La piel está considerada el órgano más grande y extenso del cuerpo. Cubre una superficie casi equivalente a dos metros cuadrados y, según los anatomistas, puede pesar hasta diez kilogramos. Sirve como barrera protectora frente el medio externo, al tiempo que mantiene la homeostasis.
Posee diversas funciones, pero la que más me interesa destacar es la de ser la frontera sensible de nuestro cuerpo con el mundo que nos rodea. Su sensibilidad nos da información sobre lo que tocamos, la presión de lo que nos toca, la temperatura ambiente y, con mucha precisión, nos transmite sensaciones de placer o dolor.
Además, y para seguir maravillándonos con esta vestimenta que traemos desde que nacemos, también nos expresamos por medio de ella: nos sonrojamos, palidecemos, el pelo se nos eriza y hasta emanamos aromas de acuerdo con la variada gama de emociones humanas que podemos experimentar.
Se trata de una membrana única que une las distintas regiones de nuestro paisaje
corporal, dándole la apariencia de lo que Whitman denominó “el cuerpo completo”.
La piel es fantástica, merece nuestro homenaje. Es gracias a ella que estamos dentro del mundo y el mundo está dentro de nosotros, decía Alfred North Whitehead, matemático y filósofo británico que trabajó en investigaciones durante años junto a Bertrand Russell y sostenía la premisa de que “todo está lleno de vida”, en la intención de devolverle a la naturaleza el valor que poseía para los filósofos de la antigüedad.
Justamente la piel nos conecta con la vida, especialmente con el mundo sensorial. Qué triste sería una vida sin percibir todo el espectro de sensaciones que nos brinda la más hermosa vestimenta que poseemos.
Y no solamente me refiero a la piel joven y tersa. Cuánta hermosura expresa la piel de los ancianos, dándonos la sensación de que en cada uno de sus surcos se guardan misterios, experiencias, saberes, recuerdos, sensaciones, soles, humedades de lágrimas emocionadas y tantas otras memorias escritas sobre esa membrana/frontera, que debería servir para unirnos más que para separarnos.
Las pieles también nos muestran diversidad de colores. Paleta variada que en muchas culturas y épocas sirvió para calificar o descalificar a quienes, sin poder elegir la suya, debían vestirla y vivir las consecuencias.
Hace más de cinco mil años, en la antigua India, el color de piel –llamado en sánscrito varna– fue el origen de la división en castas de la población. Se intentaba de esa forma impedir el cruzamiento racial, para proteger la supremacía de los invasores de ascendencia aria.
En 1951 Jean Cocteau declaraba “qué raro que esos americanos, que desprecian a la gente de color, estén tan ansiosos por dejar que el sol los vuelva tan oscuros como sea posible”, enfatizando la discriminación que existía hacia los que eran simples portadores de otras tonalidades de piel.
El mundo, que comenzaba a sensibilizarse y buscaba avanzar hacia la inclusión, ha sido demorado en ese deseo por causa de una pandemia que nos obligó a incorporar, con tristeza, la distancia social. Ojalá que todos colaboremos para lograr que las pieles vuelvan a ser membranas que nos conecten y nos aproximen de manera sincera y espontánea.
¡Montones de hermosos abrazos nos esperan.!
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