Hace pocos días, dando un curso sobre liderazgo para empresarios en la hermosa ciudad de Madrid, uno de los presentes me confió durante el intervalo que se le estaba haciendo difícil conectarse con sus liderados. Consideraba que en la actualidad, como la diversidad entre las personas se defiende más, cuando él dictaba una norma o instrucción no funcionaba de inmediato. Se le hacía necesario dialogar y dar muy buenos fundamentos, para que lo solicitado fuera comprendido y aceptado por aquellos que tenían diferentes opiniones.

Le pregunté cómo reaccionaba ante esta situación y me dijo que frecuentemente se irritaba y que, en lugar de explicar los motivos de la toma de decisión, simplemente la imponía haciendo valer su jerarquía y posición en la estructura. Esto, que se venía repitiendo, dificultaba la comunicación, lo estaba preocupando y quería modificarlo.

Le conté una anécdota que me ocurrió hace años, cuando lideraba a un grupo que no cumplía satisfactoriamente con mis expectativas. A medida que fallaban, me decepcionaba, me alejaba de ellos enfurecido y la productividad se perjudicaba. Eran épocas en las que todavía no había adquirido la experiencia y recursos que tengo en la actualidad.

Una mañana al despertar tuve un insight y me decidí a producir un cambio inmediato: lo que debía modificar era mi actitud. Me dije a mí mismo: “yo quiero a esas personas, nos necesitamos y tenemos que aprender a confiar mutuamente para seguir juntos”.

Compré regalos, los reuní, les hablé con cariño y sinceridad. A partir de ese momento nuestra relación comenzó a ser totalmente distinta. Acordamos reuniones de ajuste, más horizontales y con la aceptación de un feedback positivo en el que habláramos de males y no de malos. Fijamos valores comportamentales del grupo, que favorecieron las relaciones. En consecuencia, empezamos a disfrutar de estar juntos y los resultados fueron excelentes en todos los aspectos. El principal cambio de paradigma fue que decidí aproximarme, entenderlos, escucharlos y hacerles saber que sentía cariño por ellos. Fue una gran enseñanza para mí.

El dramaturgo y humorista George Bernard Shaw decía: “no siempre hagas a los demás lo que desees que te hagan a ti: ellos pueden tener gustos diferentes”.

Fernando Savater, en su Ética para Amador, escribe: “Sin duda los hombres somos semejantes, sin duda sería estupendo que llegásemos a ser iguales (en cuanto a oportunidades al nacer y luego ante las leyes), pero desde luego no somos ni tenemos por qué empeñarnos en ser idénticos. Ponerte en el lugar del otro es hacer un esfuerzo de objetividad para ver las cosas como él las ve, no echar al otro y ocupar tú su sitio… O sea que, él debe seguir siendo él y tú tienes que seguir siendo tú. Para entender del todo lo que el otro puede esperar de ti no hay más remedio que amarle un poco, aunque no sea más que amarle sólo porque también es humano…”

Hasta la semana próxima.