Autor: edgardo (Página 5 de 25)

Administrar es cuidar

Cuando usamos la palabra administrar generalmente la vinculamos a la economía, sin embargo, debemos incorporar el concepto y utilizarlo para realizar una buena administración de todo lo que hacemos y no únicamente en lo que se refiere al dinero.

Entre los sinónimos que figuran en el diccionario de la Real Academia Española para la palabra administrar encontramos dirigir, coordinar, organizar e incluso cuidar.

La palabra cuidar llamó mi atención entre los sinónimos de administrar, porque es justamente utilizarla en el más amplio sentido del término lo que estoy proponiendo. Considero inteligente poner más atención en cuidarnos, por los resultados benéficos que obtendremos a nivel individual y desde allí generar una mayor capacidad para aplicar el paradigma del cuidado en forma expansiva.

Es penoso observar a personas muy eficientes y enfocadas en mantener una buena administración de su riqueza y bienes materiales, olvidándose de muchas cosas que son extremadamente valiosas e incluso irrecuperables cuando las perdemos.

El autoconocimiento requiere de aprender a administrar nuestra energía, las horas de sueño, las reacciones emocionales, los conflictos, la salud, la cantidad y calidad de alimentos que ingerimos, lo que leemos, el tiempo que dedicamos al trabajo, a la actividad física, al esparcimiento, a los afectos, etc.

Me viene a la memoria una expresión que le escuchaba decir a mi abuelo y que no la comprendía cuando era niño: lo más barato es lo que se consigue con dinero. Con los años supe que tenía razón.

Cuando logramos instalar en forma práctica la buena administración de nuestras vidas nos vamos aproximando a lo que muchas filosofías y tradiciones antiguas han propuesto: estar en un punto medio, tener la capacidad de evitar los extremos y elegir lo que verdaderamente deseamos. Avanzar en este sentido nos dará mayor templanza, autonomía y libertad.

Lo interesante es que ese estado de conciencia adquirido, comienza en uno y desde allí se extiende a nuestro entorno, desarrollando una mayor integración con la naturaleza y todas las formas de vida existentes. Es una forma de recuperar la capacidad de convivir con lo que está vivo.

Un estado de integración que constituye los pilares de una ética de vida virtuosa, feliz, necesaria y humana.

Hasta la próxima.

El alcance de la visión


En cada momento debemos tomar decisiones de diferente nivel de importancia, que producirán consecuencias que no siempre tenemos la capacidad de percibir o el hábito de analizar.
Es bueno aumentar el alcance de nuestra visión para tomar decisiones más correctas. Lo que ocurre es que somos más hábiles en analizar lo pasado que en visualizar lo que acontecerá en una proyección a mediano o largo plazo.
Las decisiones las imagino como las carambolas que se producen en el juego de billar, de manera inmediata y posterior al seco golpe del taco sobre una de las bolas, que impactará sobre otras, desplazándolas velozmente en diferentes direcciones y haciéndolas chocar con otras.
Son tantas las decisiones que afrontamos cada día, que se torna imposible enumerarlas.
Para comprobarlo, te invito a que detengas la lectura un instante y trates de recordar las decisiones y elecciones (mayores o menores) que tuviste que hacer durante el día anterior. No las recordarás a todas, pero con que sean un 30 % ya te sentirás abrumado por la responsabilidad.
En un segundo nivel de profundidad, intentá recordar las consecuencias que ocurrieron por las decisiones tomadas. Y seguidamente, en un tercer nivel, las consecuencias de las consecuencias.
Si sos líder de un grupo, las consecuencias de tus decisiones impactarán sobre los resultados, pero también, directa o indirectamente, sobre las personas que forman tu equipo. El mejor consejo es compartir la toma de decisiones con los demás; de esta forma se sentirán integrados y participarán de los éxitos y los fracasos.
Debemos ejercitar nuestra visión estratégica para ampliarla. Ver la totalidad del mapa de posibilidades. Considerar que cuando movemos una ficha en este tablero interrelacionado y fascinante que es la vida, se producen cadenas de movimientos y adecuaciones como efectos de lo que se ha decidido.
Observar la situación únicamente en primer plano es la mejor forma de ser sorprendido por acontecimientos no previstos y muchas veces evitables. Una “lectura” del panorama completo nos llevará a cometer menor cantidad de errores, e instintivamente surgirán veloces elecciones con mayores certezas.
Con el ejercicio, se fortalecerá la capacidad heurística para resolver situaciones y superaremos los errores generados por los condicionamientos y paradigmas.

Hace unos días me encontré con un familiar que no veía hacía años. En la charla de actualización, me comentó que durante años había fumado y que, a pesar de los consejos médicos y de su entorno familiar, continuaba haciéndolo porque tenía la seguridad de que no lo afectaría.
Ahora, con serios problemas de salud como consecuencia del tabaquismo, me confesaba lo arrepentido que estaba. Finalizada la conversación nos despedimos y me fui caminando mientras pensaba que, cada vez que decidía encender un cigarrillo, tenía la oportunidad de no hacerlo, pero por
no ampliar el alcance de su visión, elegía su efímero presente.
Claro está que se aprende viviendo. Como decía Vittorio Gassman, “habría que tener dos vidas, una para ensayar y otra para actuar”.
Hasta la próxima.

Emoción, una potencia que nos mueve

Imaginemos un guerrero en los minutos previos al combate, sin importar la época o las armas que usa. En cualquiera de las imágenes que llegarán a nuestra mente fruto de nuestra imaginación estará presente una expresión de ira en el rostro o posiblemente de temor. Podremos imaginar el cuerpo tenso, su respiración agitada. Las dos emociones primarias, la ira o el miedo estarán manifestándose y creando sensaciones corporales. ¿Qué motivo decidirá liberar la Ira o el miedo ante una misma situación?… es consecuencia de la percepción que realizamos sobre el hecho que tenemos que enfrentar. El fenómeno de la percepción es totalmente singular y varía de una persona a otra en función de los condicionamientos y paradigmas incorporados a priori.

Lo que ocurre es que funciona como un control remoto que activa las emociones que la situación desencadena en el observador. De esto, se deduce que el poder está fuera de nosotros y la situación nos consigue desestabilizar. Cambiar la percepción de la situación es recuperar nuestra potencia ante el hecho que debemos enfrentar.

Tengamos en cuenta que las emociones no constituyen algo de característica negativa, por el contrario, han sido el motor y el sentido mismo de la existencia. Durante siglos, el arte ha expresado en todas sus formas el carácter pasional de la vida humana, la potencia de sus emociones que lo impulsaron en sus gestas y también, lo alteran a diario en su dinámica más íntima.

La posibilidad de sentir emociones no debe ser negada ni reprimida, por el contrario, debe ser estimulada, sublimada o administrada, de tal forma que se convierta en una fuerza de alto poder constructivo y movilizador.

Desde hace miles de años, en forma empírica, se crearon formas de trabajar sobre las emociones para generar resultados. Desde danzas y rituales usados antes de entrar en combate o de participar en jornadas de cacería, el ser humano activaba las emociones para usarlas como poderosas fuerzas motivadoras. Ya sabía de su existencia y de su importancia.

En las últimas décadas, consecuencia de una formidable innovación tecnológica se ha logrado ver dentro de la caja negra del cerebro humano. Los investigadores afirman que las emociones residen en el paleoencéfalo, la parte más antigua del cerebro. Esto ha demostrado que se expresan sin que estén mediadas por la corteza cerebral o telencéfalo, que es la parte más moderna del cerebro. Se activan en forma inmediata como reacción autónoma e independiente de la voluntad conciente. probando que los procesos cognitivos no poseen mucho poder sobre los perceptivos – emocionales.

Santo Tomás de Aquino con sentido visionario nos dejó la frase “lo que verdaderamente se aprende es lo que pasa por los sentimientos” reforzando la importancia del plano emocional en lo cognitivo.

A su vez, Donald Hebb, considerado fundador de la epigenética opinaba que nuestras emociones modelan nuestros mecanismos biológicos, responsables de nuestra manera de sentir y actuar, existiendo una estrecha comunión entre genética y experiencia. Podemos decir que el ambiente opera sobre la genética para determinar la cognición y la conducta.

Aprender formas de administrar esa poderosa energía llamada emoción es recuperar nuestro lugar en la cabina de mando de nuestras vidas. Para ello, la auto observación y el estado de conciencia ampliado que se obtiene por medio de la meditación constituyen herramientas muy efectivas para construir nuestro porvenir.

Hasta la próxima

Presente y futuro

Estamos viviendo una etapa de mucho cambio y a una velocidad que se va acelerando, con consecuencias altamente desgastantes. Es como seguir conduciendo el mismo vehículo que antes, recorriendo los mismos caminos, pero a velocidades muy superiores a las que estábamos habituados, lo que genera un constante estrés.

Además, los caminos nos sorprenden con nuevos obstáculos y nos ofrecen atajos, curvas y encrucijadas que aparecen de manera sorpresiva, obligándonos a tomar decisiones inmediatas, con escaso análisis de las consecuencias que traerá aparejada cada una de ellas. Sin tiempo para analizar la decisión adoptada, ya se nos aparece otra situación que, antes de haber asimilado la anterior, nos fuerza a otro gasto de energía importante para optar por la acción que, en lo inmediato, consideramos más necesaria.

En este punto, se generaron diferentes formas de reacción, pero lo que más se observó fue la sensación de impotencia y ansiedad para modificar algo nuevo, invisible y que nos acechaba permanentemente. La crisis existencial, con esa sensación de que la vida carece de sentido, genera agobio, cansancio, desgaste orgánico, tensión emocional y estrés anticipado por situaciones aún no ocurridas, pero que imaginamos que nos harán estar peor.

Unas décadas atrás, la palabra futuro nos conectaba con una sensación de porvenir distante del momento presente. En la actualidad esa percepción cambió y el presente le pisa los talones a ese futuro que se percibe cada vez más cercano. Se ha producido una desestructuración de lo temporal. Darío Sztajnszrajber, para analizar la extrañeza que nos genera esta ruptura en la forma de sentir el tiempo, recurre a aquella escena en la que Hamlet ve al fantasma de su padre y dice: «El tiempo está fuera de quicio».

En este sentido, la última pandemia trajo un sinceramiento. Algo que ya venía gestándose se aceleró de manera inesperada, por un proceso repentino que causó desestabilización y un elevado estrés en una sociedad que ya estaba en el límite de su capacidad de resiliencia.

Esta incertidumbre acerca de un porvenir que no augura mayor felicidad y, en consecuencia, eleva la tensión al límite de lo recomendable, tiende a alimentar en forma compensatoria la incorporación de algunas válvulas de escape a esa presión: consumismo, trabajo excesivo, acceso a las drogas o el alcohol, constantes búsquedas terapéuticas, místicas y otras formas que suelen presentarse como recursos posibles para encontrar alivio, aunque más no sea temporario.

Es necesario que tomemos las riendas de nuestra propia vida y procuremos fortalecernos en forma integral, aprender a lidiar mejor con los obstáculos y situaciones que debamos atravesar y contar con recursos para adaptarnos rápidamente a los cambios y al estrés que nos generan. Debemos revisar nuestra forma de vivir y efectuar modificaciones que nos permitan asumir las exigencias de la actualidad, comprendiendo que no estamos viviendo una etapa excepcional y por lo tanto la velocidad de la transformación seguirá aumentando.

Si nos adaptamos, podremos administrar nuestras emociones y estrés. Es simple: se trata de aprender a usar otras herramientas. La administración de los sentidos, la concentración y la meditación están entre las más efectivas.

Hasta la próxima.

La claridad es poder

En la actualidad, la palabra meditación despierta expectativas, especialmente en las grandes ciudades, donde el ritmo de vida acelerado genera un creciente estrés y, entre otras cosas, cansancio neuronal.

A partir de la necesidad y consecuente demanda, surgen escuelas, métodos y lugares que, en forma on line o presencial, ofrecen alternativas para aprender a meditar como una manera de solucionar los problemas.

Este crecimiento de la búsqueda de opciones para lograr más eficiencia y calidad de vida es positivo y muestra que hay una necesidad en ciernes en gran parte de la sociedad: encontrar otras respuestas a sus problemas, lo que ya constituye un paso hacia una lenta evolución.

Sin embargo, es bueno aclarar que, si buscamos antecedentes en textos antiguos y serios, observaremos que la meditación no era considerada una técnica desarrollada para dar respuesta a problemas cotidianos, como pueden ser el elevado estrés o la tensión muscular. Situaciones que incluso otras disciplinas podrían solucionar. Por el contrario, desde sus orígenes se consideró la meditación como un estado de conciencia expandida, un proceso por el cual se accede al desarrollo de la intuición lineal con miras al autoconocimiento. Los efectos benéficos inmediatos que produce su práctica son simple consecuencia de los hábitos comportamentales que acompañan el proceso y que, si bien son muy importantes para la calidad de vida, no constituyen la meta buscada.

Podemos empezar tratando de concentrarnos sobre un único objeto. Lo que en sánscrito se denomina êkagrata y que podríamos traducir como técnicas de fijación de la atención en un solo punto. Puede ser un objeto físico, un punto en el entrecejo, la punta de la nariz u otro elemento en el cual podamos enfocarnos en forma sostenida. Continuamente la actividad de los sentidos y el inconsciente introducen en la conciencia inestabilidades que la dominan y modifican, pero con la práctica constante es posible inhibir poco a poco los automatismos psicomentales que dispersan nuestra atención.

Para lograr avanzar hacia el estado de meditación es necesario fortalecer la voluntad, y esto ya comienza a potenciarse ejercitando la concentración en un solo punto con disciplina y regularidad. El entrenamiento espasmódico no ayuda, dado que si un día dedicamos mucho tiempo y los días siguientes nada, y nuevamente en otro espasmo de entusiasmo nos forzamos hasta el agotamiento, lo único que lograremos es fortalecer la dispersión. Es más útil entrenar unos minutos cada día e ir generando el hábito, que actuar en forma irregular.

El Profesor DeRose, en su libro Meditación y autoconocimiento, explica con claridad que “todo se basa sencillamente en practicar concentración dos o más veces por día, haciendo que la mente se eduque y deje de dispersarse todo el tiempo. El alimento de la mente es la diversificación. Por eso a las personas les gusta divertirse, y se sienten tan atraídas por las cosas nuevas”.

En su libro 21 lecciones para el siglo XXI, el historiador Yuval Harari destaca la importancia de practicar meditación al señalar que “en un mundo inundado de información irrelevante, la claridad es poder”.

Por experiencia propia puedo afirmar que gradualmente la mente se va disciplinando y su resistencia inicial se transforma en aquietamiento y en la conquista de momentos de mucho placer, en los cuales el tiempo se expande y se obtiene mayor intuición, claridad y certezas.

Edgardo Caramella

Recuperemos la intuición.

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De acuerdo con investigaciones científicas se ha establecido que aproximadamente hace unos ciento veinte mil años surgió una variedad de seres humanos que hoy denominamos homo sapiens-sapiens. Los investigadores estiman que su aceleración evolutiva fue causada por varios factores, entre los cuales se destacan el efecto generado por el desarrollo tecnológico y la progresiva y constante avidez de conocer, enseñar, descubrir y trabajar en grupos colaborativos.

Es difícil imaginar cómo funcionaba la primitiva conciencia que tenía aquel ser humano, que debía enfrentar peligros y tomar decisiones rápidas ante situaciones de las cuales no siempre poseía conocimiento previo.

Siguiendo la línea con que Immanuel Kant define el conocimiento en su Crítica de la razón pura, es fácil suponer que aquel antiguo habitante poseía menos conceptos a priori que lo condicionaran y, por lo tanto, observaba los fenómenos y tomaba decisiones veloces por vía de la intuición pura, sin intervención del conocimiento anterior, que actúa como un condicionante en la interpretación de los hechos y las acciones inmediatas.

Su instinto de supervivencia, aguzado por la necesidad y el uso constante, le indicaba que debía actuar siguiendo su intuición, mecanismo diferente y más rápido que recurrir a un conocimiento basado en análisis surgidos de una razón que observa y procesa, comparando con datos del intelecto.

No tenemos documentos que permitan comprender con certeza cómo funcionaba ese mecanismo en aquella conciencia de nuestros antecesores y, además, si los tuviéramos seguramente los interpretaríamos en forma equivocada, al observarlos a través del prisma de la cultura e inteligencia actuales. Sin embargo, lo que no podemos negar es que el uso de la intuición les permitió aprender de cada experiencia y sobrevivir como especie.

Con el paso del tiempo, conscientes de esta capacidad humana que es la intuición, filósofos y pensadores fueron elaborando y codificando técnicas de concentración y meditación para entrenarla y desarrollarla de manera efectiva y metódica, especialmente en escuelas filosóficas surgidas hace aproximadamente unos cinco mil años.

El estado de meditación se alcanza al detener la fluctuación de las ondas mentales o, para expresarlo en forma más simple, al parar de pensar. Cuando permanece en estado de concentración profunda, la mente llega a un nivel de saturación y pasa al siguiente estado, la superconciencia, que podríamos denominar también intuición expandida o intuición lineal.

En cierta forma ponemos en uso aquella capacidad que hace tantos siglos el ser humano ya utilizaba de manera natural y espontánea. Durante mucho tiempo hemos dejado de usarla y la razón se impuso al punto que, si alguien fundamentara sus decisiones en la intuición, su opinión no sería tomada en cuenta con seriedad. Se considera más valioso el proceso lento, menos creativo y transformador, de la razón y el intelecto.

Todo lo que oprime reduce capacidades y resultados. Si la razón oprime a la conciencia y no le permite liberarse y expandirse como superconciencia, se dificulta el proceso de acceder a la meditación y al autoconocimiento.

Coincido plenamente con el Profesor DeRose cuando señala en su libro Mindfulness y meditación: “la conquista de mindfulness y meditación es un proceso de autoconocimiento que constituye una de las tareas más nobles y gratificantes y uno de los mayores desafíos que un ser humano puede enfrentar durante su existencia”.

Por mi experiencia puedo asegurarles que vale la pena poner en práctica esta capacidad tan valiosa y humana.

Pequeños cuidados, evitan grandes problemas

Mejorar la dieta es construir el futuro

Desde hace milenios, desde los orígenes mismos de la humanidad, el acto de comer ha sido de fundamental importancia en nuestra vida. En distintas épocas y de diferentes maneras, el hombre se ha reunido cotidianamente en torno a la comida, no solamente para saciar su hambre y satisfacer el impulso biológico de nutrirse, sino para participar de ese ritual de íntima comunicación.

Este acto increíble y a la vez simple y cotidiano de tomar elementos del mundo existente para nutrirnos, nos demuestra que somos parte de un todo interrelacionado y nos obliga a reflexionar desde lo ético -e incluso lo ecológico- sobre cuál es la dieta adecuada para el ser humano.

La relación del hombre con el mundo, con el orden natural de las cosas, debe ser claramente entendido por la sociedad actual. La historia nos muestra el ejemplo de sensibles naturalistas, filósofos y sabios de la antigüedad que priorizaban un sistema alimentario biológico, consciente y equilibrado, generador de menor cantidad de residuos y toxinas y, por lo tanto, favorecedor de mejor salud, mayor vitalidad y del placer necesario en su camino de evolución. Ya es hora de incorporar una dieta ética que mantenga a nuestros cuerpos y al planeta en un estado de salud y bienestar, minimizando la agresión y la destrucción del medio ambiente.

En la actualidad, los conceptos e investigaciones más modernas alertan sobre los peligros a los que se exponen los grandes consumidores de carnes, grasas y proteínas. Estadísticas elaboradas en los países más desarrollados demuestran que gran cantidad de enfermedades son producto de una inadecuada cultura alimentaria, y por ese motivo los nutricionistas advierten sobre la necesidad de retornar a una dieta basada en frutas, verduras frescas, hortalizas, semillas y cereales, de preferencia orgánicos, para reducir la cantidad de productos químicos que poseen.

En el momento actual, las opciones de alimentos que tenemos a nuestro alcance nos permite, sin esfuerzo, la posibilidad de inclinarnos a una alimentación biológica y respetuosa de la vida en general. Además de todos los beneficios ya comprobados, nos brinda la satisfacción de encontrarnos frente a un universo de sabores, colores, aromas y posibilidades ilimitadas de combinaciones placenteras, que transforman la tarea de cocinar en un maravilloso arte y, a quien lo realiza, en un verdadero y exigente alquimista.

Disfrutemos del crepitar de las especias dentro de las ollas, del sonido de la sopa al hervir recordándonos los almuerzos en la casa de la abuela, del suave aroma de un pan recientemente amasado al cocinarse dentro del horno. De la alimentación depende entre otros aspectos, el desarrollo, la salud, la vitalidad e incluso la conducta.

Ya sería hora de colocar en los programas de estudio de los colegios, clases de nutrición y de cocina práctica. En forma lúdica, los niños se familiarizarían con la elección de los alimentos y la creatividad al cocinar, además de aprender a ser solidarios al compartir algo tan simbólico como es el alimento con sus compañeros y docentes.

Debemos informarnos para fortalecer la capacidad de elegir, especialmente en los niños, debido a la cantidad de publicidades, marcas y comercios que generan verdaderas adicciones al consumo constante de productos alimenticios que no son recomendables. Productos industrializados y saturados de sustancias químicas como el GMS o glutamato monosódico que resalta los sabores e intensifica el deseo de seguir comiendo.

Vamos entonces a adentrarnos en este camino sensorial de nuevos paradigmas, reforzando la capacidad de elegir con más consciencia lo que comemos y así, conectando con este saludable proceso de alquimia ilimitada que nos brinda la cocina. Todavía estamos a tiempo de crear una sociedad más saludable y consciente.

Edgardo Caramella

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