Foto por Dimitry Ratushny

Estamos en un momento en el cual hay crisis de líderes. En realidad, creo que en general la sociedad está ligada cultural e históricamente a los líderes fuertes y autoritarios. Como consecuencia de los cambios sociales, las relaciones entre líderes y liderados se han ido inclinando hacia la construcción de vínculos más horizontales y flexibles. Existe una necesidad social, en todos los niveles, de rechazar las estructuras de tipo vertical y poco sensibles, que funcionaron hasta hace poco tiempo.

Si bien desde la teoría es deseable esta nueva forma de relación, en la práctica es trabajoso construirla. Se hace difícil su implementación porque prevalecen los paradigmas y condicionamientos culturales antiguos que influyen sobre la conducta de la mayor parte de los que están en lugares de liderazgo. Este análisis lo hago desde mi propia experiencia surgida en la necesidad de cambiar, adaptarme, aprender nuevas formas de relacionarme, mediante un intenso trabajo de auto-observación. Así comprobé que todo cambio debe comenzar en nosotros mismos.

Es cierto que, si bien esta nueva estructura más libre y menos rígida es una clara evolución hacia sistemas mejor integrados y de mayor participación, insume más tiempo de diálogo, reuniones, escuchar propuestas e intermediar entre posiciones adversas, con el consecuente consumo de energía y la posibilidad de generar estrés.

¿Qué podemos hacer para incorporarnos a los nuevos tiempos, saliendo de la antigua caverna de la rigidez impuesta por nuestros viejos paradigmas?

En primer lugar, mirar la realidad como positiva y adaptarnos a ella. Es allí donde la revisión de nuestras limitaciones y condicionamientos requiere un trabajo introspectivo y de autoconocimiento. Carl G. Jung utilizaba una frase muy apropiada cuando hablaba de la sombra o de la ley del espejo: “lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma”.

Para generar esa transformación debemos recurrir a técnicas de autoconocimiento que nos permiten avanzar a una mayor inteligencia emocional, a la reeducación comportamental y en consecuencia a la reducción de conflictos.

Entre esas técnicas destaco la concentración y la meditación, pero entrenadas con seriedad. Nadie conseguirá meditar en quince lecciones o en un viaje impregnado de fantasías místicas. Es un entrenamiento que requiere voluntad, dedicación, y que comprende un trabajo integral sobre los planos físico, emocional, mental e intuicional.

Vale la pena. Al despertar nuestras capacidades dormidas se abren nuevas puertas, se mejoran las posibilidades de comunicarnos mejor, nos integramos de manera plena, se favorecen los resultados y damos un salto hacia la deseada calidad de vida.

Hasta la próxima semana.