Por circunstancias que no siempre tienen explicación, hace unos días comencé a ver manchas y líneas que aparecen entre el objeto observado y mi ojo izquierdo. Según el diagnóstico de los médicos que me asistieron, se solucionará con gotitas, reposo y paciencia.
Mi sabia abuela Eleonora solía repetir una frase que nunca supe si era propia o ajena, pero cargada de pragmatismo: “mientras la naturaleza cura, la medicina entretiene”.
Y así ando estos días, tratando de observar el mundo a través de las variadas y extrañas formas que me devuelve mi ojo, transformado en un túnel caleidoscópico. La primera reflexión es comprobar que las cosas pueden ser extraordinariamente diferentes para cada observador, de acuerdo al filtro que se interpone entre lo observado y el ojo que observa.
La dependencia que tiene el cerebro de estos pequeños órganos inspira las más intrincadas ideas simbólicas, y constituye una fuente de inspiración para entrar al plano metafórico.
El ojo es el Rey. Deberíamos degradarlo para jerarquizar cualquier otro sentido. Descartes expresó que toda la conducción de la vida depende de nuestros sentidos, de los que la vista es el más noble y universal, y mucho antes Leonardo Da Vinci le rendía honores, diciendo que es el ojo, denominado la ventana del alma, el principal medio para apreciar la forma más completa y profusa de las infinitas obras de la naturaleza.
Los ojos son el espejo del alma, nos dice la expresión popular. Tal vez por ello, conscientes de este reflejo del fulgor interior, muchos prefieren ocultar sus hipocresías habituales cubriéndolos con la impersonalidad que brindan los anteojos oscuros.
Concuerdo con Italo Calvino cuando afirmaba que contemplar tus propios ojos no es nada fácil; sin embargo, como cualquier situación, trato de utilizarla para entender y aprender nuevas cosas.
En la compleja tarea de la relación humana, la mirada constituye una de las principales herramientas en la empatía a establecer. La mirada limpia y sincera, puede transmitir la luz que aleje la oscuridad que acompaña a la inquieta y pertinaz desconfianza.
Hasta la próxima semana.
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