tiempoSubo al ascensor y observo a un vecino con el cual comparto el breve viaje de tres pisos que nos separa de la planta baja.

Como todas las veces en que bajamos juntos, antes que la puerta se cierre lo observo pulsando el botón de planta baja, insistentemente, varias veces. Seguramente no debe ser el único que piensa que, haciendo esto, el ascensor llegará más rápido. Lo deduzco, cual Sherlock Holmes aficionado, porque las letras de ese botón están casi totalmente borradas, probando que otras manos ansiosas las gastaron pulsándolas con frenesí.

Llegamos. Mi vecino sale con torpeza del ascensor dejándome con un saludo a medio camino, que él no alcanza a escuchar porque en su mundo yo no existo. Su objetivo es cruzar la puerta de salida con premura. Sortea con dificultad a una anciana que intenta avanzar lentamente impidiendo su paso, y se aleja mascullando improperios.

Esta escena se repite diariamente, en distintos horarios, con el mismo estilo y a veces con otros actores. Torpeza, ansiedad y malos modales son un factor común.

Todos nos cruzamos cada día con personas que no administran el tiempo, sino que son presas de él. En la actualidad, disponer de tiempo es muy valioso, especialmente en la vida que se desarrolla en grandes urbes. En las culturas en las cuales predomina el reloj, se convierte en mercancía codiciada por todos: time is money, repiten los ingleses con su pensamiento pragmático.

Por el contrario, en culturas donde el tiempo está ligado a los acontecimientos, es un bien no tan relacionado con el dinero sino con la experiencia. Antiguas civilizaciones lo medían en base a la duración de lo que veían ocurrir en sus vidas: salida y puesta del sol, duración del brotar de las plantas que sembraban, cuánto duraba un viaje, las estaciones del año o la gestación de un hijo.

Jorge Luis Borges, en su cuento “El jardín de  senderos que se bifurcan”, nos habla de… una serie infinita de tiempos, en una red creciente de tiempos paralelos, divergentes y convergentes… No existimos en la mayoría de estos tiempos, en algunos existe usted y no yo…; en otros existimos ambos… ¿Por qué imaginar una sola serie de tiempo?

Estoy seguro de que no existe una sola serie de tiempos, y también coincido con que es algo extremadamente valioso; es por eso que lo celebro disfrutándolo.

Es algo similar a comprar el helado más rico que exista y en lugar de colocar mis sentidos en el disfrute e intensificar el placer que me produce su sabor, sentir una especie de culpa por el tiempo que estoy “perdiendo”. Esa actitud me aleja de toda fuente de placer.

Conozco personas que hacen listas, utilizan timers, sistemas diversos, planillas, agendas varias y terminan gastando tiempo precioso para alimentar sus excesivos sistemas de control del tiempo, que terminan apresándolos.

Sepamos manejar la dimensión temporal del presente que constituye la conversación con el amigo, el tiempo brindado al ser amado, el momento de la lectura o de reflexión en la soledad, sin perder de vista el horizonte y la construcción o meta que deseamos realizar. Valga la redundancia, sin perder el tiempo.

Sin embargo, me permito darles un consejo: que nunca las metas oculten a las personas.

Hasta la próxima semana!!!