En sí misma, la voluntad no tiene control. Como una energía potencial, se activa al ser utilizada. Es como la electricidad, que por medio de mecanismos se conduce al objetivo deseado.
Las técnicas, el entrenamiento y el ideal son factores que liberan fuerzas poderosas para lograr conseguir las metas y superar todos los obstáculos. Además, la tenacidad, la convicción y la resolución son elementos que junto al entrenamiento permiten construir y desarrollar una férrea voluntad.
Con respecto a la voluntad, también debemos tener en claro que su aplicación depende del conocimiento de las cosas. Si actuamos sin un conocimiento real de las cosas, podríamos afirmar que no es totalmente seguro que esas acciones obedezcan a la voluntad. Estaremos haciendo lo que sabemos; ahora bien, ¿estaremos realmente sabiendo lo que hacemos?
El entrenamiento metódico, permite cortar con los condicionamientos heredados e influir de manera significativa en el curso de nuestras vidas, recuperando plenamente la confianza en nosotros mismos y un estado de más libertad. Nos dota de un mayor alcance de visión, permitiendo que podamos hacer, con voluntad y claridad.
Aquí es muy importante destacar la importancia que tiene el pensamiento: una fuerza que puede construir o destruir, de acuerdo con la forma en que sea utilizado.
Para definir el poder de los pensamientos, no hay mejor síntesis que la siguiente frase del escritor DeRose: Los pensamientos son como piedras: construyen, entierran o matan.
Autor: edgardo (Página 27 de 29)
Hubo un tiempo de mi vida, de mucho aprendizaje, en que tuve la oportunidad de establecer contacto con integrantes de una tribu guaraní en una zona próxima a la ciudad de Iguazú, en la provincia de Misiones, donde yo residía. Recuerdo algunas conversaciones con ancianos guaraníes, quienes me relataban con orgullo sus tiempos de autosuficiencia, sintiéndose dueños de la tierra que habitaban, cultores de una tradición ancestral que no es entendida por el blanco, según sus palabras.
En una oportunidad fui invitado, excepcionalmente, a una ceremonia interna en la cual el jefe de la tribu dio un encendido discurso sobre el valor que se debía asignar a la tierra y a la naturaleza.
Me llamó la atención cómo enfatizaba la necesidad de reconocer que somos partes integrantes de un todo, que estamos obligados a sentir esa integración con los demás seres que conviven con nosotros, ya sean integrantes del reino vegetal, animal o humano.
Fue una alocución simple, pero cargada de un naturalismo y una pureza que me emocionaron profundamente y que nunca quiero olvidar. Sin cultura universitaria, sin el barniz de las formas académicas, el anciano nos brindaba una lección de sensibilidad, ética y coherencia ecológica, que podría constituir un gran aporte en momentos en que el planeta sufre un proceso de deterioro acelerado, por la abusiva explotación y contaminación de sus recursos naturales.
Hoy son muy pocos los que prestan atención a estos mensajes, porque son voces de personas empobrecidas, despojadas de su idioma, obligadas por la fuerza a aceptar otra religión, a honrar a otras deidades, a habitar en casas que no se corresponden con su cultura, condenadas a vivir en aislamiento, acorraladas en la realidad del paria, del descastado, de ese marginado al que sólo se recuerda cuando se imponen intereses políticos o de puro proselitismo.
Como nos recuerda Sócrates en su frase: “La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia».
Nuestras imperfecciones nos ayudan a tener miedo.
Tratar de resolverlas nos ayuda a tener valor.
Vittorio Gassman
Con especial sutileza, el escritor francés Antoine Saint-Exupéry presenta en su obra El Principito estas palabras que el zorro arribado de otro planeta dice al joven protagonista: “He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible a los ojos”.
La frase adquirió popularidad y comenzaron a usarla incluso quienes no habían leído el libro. Tal vez porque constituye una observación que toca la sensibilidad humana y nos permite reflexionar sobre el valor de las cosas que consideramos simples, muchas de las cuales se desvalorizan por una razón: las tenemos, y no nos costó nada obtenerlas. Convivimos con ellas y sólo se aprecian en su total magnitud cuando las perdemos.
Veamos un ejemplo: respirar. Es un acto automático, una función vegetativa que utilizamos durante toda la vida y a la cual sólo damos importancia si algo nos impide llevar el aire vital a nuestros pulmones. En ese instante seríamos capaces de todo con tal de obtener una bocanada más de oxígeno…
¿Por qué será entonces que precisamos la eventual crisis para valorar aquello que hasta puede ser determinante en nuestra vida? ¿Por qué demoramos tanto para modificar aspectos de la conducta que nos pueden llevar a la pérdida de aquello que sabemos fundamental?
Tal vez la respuesta sea que vivimos en automático, repitiendo modelos, influenciados por férreos paradigmas, sin detenernos a pensar y por momentos a no pensar para percibir instintivamente el verdadero valor de las cosas que son fundamentales para cada uno.
Con los años, empezamos a reflexionar con melancolía sobre cuántas de esas cosas verdaderamente importantes perdimos o no realizamos por estar detrás de otras de menor importancia. Metas sobre las cuales proyectamos nuestras propias fantasías, convenciéndonos de que nos traerían la tan ansiada felicidad.
En este punto podría parecer que este escrito conducirá al desánimo; sin embargo, la buena noticia es que siempre estamos a tiempo de ordenar nuestras prioridades y trabajar por ellas.
Equivocadamente solemos creer que la vocación de cambiar y mejorar es exclusiva de los años de juventud. Hoy, la neurociencia refrenda lo que antiguas filosofías nos indicaban mediante el conocimiento empírico: tu cerebro puede seguir aprendiendo y cambiando hasta el último día de la vida. El biólogo Estanislao Bachrach nos dice que no importa qué te haya pasado o qué genes te hayan tocado; tu mente, la forma en que usás tus pensamientos, puede modificar la estructura y anatomía del cerebro. Es la capacidad denominada neuroplasticidad.
Claro que nada es producto de la magia: es parte de una vocación de seguir superándose siempre. El Método DeRose te proporciona antiguas técnicas para mejorar con facilidad y con buenos resultados. Administración de las emociones, abstracción de los sentidos, concentración y meditación son algunas de las herramientas que nos permiten reconocer condicionamientos, modificarlos si así lo deseamos, lograr una apreciación más clara de nuestras prioridades y, en consecuencia, ser mejores personas.
En la actualidad debemos ser conscientes que el nivel de comunicación de las personas se ha ido incrementando. Estamos en la llamada era de la comunicación. A través de la tecnología o en forma personal, todo induce a estar más y mejor comunicados.
Es el ingrediente más importante en los matrimonios. Es la herramienta que permite a los padres y educadores transmitir mensajes claros y formativos. Es la gran preocupación de los políticos para lograr atraer a sus posibles electores. Es el eslabón que vincula al cliente con la empresa proveedora de un servicio. Es la preocupación de todo líder actual. Nadie está exento de esta necesidad de saber comunicar.
Considero que todos debemos reflexionar sobre este punto tan importante en nuestra tarea. En primer lugar, debemos considerar que cada uno de nosotros se convierte en la cara o conexión humana de nuestra organización. Somos los que conectamos a la “institución” con las personas. Somos representantes y comunicadores de valores fundamentales. Por lo tanto, debemos asumir el compromiso de actuar en concordancia con estos principios, siempre, en todo momento o lugar. Hacerlo es decir la verdad.
Muchas veces me hago estas preguntas y tal vez puedan serte útiles para comprender si estás simplemente hablando o realmente comunicando lo que quieres transmitir:
¿Tratás de dar un mensaje estimulador para inducir a otros a actuar positivamente?
¿Estimulás a compartir la información en lugar de guardarla para vos?
¿Te esforzás para construir una moral de equipo, integrar a todos a las tareas, delegar responsabilidades y generar una química productiva?
¿Intentás que el trabajo que realizan los otros tenga un alto significado para ellos?
¿Estudiás, practicás y te entrenás en forma permanente para tener la capacidad de poder enseñar a otros y que mejoren su performance?
¿Ya modificaste el paradigma… yo por nosotros?
Entonces, vas en camino de ser un excelente líder…
Hace tiempo, un alumno me acercó una historia anónima que considero sumamente ilustrativa con respecto a nuestra experiencia ante las adversidades que nos presenta la vida y que deseo compartir.
Cierta vez, la hija de un cocinero se estaba quejando de que la vida era difícil para ella.
El padre la llevó a la cocina, tomó tres calderos, los llenó de agua y los colocó sobre el fuego, esperando hasta que el agua entró en ebullición.
En uno de los calderos colocó zanahorias, en otro colocó varios huevos de gallina y en el último, café en polvo. Al cabo de unos veinte minutos, retiró los calderos del fuego. Retiró las zanahorias y los huevos y los colocó en dos fuentes, por separado. En una taza, vertió el café previamente colado. Entonces, cariñosamente, el cocinero pidió a su hija que probase las zanahorias. Ella lo hizo y comprobó que estaban muy tiernas.
A continuación le pidió que tomase un huevo y le quitara la cáscara. Ella observó que el huevo se había endurecido con la cocción. Finalmente, el cocinero le pidió a su hija que tomase un sorbo de café. Ella obedeció y pudo comprobar que el café estaba muy sabroso.
Con el rostro iluminado por una sonrisa, el cocinero le explicó:
-Hija mía, todos estos elementos enfrentaron la misma adversidad. Sin embargo, cada uno reaccionó de diferente manera. La zanahoria entró en el agua dura e inflexible, y por efecto del agua
hirviendo se transformó en tierna y sabrosa. Los huevos eran frágiles. Su fina cáscara protegía el líquido interior. Pero después de cocinados su interior se tornó más duro. El café fue diferente.
Después de colocado en el agua hirviendo, cambió al agua. La hija, agradecida, entendió la enseñanza del sabio cocinero.
Siempre pasaremos por obstáculos y adversidades, pero, ¿cómo responderemos? Es parte de nuestra libertad de elección. Recordemos la frase: Obstáculos y dificultades son parte de la vida. Y la vida es el arte de superarlos. DeROSE.
En estos últimos años, durante los cuales me dediqué con mayor empeño a crear y fortalecer las bases de una estructura de enseñanza en nuestro país, preparando instructores,apoyando la instalaciónde escuelas, creando material didáctico para favorecer el aprendizaje de los alumnos, participando de la traducción al español y edición de libros de otros autores, escribiendo mis propios libros, organizando eventos internacionales, viajando, disertando, dictando cursos y realizando muchas otras tareas, tuve que administrar el tiempo muy cuidadosamente y, en consecuencia, racionalizar las horas dedicadas a la práctica. Continúo disciplinadamente con mi rutina diaria de entrenamiento, pero no invierto la misma cantidad de tiempo que antes. A pesar de ello, y en forma casi paradójica, el trabajo intenso me ha dado una aceleración en el desarrollo de ciertas capacidades, que de acuerdo con la biología humana deberían reducirse con el aumento de la edad. Este no es un hecho aislado y singular. Otros profesores que están también identificados con la tarea de realizar, de construir y de aportar por medio de la acción efectiva me manifiestan cómo la inmersión en el trabajo los ha hecho crecer como personas, en forma multilateral.En forma similar, detectamos el mismo proceso: más trabajo diario realizado con concentración, con Método y mucho sentimiento, adquiere la dimensión de un verdadero sádhana(*) transformador, y la tarea se convierte en realidad.
http://www.seacercaelfestival.com.ar/
“Enseñando aprendemos.”
Séneca
La especie humana ha llegado hasta nuestros días después de acumular experiencias durante aproximadamente tres millones de años de existencia, en un proceso evolutivo y de adaptación que seguirá en forma constante, hasta el último día de la vida.
Durante ese tiempo fuimos acumulando saberes diferentes en forma empírica. Gozamos, sufrimos, luchamos, huimos, amamos, destruimos y construimos con similar eficiencia. Vimos llegar la vida y también cómo ella nos abandona. En una palabra, somos fruto de experiencias y sus consecuencias.
Y cada uno percibió la necesidad de transmitir a otros el conocimiento adquirido. Podríamos decir que se trata de una característica de los humanos: la vocación de enseñar. Quién no disfrutó de ese momento especial cuando enseñamos algo que sabíamos a un niño, que trataba de asimilarlo con sus ojos llenos de asombro.
O, en la otra punta de la vida, cuando ayudamos a realizar alguna tarea o enseñamos algo nuevo a un anciano, quien con menos asombro pero con ternura en su mirada, nos agradecía que le ofreciéramos algo de tiempo de nuestras inquietas existencias.
Y en algunos, esa vocación de enseñar trasciende lo circunstancial y se vuelve una forma de vida y hasta una actividad profesional. Una profesión que encierra ideal, dedicación y mucho amor hacia los demás. Sin estos elementos, la calidad de la enseñanza será pobre, será un simple trámite carente de la profundidad transformadora que produce la energía de la verdadera vocación y el compromiso. Enseñar para vivir y vivir para enseñar.
Y esta cualidad, que está en cada uno de nosotros, al ponerla en práctica desencadena un proceso evolutivo: aprendemos al enseñar, fijamos el conocimiento y, como resultado final, nos humaniza.
En mi experiencia personal, después de tres décadas de enseñar el Método DeRose, coseché los mejores frutos. Alumnos que desean saber más cada día y otros que, además de saciar esa inquietud, también sintieron la vocación de enseñar y hoy lo hacen profesionalmente. Con todos me une un vínculo vocacional, profesional, fortalecido por el agradecimiento, el apoyo y el cariño mutuo. Es la clara sensación de ser un puente que recibe un saber ancestral, lo asimila, lo expande y lo transmite a otros, cuidando lealmente la esencia y sintiendo la felicidad de haber obrado en pro del destinatario, que más allá de nombres propios representa el futuro de la humanidad.
Por ello considero que el “enseñante” debe asumir el compromiso de transmitir lo específico de su materia, arte u oficio, pero además debe construirse como ejemplo. Debe ser coherente y vivir de acuerdo con lo que preconiza.
Quién de nosotros no recuerda a un docente que, en cualquiera de nuestras etapas de alumno, nos marcó con su presencia, supo llegar a lo profundo de nuestro ser y revivió algo que estaba dormido o latente. Nos movilizó y generó algo especial para favorecer nuestro crecimiento. Ese vínculo mágico trasciende lo verbal para ser un proceso de interrelación, de ósmosis, nutrido de agradecimiento y cariño profundo.
Por algo, el Maestro ha sido definido en antiguas culturas como aquel que disipa las tinieblas. El que, de alguna forma, nos ilumina. No hay comunidad, credo, disciplina o artesanía que no tenga Maestros y discípulos, profesores y aprendices. El conocimiento es transmisión. La idea de un Maestro o profesor “autista” que guarda su saber y no lo comparte es posible, pero genera una gran contradicción.
El Método DeRose mantiene viva esa llama esencial que fue característica de la pedagogía imperante en las antiguas escuelas filosóficas. Enseñanza, aprendizaje, generosidad y profundo cariño puestos de manifiesto en cada acto cotidiano. Somos seguidores de una tradición que enseña para aprender. Una cadena de formadores de formadores. Así lo aprendí de mi propio Maestro y de esta forma lo siento y trato de transmitir. Enhorabuena a todos los que vibran en esta maravillosa sintonía gregaria.
Edgardo Caramella
Maestría en Método DeRose
Discípulo directo del Comendador DeRose
Desde mis primeros años de vida, observé con atención la capacidad de algunas personas que de una u otra forma tenían clara ascendencia sobre las otras, influyendo sobre ellas y generando que siguieran sus pasos o indicaciones. Por algún motivo me sentía especialmente atraído por la fuerza de esos referentes de liderazgo; tal vez como consecuencia de haber crecido en una familia en la cual predominaban personalidades fuertes, enérgicas y comprometidas con convicciones éticas sostenidas con firmeza y frecuentemente con altas dosis de terquedad.
Entre mis principales referentes, destaco a mi abuelo materno, un clásico exponente de la burbujeante sangre italiana, y a mi madre, que heredó los mejores genes de esa cultura apasionada, fuerte y protectora.
En ese molde fui creciendo, incorporando esos valores y ocupando lugares de conducción, a veces sin desearlo -al menos desde lo consciente-. Indudablemente, esa incorporación desde la niñez de la necesidad del compromiso y la lealtad a los ideales, como valor ético inquebrantable, generó que terminara liderando espacios diversos en prácticamente todas las tareas que me ha tocado desarrollar.
Mi estilo siempre fue, ir primero, avanzar sin dejar que crezca el desánimo o la flaqueza. Esfuerzo, trabajo y compromiso. Un estilo que se corresponde con la cultura familiar que fue el molde de mi formación.
Esta relación con la función de liderar, la experiencia de los años ya vividos y el rápido cambio que va experimentando la sociedad, me hacen considerar que existen otras formas de conducir y, paralelamente, otras necesidades en aquel que es liderado.
Las relaciones interpersonales, los paradigmas, la tecnología, las formas de comunicarnos, la velocidad, la necesidad de mayor calidad de vida, son elementos que nos mueven a adaptarnos constantemente. Tal vez a una velocidad que en la mayoría de los casos nos supera y es causal de estrés.
Estos veloces y necesarios cambios de paradigmas nos llevan permanentemente a valor cero, como asegura el célebre futurólogo Joel Barker, lo que constituye una experiencia única, ya que nos da la posibilidad de aplicar la capacidad heurística a pleno y crear algo nuevo o recrear algo que ya se hace o existe.
¿Y qué podemos hacer en nuestras acciones de liderazgo? En primer lugar, considero fundamental diferenciar claramente dos conceptos sobre los cuales debe ponerse atención: poder y autoridad.
James Hunter describe con mucha claridad la diferencia entre estos dos conceptos que a veces son considerados sinónimos. Poder puede obtenerse por diferentes formas, y no siempre el que tiene el “poder” posee autoridad ante sus liderados. En cambio, autoridad es una jerarquía indiscutida y aceptada por los liderados, obtenida en base a los méritos del que la posee.
Considero que nos encontramos en el momento de establecer liderazgos sólidos, basados en la autoridad que brinda el compromiso, escuchando siempre a los demás, desarrollando una fuerte base ética y estimulando a los liderados a superarse en todos los aspectos. Si logramos personas felices, lograremos resultados felices.
En otras publicaciones seguiremos avanzando en el tema.
Edgardo
Comienza el nuevo año y siento el deseo de rendir un homenaje a nuestras queridas instructoras, a todas aquellas que son parte de nuestros días y de nuestra tarea. Es un deseo que nace desde esta Cultura matriarcal que revalorizamos y utilizamos cotidianamente, de manera práctica y normal.
Sin alardes, sin ostentarlo, sin proclamarlo. Con la serenidad de lo verdadero, sutil y sentido.
¿Y porque un reconocimiento especial a nuestras mujeres? Porque a través de este simple saludo deseo seguir avanzando en la modificación de los paradigmas pesados y oscuros que existen hasta hoy en la sociedad contemporánea.
Desde el Método que practicamos y enseñamos, utilizando los conceptos, los buenos modales, la ética, la sutileza, el cuidado… Desde el día a día, reivindicando los valores únicos y admirados de la mujer, como símbolo de la energía creadora, magnífica, hacedora, dinámica y en constante movimiento.
Pesa en nuestra sociedad la influencia de dos culturas muy influyentes, los mitos griegos y la bíblica, que nos presenta a la mujer como una especie de maldición. Desde la Pandora que al abrir el ánfora traerá muerte y enfermedad sobre los griegos hasta la Eva expulsada del paraíso, la mujer todavía convive con una pesada carga, que ya es necesario alivianar.
Fueron acusadas de fuente de pecado, de brujas, de malvadas e inferiores durante siglos. Durante la edad media fueron excluidas y colocadas en el rol de “esclavas del hombre”, situación que lentamente se ha ido modificando, principalmente por el esfuerzo de ellas para salir de esa situación, demostrando sus cualidades y capacidades.
Sin embargo, en otras antiguas culturas, la mahá shaktí, la fuerza creadora, la energía cinética, el principio femenino como tan bien lo cita John Woodroffe en su obra Shaktí y Shakta, hacen del hombre un admirador de ese poder, acompañándola en el ritmo y cadencia que ella impulsa para crear juntos…
Gracias amigas, hermanas, madres, hijas, shaktís, o simplemente mujeres. Que este nuevo año nos permita profundizar esta relación tan fecunda de energías, fuerzas y resultados.
En nuestra Cultura serán amorosamente cuidadas y reverenciadas.
Edgardo
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