Foto por Nicholas Kampouris

Observo en los que integran grupos de trabajo un proceso frecuente y progresivo de pérdida de entusiasmo en la tarea que realizan. Sin embargo, al conversar con ellos, me confiesan que antes de ingresar a ese trabajo o grupo, lo deseaban mucho.

Es más, habitualmente se han esforzado hasta lograrlo. Sin embargo, al poco tiempo de estar trabajando en ello surgen las decepciones, los reclamos, la sensación de estar exigidos de sobremanera y muchas otras impresiones generadoras de desánimo. Pareciera que durante la etapa del deseo se proyecta una fantasía que, a posteriori, no se condice con la realidad y genera frustración.

Como agudo observador de las emociones humanas, el escritor DeRose nos deja una frase que sintetiza esta conducta: “la felicidad o infelicidad son efectos ilusorios de causas relativas a la condición inmediatamente anterior”.

Antes de tener ese trabajo, el quejoso actual lo deseaba con intensidad. Al obtenerlo, la necesidad cambia y ahora prevalecen las insatisfacciones propias de la tarea que, por una proyección fantasiosa, no se habían tenido en cuenta.

En todas las profesiones existen aspectos que no nos entusiasman, pero son necesarios para poder desarrollarnos en lo que sí nos apasiona. Tengo un amigo que siempre fue un entusiasta de los deportes y la actividad física, y por ello estudió Educación Física, consiguió fortalecer su economía y llevó adelante su gran sueño: abrir un gimnasio. En la actualidad dedica más horas a tareas administrativas y comerciales que al trabajo corporal, que es su verdadera pasión… Otro conocido, artista plástico, me contaba su desazón por tener que dedicar horas de su día para conectarse con galerías y lugares que le permitan exponer sus obras y, además, comercializarlas, para poder vivir de su arte.

Podría mencionar otros casos similares, en diferentes profesiones. Siempre habrá aspectos de la tarea profesional que no son exactamente lo que más deseamos. En esos casos podemos hacer que esos aspectos comiencen a gustarnos, reconociendo que son necesarios para disfrutar de lo que nos apasiona.

Una decisión puede ser alimentar nuestra insatisfacción juntándonos con otros insatisfechos, para aumentar el desánimo y construir verdaderos clubes de frustrados.

Siempre lo más fácil será sentirnos víctimas en lugar de hacer una autocrítica auténtica reconociendo nuestras propias falencias y aproximarnos a los que están bien para aprender de ellos y obtener buenos resultados.

Lo único que verdaderamente permitirá el cambio será aquietar la emocionalidad y poner los pies sobre la tierra. Seguramente habrá que trabajar duro por lo que anhelamos, y persistir con entusiasmo, porque los buenos logros requieren tiempo para ser alcanzados.

Si en su empresa o lugar de trabajo hay cosas que le gustaría que cambien, no se queje volátilmente. Elabore una idea, genere un proyecto y preséntelo a los responsables con capacidad de decisión, ofreciéndose a ayudar.

El verdadero cambio, el que nos hace mejores personas, está más presente en el proceso que en el propio resultado.

¡Hasta la semana próxima!