confianza

Sin lugar a dudas la confianza es uno de los valores más importantes para construir vínculos que perduren en el tiempo.

Si buscamos en el diccionario, encontramos que confianza es la esperanza firme que se tiene de alguien o algo.

Exactamente eso, la esperanza firme de poder creer en el otro, en su coherencia de vida. La necesidad de saber y sentir que la palabra escuchada es garantía de veracidad, y que sostiene el pacto implícito de una honestidad férrea que deseamos que se contagie endémicamente a todos los integrantes de nuestra cultura.

Para enseñar, ya se trate de educadores formales en su tarea en las aulas o padres que transmiten enseñanzas a sus hijos, el vínculo entre el que enseña y el que aprende debe estar dotado de plena confianza. Cuanto mayor sea, más rico será el intercambio entre ambos.

Desde que conocí al profesor DeRose, en el año 1985, nunca lo escuché decir algo que no fuera verdadero. Más de tres décadas de verdades. Eso enalteció su figura ante mis ojos y me hizo incorporar ese valor esencial, porque lo comprendí como una conducta valiosa y una forma de poder. No hablo de un poder con relación al otro, me refiero a un empoderamiento ligado a la seguridad con respecto a uno mismo. Desde entonces, siento que ha crecido mi autoestima y autoridad moral.

Debemos generar una cultura de confianza porque, además de ser un valor esencial en la convivencia y el valor ético, constituye una actitud inteligente que como consecuencia inevitable allana el camino, reduce las dificultades y facilita la obtención de buenos resultados. Es evidente su trascendencia para nuestra capacidad de autorrealización, calidad de vida y felicidad.

Para comprender el valor de estas acciones, tratemos de imaginar que, por alguna causa no explicable, todos los habitantes del planeta no mintieran durante veinticuatro horas. Todos podríamos confiar en el otro, seguros de que nos dice verdades. Cuántas cosas cambiarían de inmediato, y seguramente para bien de todos.

Uno de los primeros efectos que se generarían es un crecimiento de la solidaridad. Tantas veces dejamos de ayudar porque dudamos de la autenticidad de ese pedido, desconfiamos y no extendemos la mano…

Entonces, si sabemos el poder de estas actitudes, ¿por qué no aplicarlas a nuestra vida, contagiar mediante el ejemplo a otros y así generar una epidemia de valores positivos? Tal vez la única epidemia recomendable.

Reeducarnos para ser mejores es una actitud superadora.

¿Lo intentamos?

Hasta la próxima.