Comienzo a escribir estas líneas pensando: ¿DeRose tendrá vida eterna? Un fácil acertijo cuya respuesta, todos conocemos. Comparto esta pregunta con el deseo de generar una reflexión íntima al regresar del aeropuerto en el cual DeRose y su esposa embarcaron de regreso a su ciudad, habiendo finalizado el evento que los trajo de visita a Buenos Aires. Una vez más tuve el honor de alojarlo y compartir tres días completos, lado a lado, con nuestro querido Profesor.

Fueron días de mucha actividad durante los cuales me sumé a su vida dinámica y cargada de docencia, logrando sumergirme en disertaciones, cursos, lanzamiento de algunos de sus libros con firma de autor y otros  momentos diversos, en donde siempre se rescata el ejemplo, la palabra justa, el silencio valioso y el afecto que llega con espontaneidad y simpleza.

En los momentos de esparcimiento también está presente el detalle aleccionador. Desde el plato especialmente elegido con delicadeza para compartir una sabrosa y agradable comida, hasta el paseo sin pretensiones, disfrutando del sol y las cosas bellas que aparecen en el camino. Todo está impregnado de un deseo de enseñar y compartir saberes que brotan con generosidad.

No hay comunidad, credo, disciplina o artesanía que no tenga sus maestros y discípulos, sus profesores y aprendices. El conocimiento es transmisión. Los maestros protegen e imponen la memoria. Los discípulos realzan, diseminan o traicionan la identidad del saber.

Es esencial estar cerca de aquellos que saben y enseñan con generosidad, incorporar su estilo, su manera de andar por la vida, el uso en la práctica de los conceptos y formas de vincularnos por medio de buenas relaciones humanas.

De esta forma, simple y natural, el conocimiento llegará a nuestros alumnos y personas queridas, como el agua de deshielo que se desliza desde lo alto de las cumbres nevadas.

Hasta la próxima.