En la década del 80 ya estaba ejerciendo funciones de liderazgo, conduciendo grupos numerosos y altamente conflictivos. Eran tiempos en que los líderes debíamos destacarnos por ser duros, severos y distantes. Nos inspirábamos en modelos generalmente autoritarios, que no aceptaban réplica a sus órdenes. Y ni pensar en el feedback tan utilizado actualmente. Si bien en lo personal no me sentía cómodo con ese formato, era el paradigma del momento y debíamos ubicarnos en el contexto social de la época. Un estilo más libre y menos duro era considerado fuente de indisciplina y quiebre de la cadena jerárquica.

Pero la sociedad ha cambiado a una velocidad inesperada. En la actualidad, un líder de las características descriptas resultaría anticuado e inútil para cualquier tipo de emprendimiento.

Sus dirigidos no lo aceptarían y generaría más disputas y conflictos que probables soluciones. Millennials, Zetas y nuevas generaciones no se adaptarían a formatos de conducción que coartaran sus ideas, necesidad de innovación o flexibilidad de horarios. Las organizaciones que no acepten esta realidad perderán plasticidad y velocidad en los constantes procesos de transformación.

Con optimismo, observo que la mayor transformación es la incorporación de la tolerancia, una creciente tendencia que se afirma por necesidad excluyente. Ya no hay otra forma posible. No hay espacio en los ámbitos productivos para desarrollarse con éxito en relaciones de trabajo intolerantes.

Vamos a entenderlo mejor: estamos en un momento de intenso cambio, de ajuste de funcionamiento a nuevas necesidades que ya constituyen un estilo de vida. Las nuevas camadas de colaboradores que ingresan al mercado traen otros hábitos, otra lógica y en consecuencia otras conductas. Se ha iniciado un movimiento de ruptura de los modelos de relaciones laborales conocidas. El empleo está en crisis. Como siempre, las crisis son generadoras de oportunidades extraordinarias, pero hay que prepararse para estas adaptaciones. Lo único predecible es que todo cambiará.

El momento obliga a los líderes a un gran esfuerzo para lograr la comprensión, asimilación y adaptación de los formatos de conducción conocidos, transformándolos en oportunidades de gestión que satisfagan a los colaboradores e intensifiquen los resultados.

La negociación, el diálogo, las estructuras más horizontales sin alterar el sentido jerárquico, son sutilezas de mucha importancia que se mueven en la cancha de las relaciones humanas.

Los que conducen grupos, si se adaptan, obtendrán una autoridad genuina que será validada por los propios liderados. En caso contrario, serán dueños de un poder vacío de autoridad que se irá licuando en corto tiempo.

La tolerancia, hoy, es la gran llave. Es una pequeña virtud, pero muy necesaria. Una forma accesible de sabiduría que se torna imprescindible. Y para conquistarla hay que desearlo con intensidad y entrenar en forma constante.

La actitud tolerante se opone al fanatismo, al sectarismo, al autoritarismo, en suma… a la intolerancia. Constituye una forma de respeto. No la considero una solución definitiva, pero al menos es un importante comienzo, una solución provisoria hasta que los condicionamientos se flexibilicen.

Lo más difícil de lograr es que la tolerancia sea sincera, auténtica y sentida. De no ser así, no funcionará. Las partes afectadas percibirán que es una actitud fingida y, por reflejo, se distanciarán más.

Hoy las personas necesitan liberar su potencial en ámbitos luminosos en los cuales predominen la buena comunicación, el estímulo, la transferencia de conocimientos y la valoración de los logros individuales y colectivos. Los antiguos formatos están ligados a las sombras y, para crecer, es imprescindible la luz.

Hasta la semana próxima.