Nuestras imperfecciones nos ayudan a tener miedo.

Tratar de resolverlas nos ayuda a tener valor.

Vittorio Gassman

Con especial sutileza, el escritor francés Antoine Saint-Exupéry presenta en su obra El Principito estas palabras que el zorro arribado de otro planeta dice al joven protagonista: “He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible a los ojos”.

La frase adquirió popularidad y comenzaron a usarla incluso quienes no habían leído el libro. Tal vez porque constituye una observación que toca la sensibilidad humana y nos permite reflexionar sobre el valor de las cosas que consideramos simples, muchas de las cuales se desvalorizan por una razón: las tenemos, y no nos costó nada obtenerlas. Convivimos con ellas y sólo se aprecian en su total magnitud cuando las perdemos.

Veamos un ejemplo: respirar. Es un acto automático, una función vegetativa que utilizamos durante toda la vida y a la cual sólo damos importancia si algo nos impide llevar el aire vital a nuestros pulmones. En ese instante seríamos capaces de todo con tal de obtener una bocanada más de oxígeno…

¿Por qué será entonces que precisamos la eventual crisis para valorar aquello que hasta puede ser determinante en nuestra vida? ¿Por qué demoramos tanto para modificar aspectos de la conducta que nos pueden llevar a la pérdida de aquello que sabemos fundamental?

Tal vez la respuesta sea que vivimos en automático, repitiendo modelos, influenciados por férreos paradigmas, sin detenernos a pensar y por momentos a no pensar para percibir instintivamente el verdadero valor de las cosas que son fundamentales para cada uno.

Con los años, empezamos a reflexionar con melancolía sobre cuántas de esas cosas verdaderamente importantes perdimos o no realizamos por estar detrás de otras de menor importancia. Metas sobre las cuales proyectamos nuestras propias fantasías, convenciéndonos de que nos traerían la tan ansiada felicidad.

En este punto podría parecer que este escrito conducirá al desánimo; sin embargo, la buena noticia es que siempre estamos a tiempo de ordenar nuestras prioridades y trabajar por ellas.

Equivocadamente solemos creer que la vocación de cambiar y mejorar es exclusiva de los años de juventud. Hoy, la neurociencia refrenda lo que antiguas filosofías nos indicaban mediante el conocimiento empírico: tu cerebro puede seguir aprendiendo y cambiando hasta el último día de la vida. El biólogo Estanislao Bachrach nos dice que no importa qué te haya pasado o qué genes te hayan tocado; tu mente, la forma en que usás tus pensamientos, puede modificar la estructura y anatomía del cerebro. Es la capacidad denominada neuroplasticidad.

Claro que nada es producto de la magia: es parte de una vocación de seguir superándose siempre. El Método DeRose te proporciona antiguas técnicas para mejorar con facilidad y con buenos resultados. Administración de las emociones, abstracción de los sentidos, concentración y meditación son algunas de las herramientas que nos permiten reconocer condicionamientos, modificarlos si así lo deseamos, lograr una apreciación más clara de nuestras prioridades y, en consecuencia, ser mejores personas.