La prudencia es tenida como una de las virtudes cardinales más valoradas en la Antigüedad y especialmente en la Edad Media. Ya en algunos escritos del siglo VI antes de J.C. se la encuentra citada como sabiduría.

Paradójicamente, es una de las virtudes más olvidadas. Tal vez por ello Kant en su obra Crítica de la razón práctica ya no la considera como tal: solo se trata de un amor hábil hacia uno mismo, no condenable pero carente de valor moral, nos dice el filósofo.

Los estoicos, de acuerdo a comentarios de Marco Aurelio, la mencionaban como una ciencia. Específicamente la ciencia de las cosas que deben hacerse y las que no deben hacerse.

Me agrada André Compte-Sponville cuando menciona que una sabiduría sin prudencia sería una sabiduría insensata, por lo cual no sería sabiduría.

Considero que la prudencia es una forma de administrar los deseos en forma razonable y sin dejar de disfrutarlos. Acercándonos a la propuesta de la templanza.

Cuando se va instalando en forma práctica el principio de prudencia (la manera más efectiva de incorporarla), comienza a estar más presente en nuestras decisiones, a cumplir una función en algo comparable con el instinto en los animales.

Considero útil aclarar que su uso, no tiene que ver con el miedo o la cobardía, dado que cuando utilizamos la prudencia estamos aplicando un precepto moderador de la valentía, para que esta no se transforme en una excesiva temeridad.

Esta mirada sobre la prudencia tiene la intención de sumar una conducta o habilidad para poner en práctica, especialmente cuando tomamos decisiones que serán condicionantes del porvenir. Una especie de fidelidad hacia el futuro.

Sin embargo, no debemos permitir que el exceso de prudencia nos paralice, nos impida correr los riesgos que son necesarios afrontar para seguir aprendiendo y superando nuestras limitaciones.

¿Qué riesgos? ¿cuáles pueden ser los límites? Las respuestas las encontraremos en la realidad que atravesamos, en la determinación que nos mueve hacia la meta elegida y en lo que sentimos más que en el análisis intelectual.

Para ello nada mas recomendable que aquietar nuestros pensamientos, concentrarnos en el objetivo y encontrar en la meditación esa sabiduría intuitiva que nos permitirá conquistar lo deseado evitando los temores paralizantes que son fruto de la falta de certezas y la influencia de los condicionamientos adquiridos.

Hasta la próxima.