comunicacion

 

Hace unos días observaba a la mamá de Luca, un hermoso bebé, en una instintiva y tierna conversación. Ella realizaba diversos sonidos acompañados de gestos y el niño trataba de imitarlos iluminando su carita con asombro y sonrisas divertidas. Los sonidos eran solo eso. No tenían un significado particular, no eran palabras ni frases. Solo estímulos sonoros, cargados de amor y energía maternal, viajando desde la mamá al niño que, atento, intentaba retribuirlos.

Al observarlos, en mi mente florecían recuerdos de mis hijos cuando eran tan pequeños como Luca, y de tantos otros niños que en algún momento iniciaron ese aprendizaje tan complejo, bello y sutil que es la comunicación con los otros seres.

La escena me hizo entender en forma práctica que los humanos traemos una necesidad de comunicarnos, como la tienen también todos los integrantes del reino animal. La diferencia es que en nuestras queridas mascotas ese lenguaje es innato, y en los Sapiens se requiere un aprendizaje de códigos que varía de cultura en cultura.

Este conjunto de sonidos y gestos que nos permite comunicarnos está profundamente vinculado a una manera de pensar. Las palabras evocan imágenes, las imágenes predicen a nuestra mente realidades, generan reacciones biológicas y emocionales, transmiten certezas o dudas, se transforman en acciones y mantienen activa esa fascinante maquinaria que es la comunicación humana.

Ahora bien, volviendo a mi pequeño maestro Luca -que me está enseñando cómo se comunica sin todavía saber los códigos de lenguaje que durante años deberá incorporar-, observo que el vínculo de confianza con su mamá es el gran paso para establecer el deseo de entenderse.

Y allí está un importante nudo que dificulta el entendimiento, la falta de confianza con el otro. Traslademos la situación a un ejemplo simple: cuando alguien toca a nuestra puerta, si confiamos le abrimos, lo recibimos sonrientes, le ofrecemos hospitalidad y lo dejamos ingresar a nuestro espacio. Estaremos predispuestos a recibir su persona y su mensaje. En una conversación ocurre lo mismo: podemos abrir la puerta de acceso a nosotros, recibirlo con alegría e interesarnos por lo que tiene para decirnos con la intención de comprenderlo, o bien bloquear, cerrar, no escuchar y en algunos casos desencadenar violencia, de la cual no siempre es posible retornar. Generalmente esto ocurre por paradigmas incorporados.

Si el lenguaje y la comunicación están entonces tan ligados a la cultura formativa, debemos poner atención en revisar, actualizar y hasta modificar barreras preestablecidas. Recordemos que frecuentemente repetimos actitudes de las cuales no nos sentimos orgullosos. Reacciones que incorporamos generalmente por imitación y utilizamos sin pensar. Si no lo modificamos, en cada oportunidad que esto ocurre el paradigma o condicionamiento se actualiza y fortalece. Si hay ganas, siempre podremos mejorar y lograr que muchas puertas comiencen a abrirse.

Hoy, 7.000.000.000 de otros seres humanos están distribuidos en el planeta, con costumbres y formas diferentes, y deseando vincularse. La tecnología lo impulsa y favorece. Hacerlo es reducir fronteras y un ejercicio para humanizarnos. Gracias, Luca, por inspirarme.

Hasta la próxima semana…