Cuenta una historia que un viejo Maestro en el arte de la arquería pidió a un discípulo que mostrara sus progresos lanzando una flecha a un blanco. El discípulo disparó con gran puntería la flecha, que impactó en el centro del blanco. Rápidamente lanzó otra, que se insertó en la anterior abriéndola por la mitad.
Con una sonrisa de burla y superioridad, se dirigió al Maestro, le preguntó qué le parecía y lo desafió a que lo hiciera mejor.
El Maestro no se inmutó; le pidió que lo acompañara. Subieron una cuesta y llegaron a la cima de una montaña en la cual había un estrecho tronco que cruzaba sobre un interminable precipicio. Una especie de precario puente de conexión hacia la montaña siguiente.
Entonces, el Maestro solicitó al alumno que repitiera la prueba ubicado sobre ese árbol que funcionaba como puente. El discípulo dudó, pero ante la insistencia del Maestro avanzó sobre el puente que oscilaba por efecto del viento. Lanzó varias flechas, sin que ninguna diera en el blanco.
El Maestro le pidió al discípulo —que transpiraba y temblaba como consecuencia del miedo— que retornara. Una vez que el joven estuvo en tierra firme, el Maestro subió al precario puente, tensó el arco y lanzó una certera flecha que dio exactamente en el centro del blanco. Y de inmediato, dos flechas más que también dieron en el blanco con total precisión.
Sonriente se acercó al discípulo, que lo observaba avergonzado, y le dijo con voz firme: el dominio de la técnica al lanzar la flecha y dar en el blanco en condiciones ideales no revela que te estés superando como ser humano, es apenas una pequeña parte de tus capacidades.
Superar la dispersión causada por las emociones es lo verdaderamente importante para poder aumentar nuestra capacidad de enfocarnos y conquistar nuestros objetivos.
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