El lenguaje es algo maravilloso. Es una característica humana tan importante, que nos define. Una herramienta de comunicación que ha sido factor fundamental en el proceso de evolución.

Esa palabra pensada y sentida, con la cual elaboramos textos y poemas deliciosos, también puede constituirse en un arma poderosa para causar daño. Por lo tanto, debemos ser muy responsables al usarla, de la misma manera que si lanzáramos un proyectil al aire.

Como noción de importancia, podemos encontrar citas sobre la primera palabra, el sonido creador, en religiones o antiguas filosofías que intentan explicar la génesis del Universo. Es también el sonido que causa tanta alegría en los padres, al escuchar esa primera palabra que se escapa de la boca de sus niños. Como se valora, asimismo, la última palabra de aquel en quien se extingue la llama vital y pronuncia esa frase que cierra la comunicación de una vida humana.

Y es verdad que la palabra es inconmensurable: hablada o escrita, produce efectos formidables en quien la recibe y en consecuencia en quien la genera. Es ese ida y vuelta mágico de la comunicación, con la bella y fundamental intención del entendimiento.

Sin embargo, existen también formas dañinas de usar la palabra. Es común observar su corrosiva acción para injuriar o calumniar. Quiero detenerme en estas dos formas del uso de la palabra, muy habituales en los grupos, y en sus consecuencias. A veces aparecen por simple irresponsabilidad y, en otros casos, a partir de una planificación atenta y con el fin de generar daño.

La calumnia es la falsa imputación de un delito que da lugar a la acción pública. (Ejemplo: Fulano es un estafador). La injuria consiste en la deshonra, es cuando se busca afectar el honor de una persona y desacreditarla públicamente, a sabiendas de que se están comunicando mentiras.

En los grupos en los que tenemos influencia como líderes o conductores, debemos estar atentos para eliminar de raíz esta actitud que suele ser habitual. Sé de algunos líderes que utilizan este recurso para hacer circular rumores; además de estar reñido con la ética y las buenas relaciones humanas, esto produce daño, malestar y desunión. Y una vez que se descubra al que generó el chisme, el descrédito será irreparable para él.

Al acordar los valores con el grupo que lideramos, recomiendo la incorporación del concepto “injuria cero”. Si existen personas que continúan utilizando ese recurso, deben ser “invitadas” a salir, por el efecto tóxico que causan y por estar fuera de la ética acordada.

En la actualidad, por diferentes intereses y motivos, podemos ser víctimas de generadores de rumores mal intencionados que intentan generar un daño sobre la credibilidad, especialmente ayudados por la facilidad que brindan las redes sociales.

Esto no es nuevo, el propio Maquiavelo en su conocida obra El príncipe mencionaba la calumnia como una poderosa arma, si se la sabe usar.

Si el comentario malicioso es por medio de las redes sociales y personal, tendremos que analizar qué conducta adoptaremos. Sabemos que los que nos injurian en su mayoría serán personas mediocres, con baja autoestima, que nos tienen envidia por cómo somos, por lo que hemos conseguido o por intereses particulares. Si nos fortalecemos, evitaremos lo que el otro desea: un gran conflicto público que favorezca sus intenciones. En estos casos, lo recomendable es armarse de paciencia y mostrarse indiferente.

Se le atribuye a Nietzsche la frase “las calumnias son enfermedades de los demás que se declaran en nuestro cuerpo”.

Hasta la semana próxima…