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DeRose, el saber que no envejece

Comienzo a escribir estas líneas pensando: ¿DeRose tendrá vida eterna? Un fácil acertijo cuya respuesta, todos conocemos. Comparto esta pregunta con el deseo de generar una reflexión íntima al regresar del aeropuerto en el cual DeRose y su esposa embarcaron de regreso a su ciudad, habiendo finalizado el evento que los trajo de visita a Buenos Aires. Una vez más tuve el honor de alojarlo y compartir tres días completos, lado a lado, con nuestro querido Profesor.

Fueron días de mucha actividad durante los cuales me sumé a su vida dinámica y cargada de docencia, logrando sumergirme en disertaciones, cursos, lanzamiento de algunos de sus libros con firma de autor y otros  momentos diversos, en donde siempre se rescata el ejemplo, la palabra justa, el silencio valioso y el afecto que llega con espontaneidad y simpleza.

En los momentos de esparcimiento también está presente el detalle aleccionador. Desde el plato especialmente elegido con delicadeza para compartir una sabrosa y agradable comida, hasta el paseo sin pretensiones, disfrutando del sol y las cosas bellas que aparecen en el camino. Todo está impregnado de un deseo de enseñar y compartir saberes que brotan con generosidad.

No hay comunidad, credo, disciplina o artesanía que no tenga sus maestros y discípulos, sus profesores y aprendices. El conocimiento es transmisión. Los maestros protegen e imponen la memoria. Los discípulos realzan, diseminan o traicionan la identidad del saber.

Es esencial estar cerca de aquellos que saben y enseñan con generosidad, incorporar su estilo, su manera de andar por la vida, el uso en la práctica de los conceptos y formas de vincularnos por medio de buenas relaciones humanas.

De esta forma, simple y natural, el conocimiento llegará a nuestros alumnos y personas queridas, como el agua de deshielo que se desliza desde lo alto de las cumbres nevadas.

Hasta la próxima.

Aprender de los ángeles

En la década del ‘80, Win Wenders dirigió una película excelente llamada originalmente El cielo sobre Berlín y conocida en español como Las alas del deseo.

En ella se relata la historia de dos ángeles que observan el mundo, en su mayor parte la ciudad de Berlín, y se sienten impactados por la vida que llevan los mortales, a quienes no pueden darse a conocer ni cambiarles hechos puntuales de su vida. Lo único que pueden hacer es reconfortarlos en situaciones de sufrimiento.

Lo interesante es que uno de estos ángeles comienza a sentir, con mucha fuerza, el deseo de formar parte de la vida mortal. Es tan intensa esa sensación, que incluso está dispuesto a sacrificar su inmortalidad para concretar ese deseo.

Los ángeles incorpóreos se cansan de su eterno voyeurismo y ansían la experiencia de vivir en forma corporal. Desean poder tomar cosas o sentir el contacto de una caricia.

Nosotros, en cambio, a pesar de la importancia que tiene en nuestra vida este cuerpo que habitamos, nos olvidamos de él y no siempre lo conocemos o cuidamos como lo merece. Tal vez porque estamos a diario inmersos en el fastuoso mundo físico por el cual suspiran los ángeles de la película de Wenders, solemos descuidarlo, acordándonos de él cuando nos expresa su malestar por medio de un dolor o somatización.

A través de los mitos, del arte y también de la ciencia, el hombre ha tratado de responder por medio del cuerpo a las tres preguntas que Paul Gauguin usó para titular uno de sus cuadros: ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿A dónde vamos?

Para obtener esas respuestas necesitamos establecer una relación más consciente con nuestra parte física. El DeROSE Method nos permite trabajarla de manera inteligente, sin espasmos ni excesos, disfrutando en esta tarea de sensaciones diversas, despertando todos los sentidos y construyendo los cimientos de una estructura fuerte que nos permitirá proyectarnos a una vida más plena y feliz.

Así como los ángeles, podremos ampliar nuestra sensorialidad, descubrir nuestros sentidos y percibir que, a través del cuerpo, el mundo nos toca.

Hasta la próxima semana.

La incertidumbre del porvenir

Estamos viviendo una etapa de mucho cambio y a una velocidad que se va acelerando, con consecuencias altamente desgastantes. Es como seguir conduciendo el mismo vehículo que antes, recorriendo los mismos caminos, pero a velocidades muy superiores a las que estábamos habituados, lo que genera un constante estrés.

Además, los caminos nos sorprenden con nuevos obstáculos y nos ofrecen atajos, curvas y encrucijadas que aparecen de manera sorpresiva, obligándonos a tomar decisiones inmediatas, con escaso análisis de las consecuencias que traerá aparejada cada una de ellas. Sin tiempo para analizar la decisión adoptada, ya se nos aparece otra situación que, antes de haber asimilado la anterior, nos fuerza a otro gasto de energía importante para optar por la acción que, en lo inmediato, consideramos más necesaria.

En este punto, se generaron diferentes formas de reacción, pero lo que más se observó fue la sensación de impotencia y ansiedad para modificar algo nuevo, invisible y que nos acechaba permanentemente. La crisis existencial, con esa sensación de que la vida carece de sentido, genera agobio, cansancio, desgaste orgánico, tensión emocional y estrés anticipado por situaciones aún no ocurridas, pero que imaginamos que nos harán estar peor.

Unas décadas atrás, la palabra futuro nos conectaba con una sensación de porvenir distante del momento presente. En la actualidad esa percepción cambió y el presente le pisa los talones a ese futuro que se percibe cada vez más cercano. Se ha producido una desestructuración de lo temporal. Darío Sztajnszrajber, para analizar la extrañeza que nos genera esta ruptura en la forma de sentir el tiempo, recurre a aquella escena en la que Hamlet ve al fantasma de su padre y dice: «El tiempo está fuera de quicio».

En este sentido, la última pandemia trajo un sinceramiento. Algo que ya venía gestándose se aceleró de manera inesperada, por un proceso repentino que causó desestabilización y un elevado estrés en una sociedad que ya estaba en el límite de su capacidad de resiliencia.

Esta incertidumbre acerca de un porvenir que no augura mayor felicidad y, en consecuencia, eleva la tensión al límite de lo recomendable, tiende a alimentar en forma compensatoria la incorporación de algunas válvulas de escape a esa presión: consumismo, trabajo excesivo, acceso a las drogas o el alcohol, constantes búsquedas terapéuticas, místicas y otras formas que suelen presentarse como recursos posibles para encontrar alivio, aunque más no sea temporario.

Es necesario que tomemos las riendas de nuestra propia vida y procuremos fortalecernos en forma integral, aprender a lidiar mejor con los obstáculos y situaciones que debamos atravesar y contar con recursos para adaptarnos rápidamente a los cambios y al estrés que nos generan. Debemos revisar nuestra forma de vivir y efectuar modificaciones que nos permitan asumir las exigencias de la actualidad, comprendiendo que no estamos viviendo una etapa excepcional y por lo tanto la velocidad de la transformación seguirá aumentando.

Si nos adaptamos, podremos administrar nuestras emociones y estrés. Es simple: se trata de aprender a usar otras herramientas. La administración de los sentidos, la concentración y la meditación están entre las más efectivas.

Hasta la próxima.

La importancia del momento adecuado

Es habitual que la mayoría de las personas deseen superarse y realizar cosas que generen admiración en los demás.

Para lograrlo se requieren diversos elementos que van desde el talento natural hasta las virtudes o habilidades que, con mayor o menor esmero, se busca desarrollar. Pero es necesario también hacer algún tipo de esfuerzo, estudiar, aprender, entrenar. Y algo muy importante: contar con la proximidad de personas que nos inspiren y enseñen con generosidad.

Cada uno de nosotros, sea docente o no, puede transformarse en un transmisor de conocimiento, compartiendo en forma solidaria algo que sabe, por medio de la convivencia. Ese compartir sabiduría o experiencia es una característica propia de los humanos y ha fortalecido el desarrollo de nuestra especie. Los sapiens hemos avanzado en la capacidad de transmitir el saber. Desde los ancianos que en épocas antiguas se reunían para aconsejar, contar historias y pasar experiencias, hasta los formatos que en la actualidad proporciona la tecnología, siempre está presente el deseo de transmitir sabiduría con la intención de que se multiplique.

Detengan un instante la lectura y recuerden cuánto han aprendido a través de otros, ya sea de los padres, hermanos, profesores, o de los compañeros de labor y los amigos. Nos toca a todos asumir la responsabilidad y constituirnos en eslabones activos en esa cadena. Pero, atención: enseñar también implica acompañar, observar y marcar los errores. Y justamente cuando corregimos es el momento de ser cuidadosos, buscar la manera de que la observación sea aceptada. Si herimos la sensibilidad del otro, podemos producirle daño y además, habremos perdido una posibilidad hermosa: la de enseñar. Sería lamentable generar un bloqueo que lo desanime y lo lleve a desistir.

La observación puede ser firme, pero siempre deberá ser sincera y cariñosa, teniendo en cuenta que no todas las personas tienen la misma fortaleza emocional o una autoestima sólida que les permita metabolizar una crítica dura.

Debemos ser inspiradores de posibilidades. Recordemos que todo puede decirse y conversarse con buenas maneras, respetando la sensibilidad ajena y, tal vez lo más importante: sabiendo elegir el momento adecuado.

Hasta la semana que viene.

La prudencia, una forma de sabiduría.

La prudencia es tenida como una de las virtudes cardinales más valoradas en la Antigüedad y especialmente en la Edad Media. Ya en algunos escritos del siglo VI antes de J.C. se la encuentra citada como sabiduría.

Paradójicamente, es una de las virtudes más olvidadas. Tal vez por ello Kant en su obra Crítica de la razón práctica ya no la considera como tal: solo se trata de un amor hábil hacia uno mismo, no condenable pero carente de valor moral, nos dice el filósofo.

Los estoicos, de acuerdo a comentarios de Marco Aurelio, la mencionaban como una ciencia. Específicamente la ciencia de las cosas que deben hacerse y las que no deben hacerse.

Me agrada André Compte-Sponville cuando menciona que una sabiduría sin prudencia sería una sabiduría insensata, por lo cual no sería sabiduría.

Considero que la prudencia es una forma de administrar los deseos en forma razonable y sin dejar de disfrutarlos. Acercándonos a la propuesta de la templanza.

Cuando se va instalando en forma práctica el principio de prudencia (la manera más efectiva de incorporarla), comienza a estar más presente en nuestras decisiones, a cumplir una función en algo comparable con el instinto en los animales.

Considero útil aclarar que su uso, no tiene que ver con el miedo o la cobardía, dado que cuando utilizamos la prudencia estamos aplicando un precepto moderador de la valentía, para que esta no se transforme en una excesiva temeridad.

Esta mirada sobre la prudencia tiene la intención de sumar una conducta o habilidad para poner en práctica, especialmente cuando tomamos decisiones que serán condicionantes del porvenir. Una especie de fidelidad hacia el futuro.

Sin embargo, no debemos permitir que el exceso de prudencia nos paralice, nos impida correr los riesgos que son necesarios afrontar para seguir aprendiendo y superando nuestras limitaciones.

¿Qué riesgos? ¿cuáles pueden ser los límites? Las respuestas las encontraremos en la realidad que atravesamos, en la determinación que nos mueve hacia la meta elegida y en lo que sentimos más que en el análisis intelectual.

Para ello nada mas recomendable que aquietar nuestros pensamientos, concentrarnos en el objetivo y encontrar en la meditación esa sabiduría intuitiva que nos permitirá conquistar lo deseado evitando los temores paralizantes que son fruto de la falta de certezas y la influencia de los condicionamientos adquiridos.

Hasta la próxima.

La posibilidad de actuar sobre el porvenir

Ya sea en el ámbito de la filosofía, la física o la estadística, la causalidad se relaciona con el principio o el origen de algo. El concepto se utiliza para nombrar la relación entre una causa y su efecto.

En la interpretación de la física se considera que cualquier situación está generada o influenciada por otra que es anterior. De acuerdo con esto, conociendo el estado actual de algo, es posible predecir su futuro. Esta postura, conocida como determinismo, fue creciendo con el avance de la ciencia.

Las categorías filosóficas de “causa” y “efecto” expresan la relación existente entre dos fenómenos de los cuales uno, llamado causa, produce ineluctablemente el otro, denominado efecto; esa relación se denomina relación causal.

Todos los fenómenos dependen unos de otros, es decir, existen en forma interdependiente. En este sentido, nuestras acciones físicas, verbales y mentales son causas que generarán reacciones o efectos que no siempre tenemos en cuenta.

Cuanto más conscientes y alertas estemos de este principio de acción y reacción, mayores serán nuestras posibilidades de actuar sobre el porvenir.

Este principio viene siendo analizado y administrado desde hace miles de años, especialmente en el contexto de la India Antigua, donde se lo conoció con el nombre sánscrito de karma. En esa cultura no tenía nada que ver con el sentido de destino trágico que se le asigna en Occidente.

En efecto, no es frecuente escuchar la palabra karma asociada a hechos positivos. Generalmente se relaciona con cuestiones negativas o trágicas y, lo que es peor, se considera parte de un destino que no está a nuestro alcance modificar. Esta interpretación nos impide utilizar a nuestro favor una poderosa herramienta, analizando las probabilidades que serán consecuencia de nuestras elecciones actuales.

El mecanismo denominado karma no tiene un sentido religioso, no debe asociarse a la idea de una divinidad. Es decir, la ley de acción y reacción -o causa y efecto- nada tiene que ver con la existencia de dioses invisibles encargados de hacerla cumplir. Como hemos visto, es un concepto analizado tanto por la física como por la estadística y la filosofía: varía el lenguaje, pero las interpretaciones son similares.

Conocer esta ley y su funcionamiento, lejos de conceptos místicos o interferencias religiosas, nos brinda una llave que abre una fantástica puerta para acceder con más certezas a las probabilidades futuras.

Por ignorar cómo funciona, este conocimiento no se suele utilizar debidamente, aun siendo tan útil para guiar nuestra vida, analizando probabilidades y evitando la sorpresiva aparición de cisnes negros.

Hasta la semana que viene.

La libertad, ese bien tan buscado.

Mucho se ha escrito sobre esta palabra, mucho se ha hecho en nombre de este bien, muchos ofrendaron su vida para frenar el avance de aquellos que pretendían cercenar libertades de cualquier índole.

Himnos, marchas, canciones, poemas, esculturas, pinturas y diferentes manifestaciones artísticas  expresaron esa innegable necesidad humana de sentirse libre y luchar contra la opresión.

Nada de lo que nutre nuestra historia ha sido en vano. Esfuerzos y sacrificios nos permitieron construir una forma de vivir en donde existen más libertades y posibilidades.

Cuantos nombres quedaron grabados en mentes y corazones, como emblemas del sentimiento de “ser libres”.

Sin embargo, existe un concepto de libertad que es más profundo. Que trasciende los derechos sociales y las conquistas políticas. Es la libertad interior del hombre: esa conquista que solamente podremos obtener instalando la vocación de libertarnos de nuestros condicionamientos y que conlleva a  la superación.Un deseo anhelado por filósofos y pensadores de todos los tiempos y diversas culturas.

Albert Camus, el célebre escritor y ensayista que obtuviera el premio Nobel de literatura nos dejó una frase muy interesante: “La libertad no es nada más que una oportunidad para ser mejor.»

Desde este pensamiento, podemos afirmar que efectivamente la conquista de la verdadera condición de libre, el ser humano debe buscarla  desde el deseo de mejorar.

Instalando  la voluntad de modificar la raíz de los condicionamientos y paradigmas que nos llevan a actuar por inercia y no siempre por elección consciente.

No se entiendan mal mis palabras, no se trata de un pensamiento individualista para aislarse, recluirse o no participar de las causas justas y necesarias que nos permitan obtener mayores libertades sociales, por el contrario, la intención es estar totalmente integrados a la sociedad. Y justamente, para ser más útiles y solidarios, debemos ser más libres, auténticos y lúcidos.

No es fácil porque cada uno de nosotros es a la vez cincel y escultura. Somos nosotros mismos los que debemos observarnos, para superarnos, para construirnos cada día.

Como la práctica es mucho más valiosa que la teoría, hagamos un simple ejercicio: sentémonos cómodos, cerremos los ojos y hagamos un par de respiraciones profundas y nasales para aquietarnos. Primero el cuerpo, luego la respiración que empieza a ser más lenta y sutil. Gradualmente se irán aquietando las emociones y pensamientos.

Ya en este estado de mayor introspección  imaginemos que podemos observarnos a nosotros mismos, desde un plano más elevado. Veamos cómo transcurre un día de nuestras vidas. Que hacemos, que nos causa placer y que cosas no nos gusta hacer. Observemos nuestros hábitos y costumbres. En este momento la realidad adquiere otra dimensión, todo es pequeño, analizable y posible de cambiar o mejorar.

Algunas cosas están bien, pero tal vez no sean suficientes. Otras, las hacemos sin conciencia, sin haberlas elegido, sin placer.

Algunas obedecerán a elecciones realizadas y desearemos mantenerlas. Tal vez realicemos un trabajo que no nos gratifica y podamos recordar aquella cosa que nos apasionaba y que dejamos de hacer, pero siempre anidamos el deseo de retomar.

Observemos  nuestro cuerpo, nuestra forma física, nuestra salud general. ¿Está temporalmente olvidado? ¿Necesitamos ocuparnos más de él?

¿Y nuestra alimentación es inteligente y se adapta a nuestra actividad?

¿Podemos mejorar nuestra situación afectiva o familiar?

Elijamos algo para modificar o potenciar, sabiendo que esa decisión incidirá para mejor en nuestra calidad de vida y estaremos ejerciendo el derecho a nuestra libertad de elección, a construir la vida que verdaderamente deseamos vivir y que es el derecho de todo ser humano. La llave de tu libertad, está en tus manos.

Sin olvidarnos de la recomendación del Educador DeRose: La libertad es nuestro bien más precioso. En el caso de tener que confrontarla con la disciplina, si esta violentase a aquella, opte por la libertad.

Hasta la próxima

Edgardo

Trabajar con belleza

Foto por: Ricardo Gómez Ángel

Tiempo atrás, encontrándome en compañía del escritor DeRose, una persona le preguntó a qué se dedicaba. Sin pensarlo demasiado, le respondió: trabajo con belleza…

Me causó sorpresa su respuesta, y me gustó mucho por su amplitud y sus alcances. Hoy recuerdo aquella situación, en momentos en que se habla más de ese concepto: trabajar en forma hermosa, además de con eficiencia.

Para el escritor Henri Beyle, más conocido por el seudónimo de Stendhal, la belleza es un concepto difícil de alcanzar, que constituye la promesa de lograr felicidad.

Para Tim Leberechet, disertante de TED talk, se espera “que la mitad de la fuerza de trabajo humana sea reemplazada por software y robots en los próximos veinte años. Muchos líderes de empresas lo celebran, como forma de ganar eficiencia y de evitar los problemas que generan los humanos en sus relaciones interpersonales. Por lo tanto, en la segunda era en la que avanzan las eficientes máquinas, para mantener nuestra humanidad, es necesario que tengamos viva esa llama de hacer las cosas con belleza, de forma hermosa.”

En busca de la eficiencia, creemos que debemos comportarnos como máquinas y dejar de lado valores y principios que se consideran prescindibles o innecesarios y, sin embargo, son la materia prima que construye las buenas relaciones humanas.

No siempre se percibe que al despreciar lo que se considera innecesario, se dificulta alcanzar los objetivos. Liderar con belleza significa elevarse por encima de lo meramente necesario.

Por ejemplo, cuando alguien se queja de su trabajo, casi siempre tiene que ver con cómo se siente en ese lugar. Y esta sensación suele estar ligada a las personas con las que comparte sus días y a las relaciones que establece con ellas. Estos vínculos nacen de cientos de variables de micro-interacciones cada día.

Por ello debemos generar proximidad y algo muy importante: mayor intimidad. Recordemos que toda relación está basada principalmente en esos pequeños gestos cotidianos y sinceros que le dan cercanía y belleza. No basta estar conectados, es necesario mayor compañerismo en relaciones presentes y cargadas de humanidad.

En la Fundación CARE, que realiza en la India un importante trabajo en cuestiones de género y de empoderamiento con niños y niñas, observaron una alta rotación en el personal integrante. Para contrarrestar esa tendencia, decidieron hacer un encuentro en el que participaran los treinta y seis miembros del equipo. La reunión se realizó en Khajuraho, un espacio que tuve la fortuna de conocer durante un viaje de estudio y que sorprende por sus templos y antiguas esculturas. Un marco muy apropiado para la tarea que realiza la fundación.

La propuesta era que cada participante contara al grupo sus experiencias personales sobre problemas de género. Y el hecho de compartir la vida, historias y experiencias generó un cambio tan importante, que desde ese encuentro y durante los siguientes cuatro años no se registró ni una sola salida de los integrantes del grupo. Había nacido una verdadera intimidad.

Ya seas líder o liderado, en cualquier organización o espacio en que hagas cosas con otras personas, empezá a prestar atención a los pequeños gestos y generá proximidad, procurando conocer al otro en toda su dimensión. Esto te acercará a mejores resultados y, como lo anunciaba DeRose, llegarás a ser un realizador de belleza.

Hasta la próxima semana

Adaptación

Cuando mi hermano tenía 16 años y yo 12, mi padre nos regaló un Ford T modelo 1925. Corría el año 1965 y ya en ese momento nuestro auto era una verdadera pieza de museo. Recuerdo que su techo era de lona, y el arranque se hacía por medio de una manija que había que girar varias veces y nos obligaba a hacer mucha fuerza. En lugar de caja de cambios, la poderosa máquina tenía un pedal que al presionarlo la ponía en movimiento y que luego, al mover una palanca ubicada frente al asiento delantero, bajaba las revoluciones del motor y con un sonido similar al de un pequeño tren, el bólido mecánico se lanzaba a su viaje.

Era muy notable, ya en esos tiempos, la diferencia de tecnología entre nuestro querido Ford y el resto de los vehículos de la década. Si salíamos a una ruta donde las velocidades eran mayores, la diferencia de potencia, agilidad, confort y seguridad con los demás vehículos era tan llamativa que hacía casi imposible que pudiéramos circular por ella.

Fueron tiempos muy divertidos para nosotros, pero al recordar el vehículo y la época me da la impresión de que estoy retrocediendo a tiempos inmemoriales, como consecuencia de la velocidad con que se han producido los cambios tecnológicos.

Este recuerdo me lleva a hacer una comparación entre el ser humano y los tiempos que vivimos. Podríamos decir que biológicamente somos un modelo muy antiguo en tiempos vertiginosos. Hoy resultaría imposible pensar en salir a una autopista con aquel querido Fort T; si lo hiciéramos, tendríamos una creciente sensación de estrés al ver que no es posible acompañar la velocidad del tránsito.

El homo sapiens actual habita en una sociedad que evoluciona tecnológicamente a ritmo vertiginoso, pero nuestra estructura biológica no se adapta a la misma velocidad sino que se mantiene como la de nuestros predecesores. La evolución humana requiere tiempos lentos para procesar adaptaciones que le resulten favorables a los cambios del medio ambiente en el cual se encuentra.

Suponer que esta dinámica se desacelerará es estar totalmente divorciados del mundo real y sus tendencias. Seguirá incrementando su velocidad y estaremos obligados a aprender mayor cantidad de cosas y con más rapidez. Y además, el conocimiento también es efímero y se esfuma enseguida.

Si queremos proyectarnos hacia el futuro, debemos ser fuertes, flexibles y adaptables. Saber cambiar nuestros paradigmas, aprender nuevas cosas a diario y compensar mediante entrenamiento el desfasaje entre nuestras capacidades y el vértigo de la vida cotidiana.

En mi opinión personal y desde mi experiencia de más de treinta años de estudio y práctica, considero que el Método DeRose es una alternativa muy eficiente para lograrlo.

Hasta la próxima.

El chisme, un virus peligroso.

Es habitual observar en los grupos, especialmente en los de trabajo, la generación de rumores o críticas con poco rigor de verdad. Noticias que son comunicadas o lanzadas al viento con demasiada ligereza o a veces con mala intención.

¿Cómo actuar frente al chismoso que nos trae con ansiedad la noticia? Podemos aprender de la anécdota que aparentemente le habría ocurrido al filósofo Sócrates y se conoce como la prueba de los tres filtros.

Un día, el sabio fue interpelado por un alumno que le dijo:

⎼¡Maestro! Le quiero contar algo que escuché sobre un amigo suyo…

⎼Un momento⎼ respondió Sócrates⎼, antes de que me lo cuentes, me gustaría preguntarte: ¿es verdad?

⎼Oh, bueno, lo acabo de escuchar y no sé si es verdad.

⎼Bien, también deseo saber: ¿es algo bueno lo que me vas a decir de mi amigo?

⎼Oh, no, Maestro, por el contrario, no es nada bueno.

⎼Y por último⎼ dijo Sócrates⎼, ¿lo que me vas a decir es algo útil?

⎼Oh, no. No es para nada útil.

⎼Entonces⎼ dijo Sócrates⎼, si no sabes si es verdad, no es bueno y no es útil, ¿para qué decírmelo?⎼ Y, dando la espalda a su alumno, continuó su camino.

Es necesario estar muy atentos, especialmente los que tienen la responsabilidad de coordinar o liderar grupos, para establecer de común acuerdo una cultura grupal anti-chismes, en virtud de que es una infección que causa daño en la construcción de un grupo solidario y fuerte.

Siempre es aconsejable hablar de males y no de malos; sin embargo, el impulso a veces inconsciente de degradar a otros o sentirse importante porque se sabe algo que el otro no conoce, induce a adoptar esta conducta perniciosa.

Lo mejor es acordar con los integrantes del grupo que se evite esa actitud, y colocar este acuerdo como un valor en el manifiesto que se elabore.

Esta decisión traerá nuevos compromisos que serán pilares fundamentales en las buenas relaciones humanas y en la construcción de una nueva consciencia.

Hasta la próxima semana…

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