En un mundo cada vez más enfocado en la imagen y la percepción, no es raro encontrar a personas que se autoproclaman como grandes líderes, pese a no haber logrado éxitos significativos en sus propias trayectorias personales.

Estos individuos, hábiles en la autopromoción, saben cómo construir una narrativa convincente sobre sus supuestas habilidades y visión, pero al examinar más de cerca sus logros, se revela una desconexión evidente entre lo que dicen y lo que realmente han conseguido.

En general suelen destacarse más por su capacidad de autopromoción que por sus logros tangibles. Utilizan su carisma, elocuencia y habilidades sociales para crear una imagen de éxito, a menudo inflando o distorsionando sus experiencias pasadas. Hablan con seguridad sobre cómo dirigir equipos, implementar estrategias o transformar organizaciones, pero en su historial personal, faltan evidencias concretas de tales éxitos.

Este fenómeno se agrava en entornos donde la apariencia puede ser más valorada que la sustancia. En lugar de resultados medibles, se apoyan en la retórica, en la capacidad de contar una historia atractiva o en la habilidad de relacionarse con personas influyentes. Así, logran posicionarse en roles de liderazgo, a menudo en detrimento de aquellos que sí han demostrado su competencia a través de resultados reales.

Para quienes buscan un liderazgo genuino, es crucial mirar más allá de las palabras y examinar los hechos. Un verdadero líder no necesita proclamar su grandeza, porque sus acciones y logros hablan por sí mismos. La experiencia y el éxito en una carrera personal son indicadores clave de la capacidad de una persona para guiar a otros, fomentar el desarrollo de sus liderados, enfrentar desafíos y tomar decisiones acertadas.

El peligro de seguir a estas autoproclamadas estrellas radica en que, sin una base sólida de experiencia y logros, carecen de la perspectiva y la sabiduría práctica necesarias para enfrentar situaciones cambiantes. Pueden llevar a equipos o incluso a organizaciones enteras por caminos equivocados, basándose más en sus deseos de reconocimiento que en un auténtico deseo de servir y liderar eficazmente. Es habitual ver consejeros que pretenden enseñar a otros cosas que ellos mismos no han realizado con éxito.

El liderazgo verdadero se demuestra en la práctica, y quienes realmente tienen la capacidad de liderar no necesitan vender una imagen; sus resultados hablan por ellos. Como decía el genial Woody Allen “las cosas no se dicen, se hacen, porque al hacerlas se dicen solas”

En un mundo lleno de incertidumbre, la verdadera guía no vendrá de quienes se presentan como infalibles, sino de aquellos que, con honestidad, admiten no tener todas las respuestas, pero que invitan a la búsqueda conjunta de la verdad.

Hasta la próxima, Edgardo.