir en forma coherente con su mensaje. Ser personas honestas, éticas y verdaderas es una forma valiosa de conquistar autoridad. Esta actitud enaltece y hace crecer en forma individual y colectiva. Afirmarnos en estos principios es fundamental para nuestro presente y futuro.

¡Hasta la próxima semana!

Sésamo ábrete…

Desde la popular expresión abracadabra o el ábrete sésamo de Alí Babá en Las mil y una noches hasta el Avada Kedavra de Harry Potter, percibo que popularmente se cree en palabras asociadas a poderes misteriosos y ocultos, generalmente invocadas por seres especiales.

De la misma forma, sin caer en creencias sobrenaturales, fórmulas mágicas o místicas, observo cómo palabras que antes eran habituales producen fuertes efectos sobre quienes las emiten y escuchan. Tal vez, como consecuencia de haber caído en desuso, hayan adquirido la capacidad de producir mayor resultado.

Me gusta utilizarlas especialmente en los lugares donde no siempre la cortesía es lo que uno habitualmente espera. En esos casos, al decir buen día, por favor o un simple sería tan amable, consigo un mejor trato del taxista o de quien atiende en el mostrador de una oficina.

Siempre funciona: la expresión del rostro torvo y sombrío se suaviza de inmediato ante el efecto encantador y casi mágico de unas palabras de cortesía. Me recuerda la expresión que compara la vida con un espejo: si le sonríes te devuelve una sonrisa, si le gruñes te devolverá un gruñido.

Ahora bien, ¿es antiético usar estas fórmulas de buena convivencia para obtener mejores resultados? Considero que no lo es si las utilizamos con sinceridad, aderezadas con el deseo de comunicarnos mejor, de aproximarnos y hasta de entender que esa otra persona tal vez se encuentre cargada de agresividad o intolerancia porque no está atravesando un buen momento.

Al instalar este estilo de vida, alteramos el condicionamiento a reaccionar de manera agresiva y adquirimos un hábito comportamental positivo. Como consecuencia, se nos facilita la convivencia, evitamos conflictos y nos relacionamos con el mundo desde un lugar más sensible, amigable y cariñoso. Y esto es, sin duda, mejor calidad de vida.

Mirémoslo en forma pragmática: en la actualidad el mundo entero está interconectado. Nuestras comunidades ya no son compuestas por pocas casas circundantes, sino por más de 7.000.000.000 de personas que están observándonos las veinticuatro horas. Las redes sociales han producido la revolución de una interconexión creciente, expandiendo nuestro radio de influencia a un alcance que se percibe ilimitado.

En ese contexto, la civilidad retorna para entronizarse entre las principales virtudes, tal cual los griegos ya la consideraban hace siglos. Gran cantidad de ejemplos nos muestran cómo la reputación es vulnerable al juicio público de una sociedad sensible a lo que se comparte en las redes.

Estamos ante grandes cambios de paradigmas. La humanidad evoluciona con errores y aciertos en forma de oleadas constantes. El mundo se mueve y camina sin detenerse.

Y las palabras están allí, cargadas de su poder mágico, para abrir puertas, tocar corazones y acercarnos más.

Hasta la próxima semana.

Fiestas de fin de año: ¿Jesucristo o Pantagruel?

Foto por: Anthony Cantin

Las fiestas navideñas y de fin de año tienen -entre otras- una característica principal: el exceso de comidas y bebidas. Pareciera que, en lugar de la recordación cristiana que celebra el nacimiento de Jesucristo en Belén, el festejo se inclina hacia una marcada evocación de Pantagruel y Gargantúa, personajes de Francois Rabelais. Este autor, con especial humor, narra la historia de un par de gigantes totalmente diferentes de l@s asustadores ogros que formaban parte de los clásicos relatos de su época. En este caso, se trataba de gigantes glotones y bonachones.

En nuestras tradicionales noches de diciembre, en general, l@s festejantes se vuelcan hacia mesas atiborradas de alimentos diversos, elaborados tanto con cariño y esmero como con excesivo tenor graso y calórico.

Además de las comidas, se incluyen todas las variedades de típicas golosinas, dulces, frutos secos, tortas, panes dulces, turrones y otras delicias de origen más comercial que tradicional.

Las bebidas hacen lo suyo: cantidades abundantes de glucosa son transportadas por los torrentes de bebidas gaseosas, y el alcohol muchas veces transforma el centro de gravedad en un columpio en movimiento, con peligrosas consecuencias.

Claro, es un momento de encuentro, de alegría y de placer social, que ayudará al abrazo sentido y cariñoso con seres queridos y el agradable recuerdo posterior.

Pero, pasado el tiempo de festejo, es el momento de dar un poco de descanso a nuestro cuerpo, que ha sido sometido a excesos diversos y acumula secuelas que muchas veces se perciben en los días sucesivos.

Lo ideal sería iniciar unos días de limpieza orgánica mediante el consumo de frutas, que además de proveer agua y minerales, estimulan la depuración orgánica. Por otra parte, en estos tiempos de excesivo calor nos inclinamos naturalmente con más deseo hacia un rico melón recién sacado de la heladera que hacia un guiso humeante.

Para quienes tienen una voluntad más poderosa, es recomendable un ayuno de 36 horas. Esto es muy fácil de hacer: comenzar no cenando, pasar el día siguiente bebiendo mucha agua mineral, y luego de dormir esa noche, iniciar el próximo día comiendo algunas frutas frescas (no ácidas), para gradualmente volver a nuestra alimentación habitual. (Consejo: hacer esto en un día de plena actividad. Realizar un ayuno en domingo será triste y antisocial.)

Otra opción es adoptar algunas conductas para aliviar el esfuerzo de estos últimos días. Un sistema digestivo que seguramente trabajó horas extras para procesar cantidades excesivas de alimentos y bebidas que le llegaron bruscamente, merece vacaciones.

  • Si la propuesta anterior (que es la mejor), de ayunar durante 36 horas resulta difícil, intente ayunos intermitentes. Personalmente suelo utilizar la opción de 16 x 8: consiste en no ingerir alimentos desde la cena del día anterior hasta pasadas 16 horas continuas solo con abundante agua. Cumplido ese período comer normalmente durante la ventana de 8 horas. Se puede repetir durante dos o tres días.
  • Comer despacio y masticar lo suficiente cada bocado. (Masticar los líquidos y beber los sólidos).
  • Dejar pasar al menos dos horas después de comer o de cenar para acostarse.
  • Reducir el consumo de alimentos grasos y evitar los muy salados.
  • Limitar las salsas muy grasas elaboradas con huevo, exceso de aceite, frituras, crema, queso o mayonesa.
  • No consumir muy seguido grandes cantidades de azúcar o de dulces, ya que la digestión se demora.

¡Feliz año nuevo!

Edgardo Caramella

Autor del libro La dieta del Yôga, editorial Kier.

La responsabilidad de elegir

Foto por: Virgil Cayasa

Ya sea en el ámbito de la filosofía, la física o la estadística, la causalidad se relaciona con el principio o el origen de algo. El concepto se utiliza para nombrar la relación entre una causa y su efecto.

En la interpretación de la física se considera que cualquier situación está generada o influenciada por otra que es anterior. De acuerdo con esto, conociendo el estado actual de algo, es posible predecir su futuro. Esta postura, conocida como determinismo, fue creciendo con el avance de la ciencia.

Las categorías filosóficas de “causa” y “efecto” expresan la relación existente entre dos fenómenos de los cuales uno, llamado causa, produce ineluctablemente el otro, denominado efecto; esa relación se denomina relación causal.

Todos los fenómenos dependen unos de otros, es decir, existen en forma interdependiente. En este sentido, nuestras acciones físicas, verbales y mentales son causas que generarán reacciones o efectos que no siempre tenemos en cuenta.

Cuanto más conscientes y alertas estemos de este principio de acción y reacción, mayores serán nuestras posibilidades de actuar sobre el porvenir.

Este principio viene siendo analizado y administrado desde hace miles de años, especialmente en el contexto de la India Antigua, donde se lo conoció con el nombre sánscrito de karma. En esa cultura no tenía nada que ver con el sentido de destino trágico que se le asigna en Occidente.

En efecto, no es frecuente escuchar la palabra karma asociada a hechos positivos. Generalmente se relaciona con cuestiones negativas o trágicas y, lo que es peor, se considera parte de un destino que no está a nuestro alcance modificar. Esta interpretación nos impide utilizar a nuestro favor una poderosa herramienta, analizando las probabilidades que serán consecuencia de nuestras elecciones actuales.

El mecanismo denominado karma no tiene un sentido religioso, no debe asociarse a la idea de una divinidad. Es decir, la ley de acción y reacción -o causa y efecto- nada tiene que ver con la existencia de dioses invisibles encargados de hacerla cumplir. Como hemos visto, es un concepto analizado tanto por la física como por la estadística y la filosofía: varía el lenguaje, pero las interpretaciones son similares.

Conocer esta ley y su funcionamiento, lejos de conceptos místicos o interferencias religiosas, nos brinda una llave que abre una fantástica puerta para acceder con más certezas a las probabilidades futuras.

Por ignorar cómo funciona, este conocimiento no se suele utilizar debidamente, aun siendo tan útil para guiar nuestra vida, analizando probabilidades y evitando la sorpresiva aparición de cisnes negros.

Hasta la semana que viene.

Aprender a aprender

Foto por: Taylor Ann Wright

Vivimos en un mundo acelerado, cambiante, que prácticamente a diario nos ofrece situaciones no previstas. Desde pequeñas cosas que afectan la vida cotidiana, como cortes de energía, demora o interrupción sorpresiva de servicios públicos, tormentas, hasta hechos mayores como sucesos políticos y económicos que producen grandes consecuencias sociales.

Lo más sorprendente no es la magnitud de nuestros errores de predicción, sino la total falta de conciencia que tenemos de ellos.

A pesar de gran cantidad de situaciones imprevistas que ya son parte de la historia, se siguen haciendo planes con proyección a treinta años o más. Una ilusión que genera horas de trabajo para leer un futuro que ni imaginamos cómo será.

En general, esas proyecciones están basadas en hechos ocurridos, hechos que son parte del pasado y que analizamos pensando que de esa manera tendremos capacidad de ordenar el porvenir. Nos movemos profetizando situaciones que interpretamos desde paradigmas y condicionamientos limitantes.

En 1962, Thomas Kuhn publicó The Structure of Scientific Revolutions (La estructura de las revoluciones científicas), obra en la que expuso la evolución de las ciencias básicas de un modo que se diferenciaba en forma sustancial de la visión más generalizada. Según Kuhn, las ciencias no progresan siguiendo un proceso uniforme por la aplicación de un hipotético método científico. En general, los grandes descubrimientos han sido aportes u observaciones de personas que veían la realidad desde otra perspectiva.

Los paradigmas son, por lo tanto, algo más que un conjunto de axiomas: constituyen marcos, límites o condicionamientos que pueden conducir a una parálisis paradigmática. Todos nos movemos dentro de esos límites. Si nos observamos, seguramente vamos a encontrar una gran cantidad de actitudes o formas de proceder que no obedecen a elecciones conscientes sino que, por el contrario, son automatismos que nos llevan a repetir de manera constante modelos que se fortalecen con la actualización o uso. Y así vamos quedando presos de ellos.

La estrategia de los emprendedores y descubridores es salirse de los modelos predeterminados, planificar menos y estar alertas para desarrollar la capacidad de reconocer las oportunidades y moverse dentro de ellas, en función de la intuición y no de estructuras basadas en situaciones pasadas.

Tenemos que aprender a aprender. Recordemos que no aprendemos aplicando reglas, sino enfrentando situaciones. Y para ello debemos acceder a una flexibilidad integral. Vemos el mundo como somos, pero el mundo cambia y se ajusta todo el tiempo. Si somos flexibles, lograremos ver y entender esa realidad en constante transformación.

Por el contrario, si seguimos actuando de la misma forma, obtendremos los mismos resultados por un corto tiempo pero, en breve, los cambios y las situaciones no previstas reducirán rápidamente esos resultados habituales.

Abramos todas las vías de comunicación al mundo que nos rodea y con el cual interactuamos. Además, busquemos en nuestro interior para entender ese mundo desde la profundidad de nuestra esencia.

El mejor consejo es invertir en uno. Entrene, aprenda cosas nuevas, desarrolle sus talentos, practique técnicas que favorezcan el autoconocimiento y, principalmente, sea inclusivo y feliz.

Problemas y soluciones

Foto por: Doran Erickson

Es habitual caer en la afirmación errónea de que una vida sin problemas es seguramente una vida feliz.

Sin embargo, estoy convencido de que lo que nos produce felicidad no es la ausencia de inconvenientes, sino lograr superarlos. Luchar contra las dificultades y resolverlas genera, además del aprendizaje por la propia experiencia, un gran aumento de la autoestima. Ponernos bajo la presión que conlleva la situación que enfrentamos y conseguir vencer el desafío, se siente como una oleada de aire fresco y proporciona una fuerza interior que será muy útil para actuar, la próxima vez, con mayor seguridad y autoconfianza.

Estos logros van dándonos una creciente sensación de poder, cambiando la relación entre nuestro potencial y lo que debemos realizar. A mayor seguridad, percibimos que el desafío deja de tener una dimensión que intimida y paraliza, y se transforma en algo posible y que vale la pena intentar.

En ese momento, es bueno tener presentes las realizaciones positivas y, al recordarlas, generar un círculo virtuoso de estimulación que se potenciará y nos dará el optimismo y la voluntad imprescindibles para avanzar hacia la conquista de la meta o la resolución del inconveniente.

Nos ayudará mucho utilizar técnicas de visualización, observando detalladamente cada movimiento y acción que llevará al resultado previamente definido. Las imágenes mentales serán precursoras en el proceso de generación y crearán un condicionamiento que favorecerá su realización con menos errores y producirá un incremento de las capacidades físicas y mentales, como también una mejor administración de las emociones.

Recuerde que la visualización debe contener imágenes claras y precisas de lo que se desea obtener. Una vez definida la imagen, nos concentraremos en ella varias veces al día hasta conquistar el resultado que deseamos. Si realmente quiere lograrlo, insista con fervor.

Otro consejo: dividir el objetivo mayor en pequeñas acciones que sean factibles de realizar. De esta forma, será como subir una escalera, y con cada escalón conquistado sentiremos más entusiasmo para llegar al siguiente. La autovaloración será una energía fundamental para obtener resultados.

Empiece ya, y libere ese potencial que, en la mayoría de los casos, es mucho mayor que el que se cree poseer. Ante cada meta alcanzada o inconveniente superado, estará avanzando hacia el autoconocimiento, la realización personal y, en consecuencia, la obtención de mayor felicidad.

Hasta la semana próxima.

El valor de la intuición, en formidables tiempos líquidos

Foto por: Markus Spiske

Estamos atravesando una época compleja y formidable a la vez. La velocidad de las modificaciones aumenta. Va tan rápido que este siglo ya es muy diferente del siglo XX.

En un corto tiempo el mundo ha cambiado de manera sustancial y se hace difícil la tarea de interpretarlo, porque no se detiene y sigue modificándose en un proceso que causa confusión.

Tal vez Sigmunt Bauman sea uno de los sociólogos que mejor interpreta esta situación, al definir el momento actual como un mundo que ha ingresado en un estado de interregno, una etapa social en que no sabemos cómo actuar y en cuál posición ubicarnos.

La manera en que aprendimos a lidiar con los desafíos de la realidad ya no funciona más. Casi todas las formas de proceder han perdido vigencia. La mayoría de las conductas y formas de sobrevivencia que nos enseñaron están modificadas, en proceso de adaptación, o dejaron de existir. Además, si tratamos de rescatar algún formato anterior, corremos el riesgo de no encajar en las necesidades actuales y ser señalados como pasados de moda, anticuados o cierta especie de mamut renacido.

Esto nos conduce a tener una visión de corto plazo ante las crisis o situaciones difíciles, aprendiendo y adaptándonos a ellas en forma simultánea.

Los jóvenes, ya nacidos en esta etapa líquida que comenzó a manifestarse más fuertemente desde los noventa, ya no necesitan comparar con etapas más sólidas y estructuradas. Sus deseos y metas son otros y consiguen surfear las olas con más entusiasmo.

Los que venimos de la solidez, percibimos que la incertidumbre se amplía porque las crisis también cambian y son sustituidas por otras, lo que genera una sensación de ansiedad para definir el rumbo. Es muy importante que los grupos de trabajo integren equipos diversos que aporten distintas experiencias y visiones, todas útiles al momento de enfrentar situaciones de adaptación y cambio.

En todos los casos, este proceso se intensifica por la enorme cantidad de información que circula. El biólogo Edward O. Wilson afirma que el mundo se ahoga en información y a la vez se encuentra hambriento de sabiduría. No tenemos tiempo de transformar toda esa cantidad de datos en una visión clara que nos permita elegir hacia dónde avanzar.

Por ello, esta situación líquida de valores, creencias, formas y relaciones nos obliga a desarrollar otras capacidades propias del ser humano, que están olvidadas y no cuentan con la valoración necesaria para estimular el desarrollo. La meditación es una de ellas, una valiosa herramienta que permite alcanzar un estado de conciencia expandida o intuición lineal. Una forma de entender la realidad con menos intelecto y mayor pragmatismo.

Una aptitud que nos dará mayor seguridad en la toma de decisiones en este mundo dinámico que, según mi opinión, nos brinda una oportunidad extraordinaria para realizar transformaciones que ya no pueden esperar.

Considerando que aproximadamente los humanos poseemos un 60 por ciento de agua y el planeta que habitamos un 70 por ciento, tal vez sea el momento de modificar paradigmas y dejarnos llevar por estas corrientes, utilizando lo líquido para dar un verdadero salto hacia una humanidad mas libre y feliz.

Hasta la semana próxima.

Edgardo Caramella

Pequeños desacuerdos, grandes conflictos

Foto por: Thomas Drouaul

Existe una frase que dice: dejemos todo por escrito como si fuéramos enemigos, para poder seguir siendo amigos. La vida me fue enseñando que este cuidado nos libra de problemas futuros e incluso nos ayuda de manera efectiva a mantener buenas relaciones humanas.

En algunas oportunidades los incumplimientos o discusiones pueden producirse por sinceros olvidos de lo acordado, en otros casos por cambios generados en el contexto, que impiden cumplir con las condiciones acordadas, y otras veces se deben a la mala voluntad o deshonestidad de quien integra la parte incumplidora.

Es habitual que esas diferencias ocurran en acuerdos menores, de los cuales, justamente por haberlos considerado menos importantes, no habíamos dejado registro. En consecuencia, al transcurrir el tiempo nos encontramos en medio de disputas sobre bases poco claras.

Lo problemático es que, en esos pequeños desacuerdos, frecuentemente se generan desavenencias que pueden llegar a destruir vínculos o perjudicar amistades, sociedades y hasta relaciones afectivas.

Para evitarlo, tengo la costumbre de llevar un anotador a cada reunión ⎼sin importar su grado de relevancia⎼, hacer una síntesis de lo que se conversa, asentar lo resuelto o lo acordado, y pedir a la otra parte que ambos firmemos al pie. Si nos resulta incómodo colocar la firma, basta enviar la síntesis por email como notificación, de manera que luego tengamos presente lo que hemos decidido.

Este cuidado no reviste el grado de formalidad de un acta o contrato, pero brinda un marco al compromiso entre las partes y evita que, incluso sin mala intención, se puedan confundir u olvidar aspectos de lo que se acordó. El tiempo y algunas experiencias poco felices me han enseñado que es imprescindible tener esta precaución para superar obstáculos futuros.

En casos en que surjan estos conflictos, conviene no entrar en cólera y salir de la irritación que suele producir el incumplimiento de lo que hemos acordado bajo palabra. Es una ofensa a la confianza que suele herir en profundidad. Lo más conveniente es esperar hasta que la emocionalidad se reduzca, y a posteriori sentarse a conversar con la persona o el grupo que ha incumplido el pacto.

Lo mejor es no alterarse. Generalmente, el que lo hace, pierde. Averigüemos los motivos, tratemos de hablar y entendernos; para eso, lo más importante es escuchar y, de ser posible, no personalizar.

Es el momento de demostrar que somos sensibles y comprensivos, que pueden confiar en nosotros, especialmente nuestros liderados, y de esta forma transformar una posible catástrofe en una situación positiva y verdadero ejemplo de conducta.

Puede ocurrir también que la parte incumplidora nos proporcione argumentos lo suficientemente válidos para generar alguna duda razonable sobre lo acordado. En ese caso, lo mejor será no tomar ninguna decisión en el momento, y convocar a otra reunión donde se expondrá la decisión final.

Es recomendable tomar una decisión clara, justa y que considere la buena o mala fe de los participantes, ya que estas situaciones ponen en juego un prestigio moral y ético que, a mi juicio, debe ser serenamente evaluado.

Inmanuel Kant nos decía que las acciones moralmente buenas lo son independientemente de su resultado.

Hasta la próxima semana.

Sísifo, la actualidad de un mito

Sísifo

La vasta mitología griega nos ofrece historias y mitos que muestran conductas exacerbadas muy interesantes para conocer y establecer paralelos con las conductas humanas actuales.

Una de estas historias es la de Sísifo, Rey de Corinto, quien, conforme los relatos, era muy astuto y hábil para el engaño. Entre sus varios logros, tuvo la habilidad de engañar a la muerte en dos oportunidades en que venía a llevárselo.

La primera vez fue debido a que Sísifo, para conseguir agua para su reino, le cuenta a Asopo, uno de los reyes fluviales, que su bella hija ha sido llevada por Zeus, quien para ello adoptó la forma de un águila.

Furioso, Zeus ordena a Tánatos que vaya en busca del delator y lo lleve al Tartaro, con los muertos. Pero Sísifo seduce a la muerte y le regala joyas, entre ellas dos pulseras que en realidad son grilletes, con las cuales la hace prisionera y escapa.

El tiempo pasa y nadie más muere, ni en la paz ni en las guerras. Entonces, Ares, hijo de Zeus y dios olímpico de la guerra, es enviado a rescatar a Tánatos. Una vez que ha hallado a la muerte, la libera de su cautiverio para que todo vuelva a la normalidad.

Al enterarse de esto y previendo que algo ocurrirá, Sísifo le pide a su esposa que, si él llega a morir de muerte prematura, no permita que se le realicen los ritos funerarios propios de un rey.

Llevado frente a Hades, dios del inframundo, recibe un furioso reproche. Pero apelando a su habilidad para engañar, Sísifo se disculpa y le solicita que le permita ir hasta su reino y proceder a los ritos funerarios, dignos de su condición de rey, dado que su perversa mujer no ha permitido realizarlos. De esa forma, podrá descansar en paz.

Una vez más Sísifo ha logrado engañar a la muerte y tiene permiso para retornar al mundo de los vivos por un día, debiendo regresar antes de finalizar el plazo.

Pero el engañador Sísifo va a Corinto en busca de su esposa y huye, permaneciendo escondido el resto de su vida. Ya muy anciano, cuando llega el momento de pasar naturalmente al mundo de los muertos, es llevado por Hades y arrojado al inframundo.

Como consecuencia de sus actos es condenado a tener que llevar una pesada piedra desde la base hasta la punta de una montaña. El castigo consiste en que, a medida que sube, la piedra se torna más pesada, hasta que, al llegar a la cima, rueda otra vez cuesta abajo y Sísifo debe empezar a empujarla hacia arriba nuevamente, nuevamente, nuevamente, y así por toda la eternidad.

La mayoría de las personas asciende la montaña de lunes a viernes para descender el fin de semana. Subimos la montaña durante toda la vida para que finalmente la vida acabe en un proceso absurdo, como lo señala Albert Camus. El gran cambio, es comprender que todos tenemos piedras que empujar, sin embargo, tenemos la posibilidad de decidir cuáles serán esas piedras y para que las empujamos. Si cada acción, independiente de lo que hagamos, tiene un propósito mayor, nos traerá una consecuencia inevitable: ser más libres y felices.

¡Hasta la próxima semana!

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